El refugio de las víctimas de violencia machista: así funciona una casa de acogida
SUR entra en uno de estos pisos, donde las víctimas llegan con lo puesto y un equipo de especialistas trata de que salgan «por la puerta grande»: con trabajo, estabilidad emocional y una vivienda
SUR entra en un piso del que no se puede desvelar ubicación ni quiénes son sus moradoras, que siguen bajo amenaza. Lo ha alquilado la Asociación Betania para acoger a mujeres víctimas de violencia de género. No es la única casa dedicada a este fin que tienen en Málaga o en Andalucía. El machismo, esta enfermedad social, está tan lejos de erradicarse que las profesionales de Betania, psicólogas, trabajadoras sociales, han perdido la cuenta de cuántas mujeres han pasado por los apartamentos que regentan. Allí llegan porque la policía, un hospital u otra asociación las derivan o por su propia iniciativa tras buscar por internet dónde cobijarse. Aunque no todas las mujeres que contactan con Betania llegan a ingresar a una de sus casas. Antes de tomar cualquier decisión, se les hace una entrevista para valorar su situación, si cuentan con una red social de apoyo, porque si tienen familiares o amigos con los que puedan vivir, ésa es la opción que se suele preferir. En ese caso, el equipo de asesoramiento legal, de psicólogas, trabajadoras sociales, acompañan a la víctima externamente. Si la mujer está sola o no encuentra apoyo adecuado en su entorno, entonces sí se establece en la vivienda. En ocasiones, además, en función del grado de peligro que se valore que corre o si el agresor se encuentra muy cerca, se la deslocaliza, se la lleva a un piso de otra ciudad. Así que en esas casas viven las mujeres más vulnerables, las que están más solas y corren más peligro.
Suelen llegar casi con lo puesto. Así que lo primero que se les resuelve es lo más básico: techo, ropa para ellas y sus hijos, material de aseo… A partir de ahí, se les presta apoyo moral, psicológico, acompañamiento de todo tipo. El equipo de intervención compone un puzle multidisciplinar para a su vez reconstruir a las descompuestas víctimas.
«No se reconocen como víctimas, no creen que eso pueda estar sucediéndoles a ellas. También se culpan a sí mismas con ideas irracionales, justificando al agresor»
Laura Rodríguez, la psicóloga de la casa que Betania abre a SUR, explica que muchas mujeres entran en fase de negación: «No se reconocen como víctimas, no creen que eso pueda estar sucediéndoles a ellas. También se culpan a sí mismas con ideas irracionales, justificando al agresor, identificándose como detonadoras de las agresiones que han sufrido. También presentan mucha oscilación emocional y pasan de la euforia, la alegría y el bienestar al duelo por la ruptura de la pareja». Así que en ocasiones llegan a preguntarse cómo pueden echar de menos a alguien que les hace pasar miedo. A veces pueden no reconocerse como víctimas aunque identifiquen en otras mujeres la violencia, porque luego tendrían que preguntarse cómo han podido aceptar algo así.
De toda edad y clase social
Hay mujeres que se abren inmediatamente, que empiezan a contar todo lo que les ha pasado. Pero hay a otras a las que les cuesta mucho. Cada mujer, cada caso, es un mundo. En eso insiste el equipo de Betania que coordina Martha Valencia. En realidad, la única característica que comparten las víctimas es ser mujeres: por sus instalaciones pasan de todas las edades, nacionalidades, clases sociales, niveles educativos… El machismo es un mal que atraviesa a toda la sociedad. Así que el proceso de intervención «depende del grado de conciencia que cada una tenga sobre lo que le ha sucedido», precisa la trabajadora social Ana Gaona: «Hay gente que sí que se ha sentido atrapada hasta que se ha producido el detonante que la ha llevado a huir. Pero hay otras mujeres que ni saben lo que es la violencia de género. En una estructura patriarcal, están naturalizados muchos comportamientos».
«La violencia psicológica está en la base de todo maltrato. El maltratador va modelando la conducta de la mujer»
«La violencia psicológica siempre está en la base de todo maltrato. El maltratador va modelando la conducta de la mujer. De ahí que ellas busquen justificaciones a la actitud de su agresor y por eso se culpan a sí mismas», apunta Rodríguez. El sentimiento de culpabilidad llega al punto de que, dice Ángela Guzmán, las mujeres manifiestan que están dañando al agresor: «Va a ir a la cárcel y la culpa es mía», expresan. La víctima se ve como verdugo.
Y ésa no es la única razón por la que a veces las mujeres se arrepienten de haber denunciado. Como apunta Martha Valencia, las autoridades llegan a cuestionar el testimonio de la víctima porque muchas veces no cuentan con la formación suficiente como para abordar la cuestión. «Si la violencia se ve, si hay un moratón, entonces no hay problema, pero si no se ve, si es violencia invisible, si es económica, psicológica, la primera opción suele ser no creer a la víctima o minimizar la situación, quitarle importancia», revelan. Y eso cala y revive en la conciencia de la víctima la manipulación a que ha estado sometida por parte de su agresor, el 'gaslighting' (luz de gas), ese proceso que consiste en hacerle dudar de todo, hasta de sus recuerdos y de la información que le proporcionan sus sentidos.
Cuando las autoridades dudan de un testimonio, «la poca fuerza que se ha reunido para denunciar desaparece y también todo el trabajo de intervención que se ha realizado con la víctima para enseñarle a identificar los hechos»
«La poca fuerza que se ha reunido para denunciar desaparece, y también todo el trabajo de intervención que se ha podido realizar con la víctima para enseñarle a identificar las circunstancias, los hechos, las ideas irracionales, la responsabilidad, la culpabilidad y los detonantes del conflicto», lamenta la psicóloga. Se destruye toda la labor profesional realizada para desactivar eso que ha sido lo único que ha escuchado la mujer durante años («tienes suerte de que aún te quiera», «¿qué harías tú sin mí?» o «antes sí que me gustabas»), esa manipulación silenciosa, cuyo resultado es la aniquilación de la autoestima de la mujer y hasta de su identidad: muchas llegan a Betania y no saben quiénes son realmente, quiénes eran antes de conocer a su maltratador y quiénes quieren ser, porque durante demasiado tiempo sólo han estado pendientes de recibir la validación del agresor para tratar de evitar su violencia.
Por eso en la casa se les marca una rutina para que reaprendan a vivir. Al principio muchas no saben ser independientes. En función de cuál sea la situación de cada mujer, Martha Valencia aclara que hay dos tipos de recursos, de pisos, para ellas: los de atención integral en los que se va «soltando» a la víctima a medida que va mejorando (algunas mujeres llegan y no quieren ni salir a la calle, ni tienen fuerzas para ir a una entrevista de trabajo o para realizar trámites básicos) y los de semiautonomía, que son los que se ofrecen a las mujeres con menor deterioro o que están en una fase más adelantada de su proceso de recuperación de autoestima.
Salir por la puerta grande
El equipo que gestiona las casas tiene como misión fundamental que éstas sean lugares en los que la tranquilidad y la estabilidad emocional estén garantizadas. Así que trabajan en la buena convivencia entre todas las mujeres, que pueden venir de culturas diferentes, generaciones distintas… pero se procura que constituyan un hogar, que se traten con familiaridad, y lo mismo con las profesionales que las arropan. Para la trabajadora social Ana Gaona, la convivencia entre mujeres que han atravesado situaciones similares gesta grupos de ayuda mutua, favorece que puedan compartir experiencias y que comprueben que no son las únicas en sufrir violencia, lo que refuerza sus testimonios. Aunque también reconoce que hay casos en los que no se avanza y que se derivan a otras instancias para no perjudicar la recuperación del resto de las usuarias.
Las mujeres entran, en principio, por seis meses, pero el equipo de Betania evita que se incurra en una «sanación en falso» y a veces llegan a estar hasta dos años en los pisos
Las mujeres que entran en estas casas lo hacen por seis meses, según figura en el contrato que se suscribe. Pero el equipo de Betania trata de evitar que las mujeres incurran en una «sanación en falso». Así que en ocasiones llegan a pasar hasta dos años en estos refugios. «La recuperación no es algo que se logre en seis meses, el proceso es más lento, porque queremos que cuando salgan por la puerta tengan un trabajo, estabilidad emocional y vivienda; tienen que salir de aquí por la puerta grande», certifica Valencia. Además, quieren que hayan recorrido todas las etapas necesarias para garantizar que no vuelven a caer en lo mismo: tienen que estar tristes al principio; estar consigo mismas; vivir su soltería con plenitud, no como una situación de soledad, para que así, en lo sucesivo, escojan a sus compañeros desde la completitud, no desde la soledad o la necesidad, porque de lo contrario las relaciones que construirían partirían de nuevo de la desigualdad y tenderían a repetir patrones, a caer de nuevo en las manos de personas manipuladoras.
La trabajadora social Ana Gaona insiste en que su trabajo es muy exigente y en que tienen que estar muy «al loro» de la situación de las mujeres a las que atienden: «A una de ellas le dije: 'A ti te pasa algo raro'. Y lo que le pasaba es que había vuelto con su agresor». Eso es justo lo que no debe pasar.
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