«No sirve aguantar; un maltratador nunca cambiará»
Su pareja la sometía a un control total: apenas le dejaba salir a la calle, había instalado cámaras en casa y le vigilaba el móvil; ahora, liberada, trabaja y se siente valiosa por sí misma, por lo que hace
«Me dijo que quería tener otro bebé. Me quedé embarazada. Pero cuando lo supo me dijo que abortara, que sólo quería comprobar su fertilidad», explica L. S. en una de las casas de acogida que la Asociación Betania tiene en Málaga. Entonces, continúa, su marido la golpeó, lo que la obligó a ir a una clínica y ya allí se tuvo que deshacer del bebé. Pero fue otro episodio de violencia que sufrió el detonante de que esta mujer abandonara a su maltratador: con un moratón visible, con esa prueba, esa evidencia, reunió la fuerza suficiente como para recurrir a la maestra de su hija, que llamó a la policía. «Ella fue un ángel en mi camino», rememora. El día de su liberación fue justo un 25 de noviembre, esta jornada tan importante para las mujeres y desde ese año, desde 2022, también para ella misma.
Lo que la llevó a abandonar a quien durante una década la estuvo maltratando no fue únicamente lo que ella misma estaba sufriendo en sus carnes. También el miedo por su hija: «Comenzó a hablar de ella, a decir que qué guapa que era y que había que empezar a pensar en casarla. Temía que mi hija repitiera lo que estaba siendo mi vida», explica. No las dejaba apenas salir a la calle. «Tenía que limpiar los excrementos de nuestras mascotas en casa, porque tampoco podía sacarlos a pasear», recuerda. Y es que a ella misma, que estaba estudiando cuando se conocieron, no la dejaba ir a clase, porque había hombres, únicamente le permitía acudir a hacer los exámenes. Le prohibía tener redes sociales, y en el WhatsApp, como contactos, únicamente podía tener a sus padres y a él, a nadie más, no podía hablar con nadie más. «Era un control total», dice. En casa, tenía cámaras para vigilarla: «No te veo, qué haces diez minutos en el baño», podía llegar a espetarla.
«Al principio pensaba que me quería mucho y que era celoso. Después ya comencé a pensar que algo no iba bien, que tenía que huir, pero no podía. Tenía mucho miedo»
«Al principio era leve, pensaba que es que me quería mucho y que era celoso. Después ya comencé a pensar que algo no iba bien, que tenía que huir, pero no podía. Tenía mucho miedo. Porque también sufría muchas amenazas: me decía que o era de él o de Dios», continúa. «Me había pegado por el simple hecho de que al salir de casa me eché un poco de perfume; me recriminó que lo hacía para llamar la atención de otro hombre, de un padre de algún niño del colegio», explica.
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Pero en estos justo dos años que han transcurrido desde que salió de su casa gracias a esa mano amiga de la maestra de su hija, su historia ha cambiado por completo o, mejor, ha vuelto a ser la mujer que era antes de conocerlo, la persona que siempre ha deseado ser. «He podido por fin trabajar; me he sacado el carné de conducir; y ya estoy regularizada en España», revela. Porque otra de las formas de maltrato a la que la sometía su expareja era impedirle tener papeles, para así tenerla todavía más bajo su control. Oriunda de Marruecos, se vino con su pareja a España y mientras él arregló su situación en el país, ella acumuló siete años en situación irregular. En su ciudad natal estudiaba en la Universidad, no llegó a terminar la carrera, y se ha vuelto a matricular aquí en los mismos estudios por la Uned. «Por fin me vuelvo a sentir una mujer que vale para algo, por mi trabajo, por mí misma, por hacer cosas yo, y no tener que pedir porque necesito compresas o un cepillo de dientes», sonríe satisfecha. «Vuelvo a tener ilusión, pero aún no estoy al 100% como me gustaría», reconoce.
«Por fin me vuelvo a sentir una mujer que vale para algo, por mi trabajo, por mí misma, por hacer cosas yo, y no tener que pedir porque necesito compresas o un cepillo de dientes»
Tuvieron a su hija antes de casarse y por esa razón ella no cuenta con mucho respaldo de su familia: «Mis padres me llegaron a perdonar, pero el resto...». Sin embargo, con Betania, en la casa de acogida, ha logrado el apoyo y la comprensión que necesitaba para reconstruirse tras la violencia a la que se vio sometida durante una década. «Es un techo, pero es sobre todo un hogar, convivimos mujeres muy distintas, de varias culturas, así que probamos comidas de muy diferentes lugares», bromea.
«Quiero trabajar en lo que hacéis vosotras»
Y ahora quiere también ayudar a mujeres a reconstruirse tras estas experiencias tan traumáticas y al equipo que la ayuda, a la psicóloga, la trabajadora social, la técnica… les dice: «Quiero trabajar en lo que hacéis vosotras». Con convicción, aconseja, tanto a su yo en situación de maltrato como a cualquier mujer que esté padeciendo lo que ella: «No sirve aguantar, un hombre maltratador nunca cambiará. Hay que huir lo antes posible. Siempre te volverá a tratar mal aunque cuando sienta que vas a reaccionar se vuelva un poco bueno y llegues a pensar que no es tan malo. Pero a continuación siempre se volverá peor. Se hace el bueno para que no te vayas, pero eso no es un cambio, es manipulación». «Desde siempre fue malo conmigo, pero no lo quería ver. Yo tenía carencia de amor y fue el primero que me dijo que me quería, así que pensaba que no lo podía dejar. Por eso ahora digo a todas las madres del mundo que tienen que dar mucho amor a sus hijos: dad amor para que no lo tengan que ir a buscar a otro sitio», lanza.
Esta mujer reproduce también el patrón que muestran otras muchas víctimas de violencia de género: la disociación entre su cuerpo y su mente, entre sus poco más de treinta años de edad y su mentalidad que no ha madurado, porque su maltratador la infantilizó: «Esa juventud entre los 18 y los 30 años yo no la he vivido», lamenta.
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