«Hay cosas que veía normales, que no identificaba como violencia»
Ha cambiado el filtro a través del que observa el mundo, se prepara para elegir mejor e identificar a quien se acerque a ella con intención de manipularla o violentarla
Paulina R. es latinoamericana. En su país conoció a su maltratador, que es español. La trajo engañada a España. Y tras esa travesía por el Atlántico, el poder de él sobre ella se acentuó. Porque Paulina aquí estaba sola, aislada, y él se encontraba en su entorno. Cuando iniciaron su relación, tuvo que dejar de trabajar: «Me minusvaloraba, me decía que no jugara a ser 'Dora, la Exploradora', que me encargara de la casa, que cuando terminara mis ocupaciones, con mi hijo, que entonces podía pensar en salir o hacer ejercicio. Pero él hacía su vida, trabajaba, salía, incluso viajaba por varios países. También me controlaba económicamente».
«Sufría violencia emocional, física, me golpeaba. Cuando mi hijo cumplió año y medio fue cuando me golpeó por primera vez», confiesa. Así que intentó fugarse de casa media docena de veces. «Hubo muchos 'hasta aquí'», dice. Hasta que llegó el definitivo: él se enteró de que grababa las agresiones que sufría, la amenazó con matarla y entonces a la mínima oportunidad que tuvo cogió a su hijo y prácticamente con lo puesto se fue. Estuvo en la calle varios días sobreviviendo con el poco dinero que logró reunir y esconder en su casa. Pero pronto encontró la ayuda de Betania.
«Hubo muchos 'hasta aquí'», dice. Hasta que llegó el definitivo: él se enteró de que grababa las agresiones, la amenazó con matarla y entonces cogió a su hijo y con lo puesto se fue
Todo eso sucedió hace apenas ocho meses. Pero siente que la sigue controlando. Y en parte es así: él conserva el pasaporte del niño y eso le impide a la chica volverse a su país. De hecho, le hubiera gustado irse con su familia sin «entrar en problemas», sin denunciar. Pero quince días después de salir de su casa reunió las fuerzas suficientes para ir la Guardia Civil: «Parece fácil, pero no lo es. Yo tuve la suerte de que sentí apego y respaldo de una psicóloga, de una trabajadora social, que me dijeron 'venga, yo te sostengo, yo te acompaño'».
Se ha recompuesto relativamente rápido. Ocho meses después de salir de su casa ya tiene un trabajo: «Llevaba cinco años sin trabajar, sin sentir la satisfacción de tener mi dinero y gastar sin tener que justificarme. Ahora, aunque no estoy en mi casa, sino aquí, me siento como en mi casa y como si fueran mi familia. He recuperado la paz, la felicidad, la tranquilidad, sin agobiarme, sin tener ansiedad, con mi hijo y con mi fuerza», relata, en referencia a cómo vive en ese hogar de acogida de Betania. «Me percibo más fuerte, más independiente, me siento mucho mejor», afirma, con aplomo. Y con un compromiso adquirido de trasladar su testimonio por si es útil para otras mujeres que puedan estar en la misma situación que ella atravesó: «Que se crea a ella misma», arenga, haciendo alusión a cómo los maltratadores utilizan la estrategia del 'gaslighting' (luz de gas), que consiste en confundir a la víctima, negándole sus recuerdos, la información que recoge con sus cinco sentidos, diciéndole que está loca. «Que sepa que no está exagerando», insiste: «Puede decidir salir y terminar». «Si siente que es muy tarde, va a ser todavía más tarde si sigue ahí, porque nunca va a acabar», agrega: «Denunciar es lioso, pero el verdadero infierno es seguir ahí». Y eso que el proceso legal puede ser muy duro, por el cuestionamiento continuo, las dudas, o el «lo que pasó en tu país, se queda ahí» que ha tenido que escuchar ella en relación a la violencia que sufrió por parte de su pareja antes de venirse a España.
«Me he sentido fuerte buscando mi rumbo, me sigo sintiendo decidida a que ya no más, a que ya no vuelvo más. Porque si volviera con él sería peor, porque sentiría que todo lo que he hecho sería para nada: ¿Dónde quedaría el valor de mis palabras y de mi voz?»
Reconoce que se necesita mucha valentía para irse, para salir, para hacer frente a todo el proceso, la denuncia, las declaraciones, el revivir los hechos una y otra vez, pero apunta que después, transcurrido el tiempo, la víctima se va a sentir orgullosa de sí misma, de su fuerza, de sus arrestos, la va a empoderar. «Además, fuera hay gente para apoyarnos. El 'no estás sola' es verdad. Y cuando caes en buenas manos, de ahí, ya sabes, siempre para adelante», afirma. «Nunca en mi vida había sabido lo que significa ser resiliente. Me he sentido fuerte buscando mi rumbo, me sigo sintiendo decidida a que ya no más, a que ya no vuelvo más. Porque si volviera con él sería peor, porque sentiría que todo lo que he hecho sería para nada. ¿Dónde quedaría el valor de mis palabras y de mi voz?»: lo de abandonar a su maltratador, lo de no caer en la tentación de echarlo de menos, es un compromiso que ha adquirido consigo misma y también con todas las mujeres. Por eso, dice que alza su voz, por eso dice, «sí, yo he sido violentada y por nada del mundo me echaré para atrás». No deja que nadie la cuestione.
He cambiado «el filtro», asegura, a través del que ve el mundo. En el futuro sabra elegir mejor e identificará a quien quiera manipularla o violentarla
Todas estas palabras son el resultado de un trabajo muy grande estos meses en Betania, acompañada de sus profesionales: «Hay cosas que veía normales, que no identificaba como violencia; tenía mal diagnosticado lo que era violencia y lo que no». Y ahora dice que ya tiene cambiado el filtro a través del que observa el mundo. Ello, con el objetivo de, en el futuro, «elegir mejor» e «identificar a quien me venga manipulando o violentando». Para lograr esa toma de conciencia, ese análisis, ese cierre de la disociación que sufría entre su cuerpo adulto y su mente infantilizada, aniñada, fruto del maltrato y la minusvaloración, ha sido fundamental, dice, «que te crean, que estén a tu lado». «Ahora, aquí, en esta casa, siento calidez, me siento amada; ahora sé que lo de antes no era amor».
Su pequeño, de cortísima edad, vive con ella en la casa. ¿Le contará algún día lo que pasó, por qué tuvieron que coger cuatro cosas y echarse a la calle? En lo que por el momento está ocupada es en cuidar el corazón de su hijo y en educarlo para que sea cuidadoso con él y con las mujeres. En el futuro le contará con honestidad todo lo que ha sucedido, le hará saber lo fuerte que ha sido y que está en él no repetir patrones.
«Aunque me marché después de muchos años, lo hice. Cuando retrocedo a aquel tiempo, me duele, pero ocho meses después me siento como un correcaminos. Hace poco ni quería ir a una entrevista de trabajo y ahora tengo un empleo», comenta, aunque insiste en que se sigue sintiendo controlada, aún está en peligro: «Usa al niño para controlarme», alerta.
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