
De José de Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca (Málaga, 1811-Madrid, 1883) se ha escrito (casi) todo. Convertido por mérito propio en uno de los personajes más relevantes de la política y las finanzas del siglo XIX, llegó a ser considerado el hombre más rico en la España de Isabel II y sus biografías refieren incluso el detalle de que prestó dinero a la propia reina para que pagara a los soldados de la época ante la ruina de las arcas estatales. Ministro de Economía e impulsor de uno de los barrios con más fama y lustre de Madrid -el barrio de Salamanca-, su vida esconde sin embargo algunas anécdotas desconocidas para la mayoría.
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Por ejemplo, que su biografía puede resumirse en tres fechas claves de las que el resto de los mortales carecen: la de su nacimiento, la de su 'primera' muerte y la de su fallecimiento real. Porque el marqués de Salamanca, con apenas 23 años, fue dado por muerto por los médicos y llegó incluso a ser amortajado y velado. Para conocer la historia a fondo, hay que remontarse al año 1833, cuando por mediación del político y diplomático malagueño Francisco de Cea Bermúdez, José de Salamanca logra hacerse con la alcaldía mayor de la villa de Monóvar (Alicante). El archivo municipal de la localidad alicantina recoge todos los logros de su joven regidor, pero de entre todos ellos destaca su «valerosa conducta» durante una epidemia de cólera que asoló las provincias de Murcia y Alicante (y con ellas Monóvar) entre los años 1833 y 1834.
La implicación para ayudar a sus vecinos llegó al extremo que terminó contagiado de esta enfermedad y tuvo que dejar todas sus competencias. El deterioro de su salud fue tal que los médicos que lo atendían advirtieron que el desenlace sería inevitable y fatal. El escritor Florentino Hernández Girbal, autor de una de las biografías más extensas y detalladas del marqués de Salamanca, lo recoge de la siguiente manera: «Salamanca estaba atendido en aquella terrible enfermedad por el médico don Blas Ruiz, el boticario, el escribano don José Escolano, el matrimonio que tenía a su cargo la portería de la Casa-Ayuntamiento y el joven que vivía con él y que le servía de criado. Sumido en el lecho, los visitantes lo encontraron devorado por la sed, en pleno delirio, aquejado de frecuentes diarreas, con la respiración cada vez más difícil. Hasta que de madrugada lo dieron por muerto».
En efecto, después de la última convulsión del marqués de Salamanca los médicos lo examinaron y confirmaron su fallecimiento, de modo que los más cercanos comenzaron a preparar las exequias del joven alcalde. El marqués de Salamanca, que por entonces aún no contaba con ese título, fue amortajado y colocado en un camastro con cuatro grandes cirios en cada una de las esquinas. El velatorio le fue encargado a su criado, que se dispuso a pasar la madrugada cerca de su protegido y acompañado, además, por el ataúd de color negro que en unas pocas horas habría de recibir los restos del marqués de Salamanca.
Las crónicas de la época sobre cómo sucedieron los hechos en el velatorio del entonces alcalde difieren en algunos detalles de peso, pero todas acaban en el mismo punto: José de Salamanca y Mayol 'resucitó' en un momento de la noche, y así se recuerda aún en el pueblo del que fue regidor no sólo por el extraordinario acontecimiento, sino por la importancia que posteriormente cobraría su figura en la corte de Isabel II y que llenó de orgullo a sus convecinos.
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Así, en el mencionado libro de Hernández Girbal se recoge que «el criado se creía víctima de una alucinación al ver que su amo había abierto los ojos, se había incorporado, quedó sentado en el lecho y comenzó a hablar, lo que le llenó de espanto forzándolo a abandonar la estancia y a bajar la escalera gritando. ¡Ha resucitado!, ¡Ha resucitado!».
El relato que por su parte recoge el periodista Julián Sesmero Ruiz en el volumen editado por SUR 'Personajes de Málaga' enmarca la vuelta a la vida del marqués de Salamanca en otras circunstancias muy diferentes: «Se dejó en la alcoba el cadáver (…). A poco, llega el ataúd y el sirviente, que se ve solo en la habitación, siente la tentación de hurgar en los cajones de la cómoda. Y cuando más entusiasmado está revolviendo las cosas a la búsqueda de alguna presa de valor, despierta el 'muerto', que dándose perfecta cuenta de lo que ocurre, grita: '¡Bribón!».
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Sea como fuere, aquel episodio no lo olvidarían nunca ni el marqués ni su pueblo, del que se marcharía para ocupar posteriormente la alcaldía de Vera (Almería) y después todos los cargos y distinciones que lo convirtieron en uno de los personajes más poderosos e influyentes del siglo XIX. La muerte -la real-, le llegaría al malagueño casi medio siglo después, en 1883, en su palacio madrileño, donde se recluyó tras arruinarse y perderlo todo a causa de la construcción e impulso de su proyecto soñado: el barrio de Salamanca.
Nacido en Málaga, 'resucitado' en Monóvar y fallecido en Madrid, Hernández Girbal deja constancia de uno de los últimos murmullos del gran marqués antes de entrar en agonía y morir: «Esta vez va de veras. No me pasará lo que en Monóvar». Y así ocurrió.
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