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En uno de los bungalós está sentado una pareja y disfruta de una brisa agradable. La playa se vislumbra en el horizonte y está a ... menos de cinco minutos a pie. Del piso de Ciudad Jardín a Benajarafe apenas hay 30 kilómetros, pero para José Silva, 78 años, que ha sido taxista en Málaga durante toda su vida, hay una distancia enorme en cuanto a calidad de vida.
Sabe lo que es funcionar acelerado y conoce las jornadas laborales que exceden de largo las diez horas. «Desayunar, ir a darnos un baño, descansar un poco, luego comer algo y vuelta a empezar», explica que la rutina que vive hoy poco tiene que ver con la que tenía antes de jubilarse.
En la capital, el terral, ese famoso viento que tanto recuerda a un secador caliente enchufado, está haciendo de las suyas. Otra ola de calor en este verano y ya no se sabe si es la tercera o la cuarta. Cinco grados menos, mínimo, haría aquí, en pleno corazón de la Axarquía.
Hay cosas que forman parte del imaginario colectivo de cualquier niño que haya nacido en la provincia de Málaga entre los 80 y los 90. El camping de Valle Niza es uno de los más antiguos en la provincia de Málaga. El padre de Emilio Domingo, el actual dueño, lo fundó en 1981. Una de las primeras licencias que constan en el registro de la Junta de Andalucía son para este espacio, que se extiende a lo largo de 24.000 metros cuadrados.
Nunca antes el camping ha estado tan de moda como ahora. La pandemia, con los impedimentos para pasar de una provincia a otra, hizo que muchos lo probaran por primera vez. La cuota de fidelización ha sido alta. El incremento de precios en los hoteles ha sido el última catalizador para una forma de viajar que se remonta a los años 50, cuando en países de Europa como Alemania, Francia o Holanda se empezó a viajar las vacaciones se consolidaron como otra conquista social.
En el camping de Villa Niza conviven malagueños, turistas que vienen de fuera y extranjeros que se pueden tirar medio año aquí. La mayoría, jubilados que vienen en busca del buen clima y de una calidad de vida que, aseguran, no encuentran en sus países de origen. No solo la playa está cerca. Hay un gimnasio, un parque para niños, una piscina y hasta una sala para hacer yoga. En un tablón de anuncios se enumeran las distintas actividades previstas a lo largo del día.
Si se recorre uno de los senderos que delimitan las parcelas, en la parte norte del camping, uno se encuentra con personas como Rocío Giménez. Es una mujer amable que no ahorra en sonrisa y que ofrece muestras de temperamento. Cuando empieza a hablar del camping, se le iluminan los ojos: «Yo ya vine aquí con mis padres. Para mí es la mejor manera de viajar. Estás en la naturaleza y tienes la libertad de moverte como quieres».
Ella es otra de las fijas en el camping. Desde que los niños recibieron las vacaciones, se mudaron hasta aquí. Las visitas para darle vuelta al piso de Teatinos, donde vive el resto del año, se convierten en una obligación tortuosa. «A mi marido se lo dejé claro desde el minuto uno. Él no era 'campista', pero yo se lo contagie», dice y lo hace como si fuera un motivo para sacar pecho. Escuchando a la otra parte implicada, en cierto modo, lo es.
José Antonio Gutiérrez, 47 años, está sentado delante del bungaló en una silla de playa. Atiende el móvil para solventar alguna llamada de trabajo. Es el director de una empresa comercial y ahora es un defensor más de una manera de viajar que muchos consideran, más bien, un estilo de vida. «Aquí te olvidas de todo. Los niños están a su aire, juegan con sus amigos y no te dan problemas», reseña.
Camping, en algún momento, tenía fama de ser una manera de viajar 'low cost', ideal para aquellas personas con ganas de ahorrar y sin intención de planear las vacaciones con medio año de antelación.
Pero hoy, los camping se han convertido en pequeñas ciudades flotantes, con todo tipo de servicios y que, en algunos aspectos, se parecen mucho a una estancia hotelera al uso. Los precios también han subido. Algo que se debe al aumento de la demanda y a nuevas tendencias como el denominado 'glamping'. Es un cruce de palabras entre camping y glamur. En vez de dormir en tiendas de campaña al uso, se trata de estructuras fijas que ofrecen un confort notable.
Emilio Domingo, propietario del Valle Niza, asegura que el gremio se ha profesionalizado mucho en los últimos años y ha logrado atraer a clientes que antes no contemplaban pasar por aquí: «Solo hay que ver los coches que aparcan aquí», menciona Domingo y señala a un Audi Q5 y un Porsche Macan, listos para salir del camping. La demanda por el camping, añade, no deja de crecer.
Hay que personas que vuelven de manera regular a los lugares en los que han sido felices. El inglés le ha puesto vocabulario a este concepto: 'Happy places'. Salvador y Raquel han encontrado uno de estos lugares felices en Benajarafe. Los dos se definen como «amantes del aire libre» y reconocen que en el camping encuentran la libertad que no perciben en su piso en Málaga, que, en ocasiones, se percibe como demasiado pequeño. Una mirada a su parcela revela una organización perfecta dentro de lo que podría ser un cierto caos para el ojo inexperto.
Frente a la tienda de campaña se extiende una mesa grande que ofrece espacio para más de seis personas. El día empieza sin despertador y después sigue por una senda en la que los problemas cotidianos quedan lejos. La hora del aperitivo es sagrada para Salvador, que no duda en ofrecer «una cervecilla». Hoy prepara un arroz y cuenta con la vista de unos primos, que están en una parcela cercana. Es otra de las características del camping: un ambiente familiar. Parece que todo el mundo se conoce. Y si no, se van conociendo. Los niños juegan en el parque y los padres se despreocupan. Para la mayoría que pasa por aquí, no existe otra manera de viajar. El camping, además de evasión, es su estilo de vida.
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