
«El virus ya no me asusta, lo que me asusta es el hambre»
Gastón Guzmán, camarero ·
Subsiste con 700 euros al mes de ERTE y se ha visto obligado a volver a compartir piso a sus 46 añosSecciones
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Gastón Guzmán, camarero ·
Subsiste con 700 euros al mes de ERTE y se ha visto obligado a volver a compartir piso a sus 46 añosEn los últimos años, Málaga ha experimentado una eclosión turística. Un destino urbano de primera, regado con la llegada de miles y miles de turistas. ... En paralelo, se fue desarrollando un ecosistema de bares y restaurantes que se ha nutrido de los visitantes que llegaban de fuera. Cada año superaba al anterior. El Centro se había convertido en el punto caliente. Un nuevo restaurante abría por semana. Sirviendo un producto aceptable, el volumen de personas era suficiente para llenar las mesas de cualquier comedor. No había barreras sociales de ningún tipo. En este ambiente también se movía Gastón Guzmán, un hombre espigado de 46 años, que ha trabajado los últimos diez años de camarero en Málaga.
Gastón, hasta la llegada de la pandemia, era el jefe de sala en La Luz de Candela. Un restaurante con comedor espacioso, ubicado en la calle Dos Aceras. Casi 1.000 opiniones positivas en Tripadvisor dan fe de un buen hacer. Desde el turista hasta la última versión del hipster malagueño habrían peregrinado todos los días hasta aquí, por lo que el local podía abrir durante toda la semana. Gastón, que ahora sube las persianas de un local que permanece cerrado, se movía con destreza entre las mesas para llevar a sus destinatarios platos con cuit de foie gras o carpaccio de rodaballo, dos de los platos más solicitados de la carta.
Hasta hace un año, era un trabajador más en el sector de la hostelería. Los horarios, señala, eso ya se sabe, no son los mejores. Pero si te gusta la hostelería de verdad, disfrutas porque sientes que estás en lo tuyo. A Gastón, pelo gris, le gustaba su trabajo. Con un sueldo mensual de 1.200 euros, a los que habría que sumarle lo que dejan las propinas, le daba de sobra para vivir. «Mi suerte ahora es que no tengo nadie a mi cargo. No me quiero imaginar lo que es pasar esto para alguien que tiene hijos».
Con pasar esto, Gastón se refiere a la situación a la que se ha visto abocado por culpa de la pandemia y de las sucesivas restricciones que imponen las administraciones para rebajar los contagios. En marzo llegó el primer estado de alarma y para él supuso un inciso importante en su vida. Para mal. Desde entonces, es uno de los muchos camareros que están en un ERTE, una especie de respiración artificial que le ha llevado hasta el borde de la subsistencia. «Ahora cobro 700 euros. Con la mala suerte de que justo antes de la pandemia me mudé a un piso más grande por el que pago justo eso, 700 euros».
Parece una mala ironía del destino. Gastón todavía se acuerda cuando entró por primera vez en su nuevo apartamento. «Coincidió con el primer día del confinamiento. Si llego a saber lo que pasa, no me cambio». Si llego a saber lo que pasa es una de frases más repetidas en la conciencia de muchos. La vida puesta del revés de un día para otro. El ejemplo de Gastón es representativo para miles de profesionales del sector. Pone de relieve la fragilidad de una economía personal en la que lo que entra al principio de mes se liquida en su práctica totalidad. «Lo poco que tenía ahorrado me lo he gastado para pagar el alquiler del piso». Para evitar acabar desahuciado, ahora comparte el piso con un amigo. No es lo que tenía pensado a sus 46 años, pero con la vida pausada, en el fondo, agradece la compañía.
Los últimos meses, a nivel anímico, los resume como «una locura». Contagiarse por el coronavirus, a estas alturas, es lo que menos le preocupa. Es una frase que se repite casi a diaria en la calle. Es cruda porque pone de relieve el dilema entre economía y sanidad. Hace que salgan preguntas que nadie se quiere plantear en el debate público. Gastón quiere saber dónde está el límite. ¿Hasta dónde es ético salvar vidas si a cambio significa arruinar otras, dejar a alguien como él, 46 años, sin perspectiva? «Con mi edad va a ser difícil encontrar algo. A mí si no me mata el virus me va a matar el hambre», concluye.
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