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José Luis Sánchez Domínguez, en su despacho. Migue Fernández

José Luis Sánchez Domínguez, un triunfador discreto con mono de encargado

Vidas con huella ·

Una vespa fue la entrada –250 pesetas– para el motocarro con el que se puso a llevar a paso de gallina botellas de oxígeno para consultas, talleres y obras. El boom de los 60 le señaló el volantazo de su vida y en el negocio de materiales y construcción cogería altura de halcón. Sánchez Domínguez, el fundador de Sando , dejó con 13 años la escuela porque no veía bien, pero tenía clara la visión de su proyecto, en el que sigue a pie de obra

Domingo, 9 de septiembre 2018, 00:36

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Sabe lo que es el riesgo, incluso el de la propia vida cuesta abajo y sin frenos. Cuando se rodaba en los negocios siendo quinceañero ... sobrevivió a un aparatoso accidente. El camión con hortalizas del almacén de aquel tío suyo sin hijos de Lucena con el que se había ido a trabajar acabó estrellado cerca de la cárcel de Antequera. Siete décadas después, a la vejez, se daría de bruces con un desgaste injusto en los casos Mercasevilla y los papeles de Bárcenas. En los dos casos fue finalmente absuelto tras años de instrucción, diez en el primero. En él se vio ante la jueza Alaya, «que daba por ciertas cosas sin prueba ninguna, que ella se imaginaba o que le habían contado. Una canallada. El calvario ha sido muy doloroso», sentencia para reclamar más medios para la Justicia «por que si no, no seremos un país de progreso». Las heridas recientes han sido mucho más profundas que las del accidente de primera juventud. «La chaquetilla que llevaba puesta se quedó inservible por el ácido de la batería y el gasóil, que me cayeron encima, pero sólo tuve rasguños», refresca un milagro con autor: «Aquel chófer tuvo la pericia de enfilar un terraplén para que no acabáramos estrellándonos contra las casas». La empresa Sando también ha vivido situaciones difíciles en la última década, encajando los golpes de la peor crisis con activos devaluados y la caída de la carga de trabajo. La empresa camina del medio siglo, con 2.300 familias detrás. «El éxito no me transformó, no me escondo de nada ni presumo de nada, pero por supuesto que no me hunde ningún fracaso», asegura este octogenario que va cada día a la oficina en un utilitario eléctrico y que no suele perderse acto donde se hable de futuro de Málaga, y sobre todo, de infraestructuras. Le gustan más las que plantean los mayores retos técnicos, y algunas dejó pasar. Otros tiempos. «A principios de los 90 teníamos 3.000 trabajadores, pero había obras que no podíamos asumir. Una obra habla por nosotros, y yo nunca he cogido una si no tenía los mimbres», resume la política para llegar a ser líder en Andalucía y la primera constructora no cotizada del país. Practica últimamente pilates –«cosas de Paqui, y me está gustando»–, agradece la receta de su mujer para mantenerse ágil. No deja de ser una elección personal, nada que ver con la dieta severa acordada por el grupo con 18 entidades financieras desde 2017. Desde ese año aligera el peso de activos, hace caja con participaciones empresariales –metro incluido– y diversifica su negocio para añadir a su oferta como concesionaria de parkings, hospitales o autopistas negocios como la recogida de basuras de Rabat y Tánger.

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