

Secciones
Servicios
Destacamos
Parece inquieto, pero vuelve a ser él cuando encuentra por fin el tabaco de liar, que se le ha caído. «La vida es una broma luminosa». El eslogan de su estado anímico ya le acompañaba antes de asegurarse las neveras futuras y acariciar una larga vida a sus 30 años, influencia tal vez de su reciente viaje a Japón junto a su pareja, Laura. Menos dejar de fumar, de allí viene con la lección estudiada para vivir largo: «practicar la lentitud, mucha verdura y cultivar un jardín». El suyo de las palabras dio una cosecha única, aunque con Montoro de aparcero. David Leo García luce maneras de letraherido, y eso que podría ir por ahí endiosado de laureles, pero la edad del pavo -también la del pavo real del rapsoda- le queda lejos a este poeta precoz. Prefiere ahora que ha logrado «el pasaporte a la calma» ir apenas con una pequeña libreta para cuando le asalta la ráfaga: «Saco de donde puedo. No tengo momento creador. Soy cada vez más caótico, sin rutina. Voy a impulsos», describe una artesanía poética a punto de reeditar 'Dime qué', el poemario que solo estuvo un año en la calle porque aquella editorial chilena quebró.
Tampoco está por la labor de poner a rendir su potente capital mediático desde que con 18 años debutó en 'Gran Slam', y ya no paró en los platós de concursos con su prometedor 'plan A' frente al precariado en las academias para extranjeros y el paro. «Me llama mucho la atención la de veces que me han preguntado en qué me gastaré el dinero. Parece como si tuvieras que obsesionarte con eso y conseguir más. Yo lo que quería es gastarlo poco a poco y si es posible que me dure toda la vida. El objetivo del dinero es no tener que preocuparse por él», reafirma con heterodoxia de millonario sin caprichos de millonario. Le debe mucho a esa banca personal con sello del padre, economista, que puso el dinero del pequeño de los cinco hijos a trabajar. El único poeta al que han prestado atención tres millones de telespectadores el famoso día del rosco después de 109 programas ha rechazado ofertas como proveedor de «sensibilidad rudimentaria» en verso para carpetas adolescentes. «Me buscaban no por lo que escribo sino por la televisión», despacha su negativa. Pero Leo no siempre pudo apartar jornales alimenticios, incluso muy mal pagados.
«¿El más abyecto? Un informe que hice sobre si convenía traducir una novela en inglés de 300 páginas. Fueron 20 horas de trabajo, 1,5 euros la hora. Ahora me he metido en twitter para que se conozca mejor lo que escribo sobre cine en 'Le Cool', pero no tengo Instagram por ejemplo», justifica un giro por amor al cine, parte de su dieta emocional, con butaca también para cantautores, chansonniers, para Franz Ferdinand y hasta «la música electrónica, pero sólo para las vísceras». «No concibo la crítica de cine como prescripción, sino de forma transversal, como búsqueda de referentes, de relaciones en las que indagar» , defiende su nuevo empeño en Barcelona -«un festival al mes»-, el inmejorable ecosistema para un cinéfilo nocturno que guiña a sus contactos en su 'whatsapp' sobre un imposible cotidiano: «En el gimnasio»
Algo peor que el bucle político del 'procés' -«Con consignas no se llega a ningún lado»- lleva la agenda social: «Me veo con amigos que no pueden trasnochar y eso es duro». Leo sonríe y ríe mucho, conversa y responde con trazas de curiosidad más que de ego, curado quizás de tantos clásicos diseccionados por lecturas y deformación académica. Su infancia fue feliz, sin recuerdos de videoconsola propia ni paga semanal. Tuvo juventud sin querencia de moto. De caprichos al uso -salvo viajar- viene curado de familia -cinco hermanos, madre profesora y padre bancario-, un 'club de fans' en el que sobre todo ha aprendido, dice, austeridad y humildad. También sinergias creadoras: dos hermanos hacen música, y otro, cómics. Le pirraba someterlos al trivial como a un postre premonitorio de concursante estajanovista capaz de chutarse las 90.000 palabras del diccionario. Leo vive junto a la poesía desde el acné. 'Las mil mejores poesía de la Lengua Castellana' -«de los pocos libros de poesía que había en casa»- le inocularon el primer virus con Quevedo y otros portadores. Aunque empezó por error administrativo bachiller de Ciencias, acabó en Letras. ¿Empollón? «Nunca. Una vida bastante convencional. No me ha gustado estudiar mucho ni he infringido grandes cosas, pero me lo he pasado muy bien», dibuja su adolescencia con el premio Hiperion -'Urbi et Orbi'- como el gran aviso a los 17.
Tras la carrera de Filología, beca en la fundación Gala, éxodo a Barcelona a los concursos con empeño de opositor. «Siempre me ha interesa casi todo porque todo está relacionado. Veo muy cerca el afán de un científico por descubrir y el de un atleta por una marca. Y en la poesía, también. Alguien que mira hacia adentro, que no tiene como meta superar lo que se ha hecho antes, sino ofrecer algo nuevo», se diagnostica sobre una carrera literaria que sigue. Lo contrario sería uno de esos 'noes' que pesan como una enciclopedia.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.