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A. GARRIDO / ESCRITOR
Domingo, 13 de noviembre 2016, 02:01
Si dijéramos que en estos días de plácido otoño rondeño Leocadio Corbacho es noticia, estaríamos faltando a la verdad de una realidad que a ninguno de los que aquí vivimos se nos escapa, porque él es noticia a lo largo y ancho de todo el año, sin que, en modo alguno, sea un pretendido fin. Pero o bien, empeñado en celebrar concursos en los que se pone en liza la habilidad manual como cortadores del exquisito jamón, y en los que, antaño, tanto él como sus hijos cuando participaban nadie los abatía; ya al volante de esos automóviles del pasado, del que es tozudo coleccionista, o igualmente como embajador universal del nombrado producto del cerdo de nuestras tierras que lleva a horizontes tan alejados de los nuestros, que ni constan en los mapas, poco o nada para. Porque tampoco a nadie se le oculta que si, por ejemplo, allá por la mediación de los años del siglo precedente otro rondeño, Martínez Astein, con su celebrado restaurante, sito en pleno corazón de Londres, en Picadilly Circus, difundía platos serranos hasta dotarlos de una excelente fama, mucho más se ha adentrado Leocadio por las entrañas de esa geografía culinaria, exportando a manos llenas, por doquier, sin obviar fronteras, llevándola en propia mano otras veces, esas sabrosas gollerías que constituyen sus jamones o las lonchas de estos.
Por toda esa propuesta gastronómica, navegando a plena vela por el ancho mundo, no tendremos para él y su incesante dinamismo más que entusiasta admiración; pero, para que no se nos quede nada en el tintero, cabe decir, confesémoslo ahora, que otras circunstancias de su vida, por no haberlas acumulado nosotros, nos producen una tremenda envidia. Ahí no es nada: criarse, crecer en lugar tan renombrado como en morada de la Virgen de la Cabeza; allí donde el Tajo es campo labrantío si se desploma; eremitas grutas, si se mantiene, o berroqueña ladera si se eleva buscando las montaraces cumbres; donde el abismo es, a la vez, puente, lontananza, nostalgia, mesura y desmesura, esplendor y metafísico paisaje, diáfano y enigmático, indescriptible poema.
Y la envidia sube un peldaño adicional al enterarnos de que, pared con pared, compartió la vivienda familiar de su niñez, la de la ermita, con el formidable Bomberg, el pintor que a Ronda vino con un propósito estético en mente, el de trasladar la complejidad y esencia de ese divino escenario a las solemnes y plásticas apreturas de un lienzo. Constancia generosa queda en museos y galerías de que no fue vano el intento; y para la memoria sentimental de Leocadio Corbacho, que, en más de diez ocasiones y en más de veinte, él medió como candoroso acólito a ese éxito del arte con mayúsculas, cargando con el caballete y bártulos de pintar del artista.
Un mucho de museo y de ese aire calmo que aún se respira allí, en el entorno de la rocosa ermita de la Cabeza, anda instalado en sus nuevos, ordenados, originales y vastos locales, muy recientemente inaugurados. Con unción, en sus hermosos interiores, con nostalgia y cariño, nos rememora esos años de infancia y Bomberg. Como en un libro nuestro de próxima publicación, '100 extranjeros del siglo XX descubren Ronda y Serranía', tendremos oportunidad de hablar con más detenimiento de todo eso, aquí lo dejamos.
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