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fernando miñana
Viernes, 13 de marzo 2015, 20:23
Rubén Castro es una de esas personas que jamás pasa desapercibida. Se ríen en Sevilla, siempre tan especial, de su fama de ave noctámbula y de su gusto por los casinos porque, dicen, «los hay mucho peores, pero hacen menos ruido». El delantero del Betis es el ídolo del Benito Villamarín, pero no solo es famoso por sus goles, también por asuntos menos estilosos, como la acusación de malos tratos a su exnovia por la que el fiscal le pide dos años de cárcel.
La polémica le persigue desde que fue señalado por golpear a su chica, pero en las últimas semanas se ha avivado ferozmente por dos motivos: los desafortunados cánticos de un grupúsculo de la hinchada justificando la presunta agresión«Ruben Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien» y la torpeza del delantero cuando, en el día de la mujer trabajadora, le sirvieron en bandeja la posibilidad de dejar una declaración que limpiara su imagen cuando le preguntaron si le parecía mal. «Mal no: cada uno es libre de decir lo que quiera».
Por la noche, azuzado por el club, reaccionó y, a través de Betis TV, con ese acento donde se enredan el canario y el andaluz, pidió disculpas. «Esta mañana no me he expresado bien. Que quede claro que estoy en contra de la violencia en todas sus formas y en contra de cualquier manifestación que la justifique». Como un remate en fuera de juego.
A la afición del Betis, como tantas y tantas de otros rincones de España, le da igual su vida privada mientras sigan llegando los goles. Y Rubén Castro ya lleva un carro con la camiseta de rayas blancas y verdes. El domingo, sin ir más lejos, el día que dejó pasar la oportunidad de afear los cánticos machistas de sus seguidores, los radicales Supporters Gol Sur, le enchufó tres al Valladolid. Eran el número 100, el 101 y el 102 con el Betis. Atrás quedaba el 95 que le convirtió en el máximo goleador de la historia del club.
Su entrenador, su guía
Cuando alcanzó la centena salió corriendo a dedicárselo a su entrenador. No por peloteo, sino por lealtad. Porque si Rubén Castro es alguien en el fútbol es gracias a Pepe Mel, con quien enderezó su rumbo errático, con quien cristalizó en un goleador de garantías. Primero en el Rayo; después en el Betis, donde se siente tan feliz que ni siquiera en vacaciones quiere salir de Sevilla.
La psicóloga del Betis El día que Rubén Castro marcó en el minuto 94 de un partido de 2012 y se fue al banquillo a abrazar a una mujer desconocida, la vida de Patricia Ramírez dio un vuelco.
¿Quién era? Tras aquella dedicatoria, la psicóloga del Betis se convirtió en una celebridad y al día siguiente recibió cerca de cien peticiones de entrevista. Todos querían saber quién era.
Rubén Castro nació hace 33 años en la Isleta, un barrio pobre de Las Palmas de Gran Canaria. Es el pequeño de cinco hermanos en una familia donde el balón era su juguete. Dos de sus hermanos, Guillermo y Álex, también se dedicaron a patear la pelota, aunque ninguno con el instinto de Rubén, que posee lo más preciado de su deporte: el gol.
En sus inicios en Las Palmas ya se distinguió por su olfato. Marcaba con soltura ante el portero que fuera, incluido Casillas, a quien le metió dos goles en un triunfo de Las Palmas ante el Real Madrid que aún se recuerda. Un año llegó a convertirse en el pichichi de Segunda División y aquello le catapultó a retos mayores.
El Deportivo le echó el guante creyendo tener al nuevo Claudio Barragán. Pero acabó desquiciando al presidente Lendoiro, quien, harto de tan pocos goles y tan abundantes escapadas nocturnas, se lo cedió al Albacete. Allí no dejó un buen recuerdo. Era más fácil verle de fiesta que celebrando goles: tres en 22 partidos. La grada no se lo perdonó. Volvió a La Coruña y volvió a desesperar al club. Otra cesión. Al Racing. En Santander habrá quien ni le recuerde, pues solo disputó un partido. Entonces llegó Tarragona.
Al casino de Zaragoza
Allí pisó el acelerador en el campo tuvo un buen inicio de temporada y los feligreses del Nàstic le idealizaron y en la carretera. De Tarragona a Barcelona y media vuelta. Por el camino fue dejándose los puntos del carné. Como cuando fichó por el Huesca, una ciudad que parecía no cumplir sus expectativas, así que se marchaba con un Porsche a Zaragoza en busca de ruletas y crupiers.
Hasta que recaló en Vallecas, donde se encontró con Pepe Mel, el hombre que siempre confía en él y le defiende. Se lo demostró llevándoselo al Betis, donde ya es leyenda. Pero en Sevilla también conoció a Laura Pavón, la mujer que le denunció porque, según ella, después de un Betis-Zaragoza en mayo de 2013, le propinó «varios puñetazos y bofetones». Por eso tiene una orden de alejamiento y está a la espera de juicio. Mientras llega, siguen sus goles y sus escapadas, la última, con cachimba incluida. Ahora tiene otra novia, la alicantina de 24 años María Hernández, antigua tronista de Mujeres y hombres y viceversa y portada de Interviú. Está embarazada y cada vez que Castro marca un gol, el delantero se coge los mofletes para dedicárselo.
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