La mina de oro
José Ángel Fernández Villa manejó durante años los hilos del poder en Asturias. Sus allegados se preguntan para qué podía querer una millonada un hombre al que «solo le gusta mandar»
carlos benito
Lunes, 13 de octubre 2014, 01:27
Hace un par de años, José Ángel Fernández Villa participó en una de sus últimas movilizaciones antes de retirarse de la vida pública. Fueron, cómo ... no, unas protestas en defensa de la minería del carbón, y este histórico del sindicalismo asturiano no dudó en encararse a un jefe de policía paisano suyo: «Yo llevo sesenta años en primera línea de este negocio», le espetó, con el pañuelo rojo al cuello y la convicción de siempre, indiferente a su salud delicada. Da la casualidad de que, justo la víspera de aquel encontronazo, el 4 de junio de 2012, había entrado en vigor la amnistía fiscal puesta en marcha por el Gobierno de Rajoy. Ahora se ha sabido que Fernández Villa, el icono de aquella y de tantas otras manifestaciones, aprovechó la ventana legal para regularizar 1,4 millones de euros de procedencia desconocida. La investigación puesta en marcha por Hacienda ha provocado su expulsión del PSOE y de SOMA-UGT, el sindicato que encabezó durante más de tres décadas, y también ha ensombrecido todo un periodo de la historia de Asturias, del que Fernández Villa fue columna vertebral.
Lo de los sesenta años puede parecer una exageración, dado que José Ángel Fernández Villa, pese a ciertas imprecisiones sobre su fecha exacta de nacimiento, debe de andar ahora por los 71. Pero lo cierto es que prácticamente mamó el obrerismo minero en Casa Hermógenes, el bar y colmado que sus padres Hermógenes y Ludivina regentaban en la parroquia langreana de Tuilla. En aquel negocio de pueblo se fiaba a las familias en tiempos de huelga, y el pequeño José Ángel aprendió a admirar a los hombretones que defendían sus derechos con testarudez y firmeza. Empezó a trabajar a los 14, de pinche en la construcción, y con 16 lo contrataron ya en el pozo Santa Eulalia. Fueron años agitados, de asambleas ilegales, despidos y nuevos empleos, y Fernández Villa recaló incluso en Barcelona, donde ayudó a su tío en el Centro Asturiano. «Algunos que le vieron allí echar sidra aseguran que era un gran escanciador», recoge José Ramón Gómez Fouz en Clandestinos, donde también airea algunos trapos sucios del joven Fernández Villa: según el libro, fue confidente de la Policía entre 1973 y 1976, lo que le valió un puesto en Ensidesa, ese destino metalúrgico que los mineros de entonces contemplaban como un paraíso.
En 1976 volvió a la mina y empezó su fulgurante carrera sindical. Fernández Villa, secretario general del SOMA desde 1979, protagonizó lances cruciales de la historia minera, desde las movilizaciones de los años 80 cuando dijo aquello de que, para cerrar un pozo, tendrían que pasar sobre su cadáver hasta el encierro del Pozo Barredo en la navidad de 1991. Pero esa cadena de momentos emblemáticos da una idea muy pobre de su papel en Asturias, del mismo modo que sus cargos políticos, de senador y diputado autonómico, son solo un pálido reflejo de su influencia real. Los mineros asturianos de aquellos tiempos más de 20.000, con un índice de afiliación a sindicatos que se acercaba al cien por cien eran una especie de ejército que determinaba la vida política, gracias a su control de las ejecutivas locales entre el Nalón y el Caudal, y el hombre que manejaba toda esa red de poder era Fernández Villa. Él movía los hilos del Ejecutivo regional, de Cajastur y también de las propias minas, al estar a cargo de la chequera, esa potestad casi divina de decidir quién bajaba al pozo y quién se salvaba como liberado sindical. Para los directivos de la empresa pública Hunosa, negociar con él podía convertirse en una pesadilla: «Yo ya he hablado con Alfonso», les puenteaba el sindicalista, íntimo de Guerra que ayer admitía su «gran decepción» y «desaliento» ante las últimas noticias y alma de las fiestas socialistas de Rodiezmo.
Tigre y abogau
«José Ángel tiene un sentido acusadísimo del poder, de cómo arrimarse a él, de cómo conseguirlo. Siempre detecta hacia dónde van las cosas», explica un allegado, que destaca su variedad de registros: «Sabe ser frío y duro, pero también emocional, adulador...». Por algo sus compañeros de juventud en Ensidesa le bautizaron el abogau de Tuilla. Pese a su imagen pública y a su otro apodo de el Tigre, quienes lo han tratado de cerca le describen como un hombre temeroso que se crece al sentirse en un entorno seguro, arropado por los compañeros de partido y sindicato o por los vecinos de su pueblo.
De hecho, más allá de las consideraciones sobre la honestidad que siempre se le supuso, la millonada oculta ha sorprendido a sus camaradas por su aparente inutilidad: ¿para qué diablos quería tanto dinero un hombre de costumbres modestas que trabajaba «veinticinco horas diarias» y que, «obsesionado» por su tarea, solía prescindir de las vacaciones? «Ni siquiera tiene grandes aficiones le da vueltas un conocido. Bueno, solo una: le gusta mandar».
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