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En una época en la que el egocentrismo y el egoísmo se han convertido en dos de las grandes penitencias, es de agradecer que alguien ... pare el mundo, te dé un bofetón de realidad y te recuerde que tú y tus problemas no sois siempre lo más importante. Laura Sánchez era de las que pensaba que con la llegada de los 30 años comenzaba un nuevo ciclo, que era tiempo de cambios, pero no imaginaba que su vida, en apenas un segundo, se tornase pesadilla. Acababa de salir de una de esas interminables guardias de 24 horas en el Hospital Costa del Sol de Marbella. Estaba agotaba, sólo deseaba llegar a casa, pero el cansancio pudo con ella. «Me dormí al volante. Pasaba por una rotonda, pisé un borde de cemento y el coche dio una vuelta. Se aplastó el techo contra el asiento, la columna me hizo un zigzag y me tocó la médula por varios sitios», relata.
De repente, ya nada volvería a ser lo mismo, sólo que ella aún no lo sabía. Era positiva, siempre lo ha sido, pero en su interior era consciente de que algo no iba como debería. Hasta que pasó un mes y medio hospitalizada (pasó del Clínico al Hospital Virgen del Rocío de Sevilla) no reunió el valor para hacer la pregunta: «¿Volveré a andar?» «La doctora me dijo que tendría un 10% de probabilidades y yo pensé que si tenía un 10%, iba a ir por ello». De hecho, con su férrea convicción, explotó al máximo ese porcentaje, el que le permite que a día de hoy sea capaz de ponerse en pie para subirse a su coche adaptado o trasladarse entre máquinas del gimnasio.
Pero no, no fue en Andalucía donde le impulsaron a mejorar. Sánchez buscó ayuda desesperada, quería volver a sentir que podía valerse por sí misma. Y esa mano se la tendieron en Cataluña. «La Junta de Andalucía no me derivaba al Hospital de parapléjicos porque ya no financiaban los ingresos. Eran 15.000 euros al mes de rehabilitación. Mis padres querían vender su casa… Pero me fui a Barcelona, al Instituto Guttmann, al Hospital de Neurorehabilitación, conseguí una plaza allí y estuve nueve meses en rehabilitación. Me tuve que empadronar en Barcelona (allí viven sus tías) y conseguí una plaza allí con mucha suerte. Todo me lo financió la Generalitat», recalca.
Allí fue donde volvió a nacer, donde comenzó a darle sentido a su nueva vida. «Ellos me volvieron a enseñar a vivir: a vestirme, a manejar la silla, a subir y bajar escalones, a ducharme… Y luego la rehabilitación física y psicologica. Te enseñan a tener una vida independiente», explica. Es lo que ella quería: dejar de sentirse impotente, incluso inútil. Después de aquello completó una importante fase: la aceptación.
Fue también en este centro donde conoció a personas en su situación que se refugiaban en el deporte y supieron convertirlo en su modo de vida. Fueron su ejemplo. Probó el esquí, surf, pádel y baloncesto adaptados, pero nueve años después encontró su camino en el remo. «Empecé en noviembre. Lo descubrí a través de otro hombre con una discapacidad similar que entrenó también remo aquí, en el Real Club Mediterráneo (RCM)».
Cuando llegó, fue uno de sus más prometedores entrenadores y remeros, Ramón Gómez Cotilla (también psicólogo), el que aceptó el reto, porque no es fácil enseñar de cero a una persona en sus circunstancias. O eso pensaba. Su gran estado físico y su carácter decidido, bromista y extrovertido la han convertido en una de sus mejores alumnas. Gracias a la Federación Andaluza, cuenta con un bote adaptado a su minusvalía. Es un skiff con unos patines laterales para mantener la estabilidad. Además, usa un asiento especial con unos cinturones que mantienen firme el tronco.
En pocos meses, se desenvolvía como pez en el agua, hasta tal punto de que en abril, en el Open nacional, hizo historia del deporte español en su categoría, PR1, en la que sólo se rema con los brazos. «La Federación nos explicó que no había ningún perfil como el mío en España, que yo era la primera mujer que competía en esta categoría en el Nacional». Le sorprendió, pero también la impulsó a soñar en grande. En las regatas que ha disputado o bien ha remado sola o le han dado la posibilidad de competir con los hombres de PR1. Aquí está sola, pero sabe que fuera hay más como ella. «Unos Juegos Paralímpicos serían lo máximo, aunque es muy complicado. Pero sí me ilusiona competir a nivel internacional. Este accidente me cambió la vida, pero también me ha dado la oportunidad de ver lo que puedo hacer».
Ahora es la luz del RCM, tiene ese aura especial que transmite alegría y optimismo por donde pasa. Acude cada día a las instalaciones a entrenar. Así es como mata el tiempo en la obligada jubilación que le otorgó el tribunal médico por su invalidez. Era una enfermera con un futuro arrollador: fue la primera de su promoción en la UMA con 7 matrículas de honor y un premio final de carrera. Y aún tiene un sueño pendiente: ser docente universitaria en el Grado de Enfermería. Pero ahora prefiere esperar y apostar por el deporte que le ha devuelto la sonrisa y ha hecho al mundo ver que ella no es ni inferior ni diferente, que personas como ella son extraordinarias.
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