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Aquel verano de entrenamiento de Enrique Salinas
Málaga en Verano

Aquel verano de entrenamiento de Enrique Salinas

El preparador físico de la Selección Española de Baloncesto cuenta su intenso verano de 1985, con diecisiete años, cuando descubrió su vocación

MIGUEL ÁNGEL OESTE

MÁLAGA

Miércoles, 31 de julio 2019

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Nos vemos un día antes de que Enrique Salinas viaje a Madrid para comenzar la preparación de la Selección absoluta de Baloncesto para el Mundial de China que comienza el 3 de septiembre. Se le nota ilusionado pero con la preocupación de la responsabilidad, a pesar de que ya lleva tres años encargándose del físico del combinado nacional a las órdenes de Sergio Scariolo, con el que coincidió cuando este entrenaba en el Unicaja.

Pese a todo lo que tiene que hacer no escatima su tiempo. Su capacidad de trabajo es elevada y su nivel de exigencia máximo por la costumbre de preparar deportistas de élite.

A Enrique Salinas le apasiona el deporte. De hecho, el verano que comienza a relatarme fue el de 1985, cuando con diecisiete años lo eligieron por primera vez para hacer la pretemporada con el equipo de la segunda división de San Estanislao. «Aquel fue un verano de disfrutar entrenando por las mañanas, por las tardes, todo el día, pero fue un verano de sueño». Era junior y eso significaba que pasaba a entrenar bajo una dinámica profesional.

Si ese verano del 85 lo vincula al descubrimiento de lo que ha sido su vida profesional, también recuerda la sensación de despreocupación y libertad que tenía entonces a pesar de todo lo que hacía.

Para Salinas la jornada empezaba a las siete de la mañana en el club de golf de El Candado para la preparación física «y ya era maravilloso», apunta, luego desayunaban y vuelta al entrenamiento. Pero eso no implicaba que se negara la diversión. Con diecisiete años se podía con todo. «Tras el entrenamiento, playa a tope y recreo con los amigos. Ahora te dirían que playa no, que cansa, pero en esa época todo se vinculaba alrededor de la playa», cuenta con alegría. Por la tarde, regresaba a los entrenamientos y por la noche «dábamos una vuelta por Echevarría y nos tomábamos un helado en Santa Gema».

Como entrenaba tres mañanas, las restantes tenía que ayudar a su padre en la tienda de recambios de coches. Su padre le encargaba lijar, barnizar..., «vamos, el trabajo sucio y duro», dice, pero eso también forma parte de la cultura del esfuerzo, del sufrimiento por el que pasan los deportistas, algo que él conoce bien. Y por si fuera poco, como le habían quedado las matemáticas para septiembre, había días que tenía clases particulares. Sin embargo, recuerda ese verano como especial, no solo por la playa, «todo era entrenamiento y playa», reitera, sino porque ese «verano nada me fastidiaba, estaba cumpliendo mi sueño de ser jugador de baloncesto profesional. Me dedicaba a tope a mejorar técnica y físico, pero también fue el año que tuve mi primer preparador físico, Juan de la Cruz Vázquez -que fuese Director General de las Actividades Deportivas de la Junta de Andalucía-, algo que no era frecuente entonces y gracias al cual estudié INEF en Madrid y encontré mi vocación. Yo no sabía que aquello se estudiaba ni que era una carrera universitaria. Pero tuve claro desde aquel momento que quería dedicarme a ello».

Enrique Salinas debutó en la segunda división de baloncesto, pero ya tenía claro que su vida estaría dedicada al deporte de otra manera, entrenando la preparación física de los jugadores. Si ese verano del 85 lo vincula al descubrimiento de lo que ha sido su vida profesional, también recuerda la sensación de despreocupación y libertad que tenía entonces a pesar de todo lo que hacía. «Recuerdo coger un pulpo y dárselo al espetero del chiringuito que nos lo espetaba y nos lo comíamos allí en la playa. Este tipo de cosas hoy parecen impensables, pero eran muy normales en mi época. Yo he hecho la vida en El Palo, en la playa».

Salinas se pasaba el día en la playa de El Candado, en la que todo le parecía más pasional. Por ejemplo, me confiesa: «Ahora les dices a los chavales que empiezas a entrenar el 18 de agosto y te dicen que es muy pronto. Antes pasabas sin entrenar 15 días y lo pasabas mal». No es el único cambio que advierte, además de la sensación de felicidad que otorga la juventud en verano frente a la responsabilidad del adulto, recuerda como los fines de semana que no entrenaba se iba andando a la playa de El Candado -«todo se hacía andando, puntualiza»- con un bocata y se pasaba allí todo el día. «Me comía el bocata a las doce y a las cuatro ya estaba muerto de hambre y ya no comíamos hasta la noche».

Era un verano que no daba opción a amores. Un verano de pandilla de amigos, «los chicos por un lado y las chicas por otro, al menos en mi época», dice. Y como cosa excepcional recuerda las verbenas por la noche en El Candado y la fiesta del Mediterráneo, porque no salía a discotecas ni bares, como mucho en la Pallarés algún fin de semana los amigos se tomaban una litrona. Esa sensación de despreocupación es quizá la que echa de menos, y el poder tener más tiempo para su hijo de siete años con el que ha pasado tres días en Zahara de los Antunes. Además de preparar a los jugadores de la selección española de baloncesto, se encarga de la preparación física y readaptación de la cantera de Unicaja, las clases de Fisiología del ejercicio en la universidad EADE y tiene una sala de rehabilitación deportiva donde ayuda a personas que no son deportistas. Y fue en el verano del 85 cuando descubrió su auténtica vocación.

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