¿Te acuerdas del sabor de los tomates de antes? En Coín siguen existiendo y los tiene la familia Hevilla
En su finca malagueña ofrecen una experiencia gastronómica entre matas, tierra y gazpacho
Hablar de la familia Hevilla es hablar de amor por el campo, por lo que siembran y trabajan. Creen en lo que hacen; los años dedicados a sus cultivos ecológicos les hacen conocer palmo a palmo la tierra plantada. Conocen los insectos que aparecen, te cuentan si son depredadores o si evitan plagas. Cristóbal, mientras anda por las matas de tomate, te cuenta cómo huelen las hojas, por qué este tomate o aquel tienen una rama seca encima: «Para sombrearlo, es justo un espacio en el que el sol pega más fuerte y así le protegemos», cuenta. Habla de sus tomates como si los conociera, de las cicatrices que tienen y cómo estas le aportan sabor al fruto. Te ofrece tomates de la rama mientras te detalla que es carnoso, ácido, dulce o que tiene la piel más firme. Es un gran lujo poder escucharle contar todo lo que sabe; es un gran contador de historias.
Y cuando llega el verano a Málaga, cuando el sol aprieta y los tomates alcanzan su plenitud, abren sus puertas en Coín, donde uno vuelve a creer en los sabores de de toda la vida. Le llaman Gastroexperiencia Tomatera, así que durante unas horas, sombrero puesto y zapato cómodo, te transformas en un campesino que pasea por el campo para poder conocer de primera mano cómo es el proceso ecológico -y yo añadiría, con una dosis de cariño- que hace que los tomates que vas a probar te transporten a tu infancia y a ese sabor intenso que recordamos.
La experiencia comienza con la acogida de los hermanos Hevilla. Cristóbal o Sebas te reciben para situarte y poder comenzar la aventura. Entras caminando al campo, donde te vas adentrando entre las matas y las cañas que forman el tomatal. Ahí puedes observar cómo crecen y maduran los más de 30 tipos diferentes de tomates que tienen, desde el tomate Huevo de Toro (al cual están haciendo un estudio de su diversidad en esta finca desde varias universidades españolas) hasta el Castellano. Aqui las semillas tienen nombre y apellido.
En este paseo puedes encontrar muchas variedades diferentes. Como curiosidad: un tomate pequeño de color amarillo que tiene una piel aterciopelada, de sabor dulce y carnoso; una semilla que puede salir de tres colores diferentes -morado, amarillo o rojo-; un tomate verde que, aunque esté maduro, siempre es de color verde. Es una amplia variedad que puedes observar y conocer a fondo el tomatal en el que estás. Al final, mi parte favorita, la del tomate cherry, este tomate pequeñito que explota en la boca, de la que Cristóbal y Sebas tienen mas de 20 variedades, que además de estar deliciosos son muy bonitos visualmente.
Después pasas a tomar una degustación de los productos: una cena veraniega en el atardecer del campo, con mesas campestres y cestas de mimbre, donde puedes degustar gazpacho, tomates con albahaca, ensaladas, quesos de la zona, tostadas de pan de Coín con aceite y pisto de verduras. Todo maridado con vinos ecológicos y limonada casera con un toque secreto de la familia Hevilla.
La experiencia solo se puede vivir en temporada del tomate, que ahora, en pleno julio, está en su mejor momento. Las plazas son limitadas y se reserva por grupos, lo cual le da un punto aún más íntimo y exclusivo. No es un restaurante, no es una visita turística: es una vivencia, un reencuentro con lo esencial.
Los hermanos Hevilla han conseguido algo extraordinario: no solo cultivar tomates de los que ya casi no quedan, sino también poner en valor el origen, dar importancia a la tierra. Aquí, el lujo no está en el menú, sino en la mata y en las personas que cuidan.
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