
miguel ángel oeste
Lunes, 30 de enero 2017, 00:24
El pico de las series de televisión parece no desfallecer. O la burbuja serial. O el abanico tan amplio en el que uno puede elegir una u otra serie. La variedad es el sello de la ficción televisiva que no parece escatimar en gastos. Un nuevo ejemplo es el despliegue que se constata en Una serie de catastróficas desdichas, que acaba de estrenar Netflix, que adapta los libros escritos por Daniel Handler a través del desdoblamiento en Lemony Snicket. Una suerte de historias juveniles que beben directamente de los cuentos clásicos y la literatura fantástica. Lemony Snicket (Patrick Warburton) es quien nos va contando las desventuras de los tres hermanos Baudelaire (Violet, Klaus y Sunny). Y ya desde el comienzo nos advierte: «Si os interesan las historias con final feliz, mejor que vayáis a otra parte. En esta historia no hay final feliz, ni principio feliz, ni muchas cosas felices entre medias».
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Y lo cierto es que desde el inicio esta declaración se cumple, pues los hermanos Baudelaire pierden a sus padres en un incendio y se van a vivir con un tutor, el conde Olaf, que busca hacerse con la fortuna de los Baudelaire. Pero estos huérfanos no son niños normales. ¿Qué niño de doce años como Klaus lee a Marcel Proust: «La felicidad es beneficiosa para el cuerpo, pero la pena desarrolla los poderes de la mente».
Al margen de las cualidades y peripecias que viven los tres huérfanos, destaca por encima de toda consideración la ambición del diseño de producción y de la dirección artística que recrea con cuidado y detalle este universo propio de tintes góticos, con rasgos de dibujos animados y, hasta por momentos, cierta estética y planificación que remite a detalles del cine de Wes Anderson.
Tal vez, el universo siniestro en el que se desenvuelven las aventuras pueda conectar con un público joven, en el que se percibe un tono distinto, más subversivo, a otras historias juveniles. El problema deriva, precisamente, en esa conexión, junto, claro, al espectador al que va o pretende ir dirigidas.
Adaptación al cine
Brad Silberling ya adaptó los primeros libros de la serie en una película divertida, extraña, irregular, en la que Jim Carrey daba vida al conde Olaf. En la serie es Neil Patrick Harris (Como conocí a vuestra madre) el que encarna al personaje con soltura. A diferencia de la película, el creador de los personajes, Daniel Handler, ha estado involucrado en la serie, llegando a firmar más de la mitad de los guiones. De ahí que el imaginario de las novelas esté perfectamente reflejado e incluso sea más fiel que en la película. No se le puede poner reproches a la construcción y traslado de estos personajes y el mundo oscuro que retrata.
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De hecho, Barry Sonnenfeld (como productor y director de cuatro de los ocho episodios), que iba a dirigir la película y que por desavenencias se retiró del aquel proyecto que terminó dirigiendo Silberling, despliega una puesta en escena que refleja el ambiente de ese universo gótico en clave estética, cuidando los detalles, y mediante un importante uso de efectos integrados orgánicamente en la narración. El problema de una serie tan bien concebida y producida como Una serie de catastróficas desdichas es que a los diálogos a veces se les nota la elaboración; la ruptura de la cuarta pared es un juego que en ocasiones suena redundante; los huérfanos protagonistas aparecen como dibujos superpuestos; el humor negro cae como un pedrusco o como hojas secas. Quizá el problema sea la mirada adulta. De hecho, los adultos, en su mayoría, salen mal parados en la serie. Quizá para conectar con esta serie se debe recuperar la visión de un niño que ya nunca jamás recuperaremos.
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