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Fans esperan apara acceder a uno de los conciertos de 'One Direction'.
Ya soy un padre 'directioner'

Ya soy un padre 'directioner'

Crónica en primera persona de una jornada inolvidable (para mi hija) con sus ídolos de One Direction

Sergio Cortés

Sábado, 12 de julio 2014, 14:02

Fue el 27 de septiembre del año pasado. Por la tarde, a eso de las siete. "Papá, mañana tenemos que estar a las ocho de la mañana en cola para comprar una entrada". Y así comenzó la aventura que desembocó el jueves en el concierto y el viernes en un sinfín de preguntas de mis compañeros de la redacción (estos, con cierta sonrisita...). Total, mejor exponerlo aquí y así me ahorro repetir la cantinela. Lo cierto es que ya soy un padre 'directioner'. E imagino que, como pensarán todas las madres (las más) y los padres (los menos) que acudimos a Madrid -o dos días antes a Barcelona-, este es un reconocimiento ganado a pulso. Que lo sepan los One Direction. A ver si nos dedican una canción (bueno, no sé si ya tienen alguna).

La experiencia permitió sacar dos conclusiones, reflejadas en frases que escuché en las largas horas de interminable cola. "¡Lo que hacemos por los hijos...!", fue la primera, adobada con un "si les llego a decir a mis padres que me trajeran a Madrid para ver a un grupo, me habrían mandado a paseo". La segunda fue más como de orgullo. "Esto lo van a recordar para toda la vida y les contarán a sus hijos que estuvieron con nosotros. Solo con ver sus caras ahora..."

En mi caso, mi hija y yo llegamos a Madrid vía AVE pasadas las nueve y media de la mañana (como no menos de otra veintena de preadolescentes con sus respectivos acompañantes). Una hora más tarde ya estábamos en cola. He de decir que había logrado mi primer triunfo. Como otros muchos padres (puedo dar fe). Ella quería ir el día antes... ¡y dormir a la intemperie en el Calderón! Yo, lo confieso ahora, iba preocupado. Había leído en mi periódico que había niñas que llevaban acampadas tres meses. Cuando bajamos la avenida que desemboca en el estadio del Atlético y nos dijeron que íbamos a una calle paralela, Alejandro Dumas, oí el primer reproche: "Ya te lo dije. Mira lo lejos que estamos...".

Poco a poco empecé a conocer a los compañeros de calvario (perdón, de cola). Cuatro madres de Murcia con sus cinco hijas se habían levantado a las cuatro de la mañana para coger un autobús, el mismo que las recogió cuando acabó el concierto para llevarlas de vuelta. Allí, en esa fila interminable, empecé a comprobar que la pasión por esta 'boy band' no se refleja solo en el cuarto de mi primogénita, empapelado de pósters, fotos, agendas, libros y cachivaches del quinteto británico. Descubrí que ese día lo importante para todas las niñas no era comer, orinar o estar a la sombra, sino tener un 'permanente', ese rotulador milagroso para escribir en los brazos, las piernas y las caras un sinfín de mensajes. O poner en las cartulinas la frase 'Till the end', que no tenía ni idea de qué iba (luego descubrí que tenía que ver con la canción 'You and I').

He de confesar que de One Direction solo conozco cuatro o cinco canciones y que son cinco chavales. Y que uno con melena se llama Harry o Henry. Mis padres compañeros de cola, las simpáticas murcianas ya citadas, las leonesas (con ellas venía un padre, pero solo para acompañar en la cola) o los gaditanos, evitamos enzarzarnos en una especie de trivial sobre el grupo. Al contrario. Tratamos de buscar otros temas. Ya tenemos bastante en el día a día con saber cuándo se juntaron, los cumpleaños de cada uno, sus gustos, su origen... Mientras, ellas no paraban de hablar de sus cuentas de Twitter, Facebook o Instagram, o de hacerse 'selfies' para colgarlos de inmediato.

La jornada fue eterna. El caos organizativo fue absoluto. Ni un urinario para las jóvenes, y ni cintas, vallas o algo similar para delimitar las colas. Al final nos dimos cuenta de que nuestras hijas estuvieron muy por encima de los que dirigían el cotarro, con una paciencia inagotable. ¡Ah! He de decir que los que llevaban entrada de grada lo tuvieron mejor, pero los que íbamos a la pista -que es lo más de lo más para ellas- entramos sobre las ocho de la tarde. Ya había actuado Abraham Mateo.

Pero conseguimos acceder al estadio, no sin antes escuchar cánticos de "Queremos entrar" o "Esto es una vergüenza". Y llegamos a la pista A. Me detuve a pensar un momento en las ironías de la vida. Dos meses antes había estado allí (en el estadio, pero no en el terreno de juego, sino en lo más alto) y estaba situado casi donde mi admirado 'Willy' Caballero -si no le gusta el fútbol, hablo del mejor portero de la historia del Málaga- hizo la parada de la Liga y demoró una semana el título del Atlético de Madrid.

La hora de la verdad

Los tímpanos aún los tengo dañados. Porque de pulmones y cuerdas vocales las miles de niñas que estaban allí andan más que sobradas. Y eso que en las dos horas previas ya habían gritado a modo de entrenamiento interminable. Yo creía que iba a ser insuperable después de verlas enfervorizadas con Five Seconds of Summer (por cierto, así descubrí qué era eso de '5SOS'), pero nada comparable con las lágrimas y la histeria colectiva cuando los cinco irrumpieron en el escenario. Centenares de 'smartphones' y cámaras aguardaban ese instante. Y lo que sucedió desde ese momento durante una hora y pico es inenarrable.

Los cinco chavales, secundados por cuatro buenos músicos, arrastraron a las niñas, las preadolescentes y hasta las madres a una vorágine apasionada a cada gesto, a cada estrofa, a cada estribillo, a cada intento de expresión en español. Otra conclusión: iremos a la cola en Matemáticas en el informe Pisa, pero nuestras hijas sacan buenas notas en inglés (¡entendían todo lo que ellos decían!). Las gradas estaban pobladas de banderas de Inglaterra y también de Irlanda (también descubrí que el que cantaba y tocaba la guitarra, Niall, nació allí), y el concierto estuvo bien, mejor de lo que esperaba (lo digo con sinceridad, no para quedar bien con mi hija). A mí, al menos, hasta se me hizo corto. Y cuando se despidieron con 'Best song ever', a pesar de las lágrimas de cientos de niñas, comprobé que aquello no había terminado. No, no, acababa de empezar la cuenta atrás. "Ya sabes, el año que viene tenemos que venir otra vez", me dijo mi hija a los tres minutos. Volveremos al pulso sobre cuándo vamos, a las colas, a los pies reventados, al griterío, a esa desenfrenada comunión con sus ídolos. ¡Ah! Y ya sé que se llaman Harry, Niall, Liam, Zayn y Louis. Es lo que tiene ser padre 'directioner'.

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