En su lápida, sobre la figura de un boxeador, hay escrito un breve epitafio: «No lo intentes». Pero sus lectores saben que no es una ... invitación a la parálisis, ni siquiera al desánimo. O al menos no sólo eso. Eligiendo aquel verso para irse a la tumba, Charles Bukowski pretendía reivindicar la honestidad, espantar la impostura. No hay hueco para la hipocresía en su obra, criticada por efectista, adorada por descarnada. Para él, que encadenó empleos precarios y coqueteó con la marginalidad, que sólo se dedicó de forma plena a la escritura rozados los cincuenta años, el camino hacia el arte debía ser natural, un instinto expulsado sin remedio: «Si tienes que sentarte durante horas / con la mirada fija en la pantalla del ordenador / o clavado en tu máquina de escribir / buscando las palabras, / no lo hagas».
El mismo Bukowski que disuadía a los aspirantes a escritores en busca de fama o dinero despreciaba a quienes se quedan en el intento. No lo hagas, pero si lo haces ve hasta el final: «De lo contrario no empieces siquiera». Para algunos sigue siendo un autor sobrevalorado, capaz de exprimir hasta la última gota de su propio personaje, un tipo alcohólico y promiscuo que escribía como hablaba. Su empeño por huir de la pirotecnia abstracta, por excavar en los bajos fondos y el lenguaje coloquial, supone sin embargo una de las claves de su éxito. A sus libros hay que acercarse despojados de la mermelada de la corrección política, dispuestos al impacto de la naturalidad más brutal, que lo convirtió en referente del llamado realismo sucio. Aunque comenzó escribiendo relatos y novelas, la poesía era para Bukowski un acto casi milagroso, el impulso más auténtico de la literatura.
En una ocasión, enfurecido con una mujer que le robó doce poemas de los que no tenía copia, escribió 'A la puta que se llevó mis poemas': «No soy Shakespeare / pero puede ser que algún día ya no escriba más». Todo lo demás era accesorio: «Siempre habrá dinero y putas y borrachos / hasta que caiga la última bomba, / pero como dijo Dios, / cruzándose de piernas: / Veo que he creado muchos poetas no mucha poesía». Para el escritor estadounidense, la vida es un acto extremo que requiere intensidad, valentía para dinamitar el decorado de la rutina. Por eso despedazó el sueño americano: «Hombre que cortas el césped ahí enfrente, / ¿no tienes algún cuchillo alojado en las entrañas / donde desapareció el amor?». Pero bajo ese barniz de rotundidad aún temblaba el adolescente que algún día fue, maltratado por su padre, acomplejado por una enfermedad en la piel que provocaba que le brotaran erupciones imposibles de ocultar, un problema que complicó su relación con las mujeres.
Bebió para superar la timidez y coleccionó rechazos que transformó, ya de adulto, en la necesidad de abastecerse de amantes hasta considerarse, y sobre todo que lo consideraran, «una máquina de follar», como tituló uno de sus libros. Su historia se remonta al verano de 1920, cuando nació en una pequeña localidad alemana. La familia se mudó a Baltimore, en Estados Unidos, cuando Charles, a quien comenzaron a llamar Henry para que sonara más americano, tenía sólo tres años. Él huyó de ambos nombres para construir a Hank Chinaski, su reflejo literario, protagonista de novelas como 'La senda del perdedor', 'Hollywood' y 'Mujeres'. Sin completar sus estudios de periodismo y literatura en Los Ángeles, comenzó a trabajar como cartero, experiencia de la que nacieron sus dos primeros libros de narrativa, 'Post office' y 'Factotum'. Durante años repartió el correo casi siempre con una botella de alcohol barato cerca, hasta que acabó ingresado en el hospital con el hígado en muy mal estado y una perforación estomacal.
Su adicción al juego, especialmente a las carreras de caballos, lo arruinó. Tampoco sus primeros contactos editoriales resultaron esperanzadores, un fracaso que lo alejó de la escritura durante un tiempo y agravó su cinismo. Se dedicó a fregar platos, aparcar coches y entablar amistad con vagabundos. El mundo parecía derrumbarse, entre la crisis económica de 1929 y las guerras mundiales, y Bukowski supo capturar esa decadencia: «Estas y otras cosas demuestran que la vida gira sobre un eje podrido». A finales de los años sesenta, el editor John Martin, de Black Sparrow Press, rescató su talento del agujero al que estaba abocado hasta fraguar su condición de escritor de culto.
Cuando empezó a ganar dinero, lo primero que hizo fue aumentar la calidad del alcohol que seguía ingiriendo pese a las recomendaciones médicas: «Tomo buenos vinos. Si soy bueno con mi estómago, él es bueno con mi mente, mi mente es buena con mi espíritu y mi máquina de escribir es buena conmigo». Su poesía, reunida en varias antologías entre las que destaca 'Los placeres del condenado', funciona como un imán con las generaciones más jóvenes, atraídas por su estilo irreverente. Murió de leucemia en 1994. Este año habría cumplido un siglo. Sus lectores siguen brindando por él.
CHARLES BUKOWSKI
Tira los dados
Si vas a intentarlo,
ve hasta el final.
De lo contrario no empieces siquiera.
Tal vez suponga perder novias,
esposas, familia, trabajos
y quizás hasta la cabeza.
Tal vez suponga no comer durante
tres o cuatro días,
tal vez suponga helarte
en el banco de un parque.
Tal vez suponga la cárcel, la humillación,
el desdén y el aislamiento.
Tu aislamiento.
Todo lo demás sólo sirve para poner
a prueba tu resistencia,
tus auténticas ganas de hacerlo.
Y lo harás.
A pesar del rechazo
y de las ínfimas probabilidades,
y será mejor que cualquier cosa
que pudieras imaginar.
Si vas a intentarlo,
ve hasta el final.
No existe una sensación igual.
Estarás sólo con los dioses
y las noches arderán en llamas.
Hazlo, hazlo, hazlo.
Hazlo.
Hasta el final.
Y llevarás las riendas de la vida
hasta la risa perfecta,
que es por lo único que vale
la pena luchar.
Culminación del dolor
Oigo incluso cómo ríen
las montañas
arriba y abajo de sus azules laderas
y abajo en el agua
los peces lloran
y toda el agua
son sus lágrimas.
oigo el agua
las noches que consumo bebiendo
y la tristeza se hace tan grande
que la oigo en mi reloj
se vuelve pomos en la cómoda
se vuelve papel sobre el suelo
se vuelve calzador
ticket de la lavandería
se vuelve
humo de cigarrillo
escalando un templo de oscuras enredaderas.
poco importa
poco amor
o poca vida
no es tan malo
lo que cuentaes observar las paredesyo nací para eso
nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.
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