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José Antonio Garriga Vela
Sábado, 10 de junio 2017, 00:12
De noche, después de cenar, nos íbamos todos a dormir. Chino también se acostaba en un rincón, sobre un cojín. Era un gato que tenía bastantes años más que yo y murió joven, aunque decían que estaba viejo, incluso alguien afirmó que era el gato más viejo que había conocido nunca. Después me regalaron un perro que se echaba a dormir todas las noches igual que nosotros. Las moscas se quedaban quietas cuando apagábamos la luz y permanecían inmóviles hasta el día siguiente. Mi madre me despertaba cuando salía el sol. Mi padre ya no estaba en casa, se iba al trabajo de noche y regresaba de noche. Los fines de semana llamaban al timbre amigos y familiares que contaban relatos y anécdotas hasta que alguno interrumpía la conversación para decir que se había hecho tarde y se iba a dormir. Los demás también se marchaban. ¿Por qué no continuaban contando aventuras? Luego me asomaba a la ventana para despedirme de la luna. Veía la ciudad desierta, las luces de los balcones apagadas y miles de personas durmiendo. No quedaba nadie en la calle, ni paseantes, ni perros, ni gatos, nadie. Era como si un ciclón hubiera devastado la ciudad, como si todos estuviéramos muertos. Hasta que a la mañana siguiente el mundo entero resucitaba.
Yo tenía curiosidad por la vida nocturna. Un día vi la película Drácula y me llamó la atención que el hombre de los colmillos hacía lo contrario que todos nosotros. Se despertaba a las doce de la noche y se acostaba al amanecer. Lo imaginaba hablando solo, paseando solo por las calles vacías, las tiendas cerradas, lo mismo que los bares y restaurantes, los colegios, los bancos, las iglesias. Miraba al cielo oscuro con las estrellas quietas que parpadeaban de sueño. Sin pájaros, que también dormían. Únicamente algún que otro murciélago acompañaba al hombre solitario con la capa negra.
Lo imaginaba implorando compañía. ¡Pobre hombre!, solo en la noche. El último ser vivo en la Tierra. Yo aguardaba impaciente que los primeros rayos del sol iluminaran el cuarto para levantarme y salir corriendo a la calle. Un día descubrí que existían personas que permanecían insomnes haciendo guardia en hospitales, vigilando las calles y protegiendo los sueños de todos nosotros. Entonces decidí que de mayor suplantaría al Conde Drácula de noche y durante el día continuaría con la vida de siempre. Aprovechar el tiempo sería la consigna. A partir de las doce saldría de mi cuarto en el Castillo de Bran o donde fuera y chuparía la sangre de los durmientes. Una sangre que me daría fuerza para aguantar toda la vida sin morir ni siquiera un momento.
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