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LA NUBE DOBLE

FLORES EN LA NIEVE

Juan Francisco Gutiérrez

Lunes, 27 de febrero 2017, 09:08

Contradictorio como el entretiempo, este fin de semana, esta mitad del puente o inicio de la semana blanca, ha venido teñido de emociones y dolores, de regocijos y despedidas, de playas que demandan visitas tras la tempestad, de fiestas de Carnaval que se van con arenas de colores y papel. La vida, o quizás la primavera, empieza a guiñarnos a lo lejos, con emblemas de fresones y manzanas envenenadas. Sentir no entiende de dominios, por eso el nombre del Pablo Ráez ha recorrido todos los posibles, como un escalofrío, en estos días de medio descanso, donde no hay tregua para las muertes a destiempo, esas que nunca descansan. Nos deja su ejemplo y esa voz dulce y fiera reclamando conciencia y arrancándole a la vida hilos de luz, flores en la nieve. Sentir no entiende de dominios, pero a ver quién tumba al perdedor desde su cumbre. Y no lo digo yo, lo canta Vanesa Martín, quien de casualidad puso el viernes música sensible a una vigilia que nunca imaginamos como tal, ay.

Nos pidió Ráez a todos actuar con el corazón, vivir con ternura. Lo decía con esa sonrisa rebelde que sabía abrazar. Pasará lo que tenga que pasar, nos contaba, y mientras pasa o no, la clave está en los gestos. «Que seas muy feliz estés donde estés», le escribió ayer Vanesa Martín, que el viernes recordaba con firme voz que el amor nunca se explica. Miles de malagueños, muchos de quienes hoy despiden a Pablo a flor de piel, aplaudieron a la emocionada cantante en su brillante y contundente concierto de estreno de la gira 'Munay'. Ante un público variopinto y hambriento de sus fieles historias, actuó con el corazón. Su música es la prescripción obligada para nuestra rutina de pasiones imperfectas, para nuestras gestas de finales agridulces o cabrones. Coplas que hacen fáciles los viernes peleones, los sábados de asaltos, los domingos desvencijados por las sonrisas arrancadas. Despedir a alguien de veinte primaveras no es sólo muy jodido, es que obliga a creer, ah, que en la cumbre de los perdedores siempre pervivirá alguna flor sin marchitar. Acaso la del recuerdo.

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