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Antonio Javier López
Domingo, 19 de febrero 2017, 00:27
¿Fue Malevich? ¿Mondrian? ¿Quizá Delaunay o Kupka? ¿O fue Kandinsky el inventor de la pintura abstracta? Este último responde: «He pintado el primer cuadro abstracto en 1911». Lo dijo diez años después de aquella afirmación, en pleno debate sobre la paternidad de un giro de tuerca esencial en las vanguardias artísticas de hace un siglo.
La autoreivindicación la recoge el especialista Valeriano Bozal en el catálogo de la exposición Kandinsky. Origen de la abstracción organizada entre octubre de 2003 y enero de 2004 por la Fundación Juan March en su sede madrileña. Aquel proyecto surge como espejo de la muestra Kandinsky y Rusia que la Colección del Museo Ruso estrenará el martes y que sirve a la filial para seguir indagando en los nombres más populares de la vanguardia rusa. No en vano, Kandinsky tomará el relevo de Marc Chagall en los pabellones de Tabacalera, de los que se despidió hace sólo unos días.
«Esta exposición estará acompañada por autores que compartieron un mismo espíritu y un mismo deseo de innovación partiendo siempre del sustrato cultural ruso, del que se muestran piezas de arte popular del siglo XIX e iconos de los siglos XVI, XVII y XIX que muestran cómo Kandinsky y su círculo se inspiraban en las viejas tradiciones rusas para asumirlas y después superarlas», avanzan desde la filial malagueña sobre la muestra que podrá visitarse hasta el 16 de julio.
El camino escogido por el Museo Ruso recuerda al tomado hace más de una década por la Fundación Juan March, que allá por 1978 ofreció la primera exposición en España sobre Kandinsky. Veinticinco años después, la entidad regresaba al artista ruso para adentrarse en su búsqueda que desembocó en el alumbramiento de la pintura abstracta desde los postulados románticos vinculados al paisaje ruso. Una travesía similar a la que ahora traza el museo malagueño. Un encuentro, además, casi ascético, dada la carga espiritual que Kandinsky otorgaba a la creación plástica.
No en vano, su texto más popular lleva por título De lo espiritual en el arte. Publicado en 1911, el manuscrito sienta las bases del pensamiento artístico, casi filosófico, de Kandinksy, al tiempo que representa una suerte de bisagra desde su primera etapa figurativa centrada en el paisaje hacia la búsqueda que le llevará a los territorios de la abstracción.
El vínculo con las formas
Una abstracción que se va separando poco a poco y quizá, nunca del todo de la realidad circundante, como explica Bozal. «Limitarse a reconocer o verificar si existen o no motivos figurativos en los cuadros conduciría, sin embargo, a una percepción empobrecedora, cuando no falsa, de la pintura de Kandinsky», defiende el historiador del arte antes de rematar: «La desaparición (relativa) de los objetos no es sino uno de los rasgos, quizá el más llamativo para miradas miméticas, pero desde luego no el único ni el más importante».
Para el Bozal, la luz, el color y la composición ocupan también un lugar esencial en la producción del artista ruso. Y por encima de todo lo anterior, la carga moral de la pintura, del arte en suma.
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