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Regina Sotorrío
Miércoles, 18 de enero 2017, 00:57
En las respuestas de Josep Maria Flotats (Barcelona, 1939) se intercalan sus opiniones con los diálogos de su personaje. Escenifica al otro lado del teléfono el comienzo del montaje, una de las conversaciones más significativas del espectáculo y una frase de las que dejan al espectador con la sonrisa torcida. «No sé si tendría que contarlo todo...», se plantea en un momento de la charla. Pero no lo puede evitar. Serlo o no. Para acabar con la cuestión judía es un texto que le «enamora» y un papel que quiso hacer desde el mismo momento en que leyó el libreto de su amigo Jean-Claude Grumberg, reconocido como uno de los autores trágicos más cómicos y no es una contradicción de su generación, con ocho premios Molière, un premio César, el premio de la Academia Francesa... Y que nunca antes se había representado en España.
Judío e hijo de una familia deportada y muerta en Auschwitz, el dramaturgo francés plantea una reflexión sobre diversos temas vinculados a la cuestión judía, «pero con una distancia, una ironía y un sentido del humor que hace que la obra sea todavía más percutante». Aborda temas serios y delicados desde la comedia, convencido del poder de la risa para llevar un mensaje y abrir un debate. «Porque la vida sigue y hay que superar los traumas, pero sin perder la memoria histórica», apunta Flotats.
Y sí, «va del tema judío, pero eso se amplía a cualquier otra cosa que tenga que ver con lo desconocido», puntualiza el actor y director catalán. Grumberg reivindica con este texto «el derecho y el respeto a la diferencia del otro», algo que se logra a través del conocimiento. «La ignorancia es siempre el punto de partida para algún tipo de odio, odio a lo que no se conoce o a lo que se conoce por tópicos, sin preocuparnos de saber el porqué. Grumberg pone el dedo en la llaga», detalla.
Todo sucede en el rellano de una escalera, donde un joven («ni viajado ni leído, como diría Josep Pla») entabla una conversación con su vecino (este sí, viajado y leído) tras descubrir por Internet que este es judío. «Ah, si está en Internet entonces sí sí», responde él a la interpelación del joven sobre sus orígenes. Y ahí Grumberg lanza su primer dardo a Internet, «que parece el evangelio, la verdad», apostilla Flotats. «Estamos continuamente rodeados de informaciones interesadas en los medios, en el vecindario, en la vida real. Hay que ser vigilantes y profundizar en la información que se tiene», recomienda.
A partir de entonces, se suceden diálogos donde el intelectual judío responde con paciencia a las preguntas «primarias y tontas» de su interlocutor, que comienza con una actitud antisemita para acabar abrazando la ortodoxia judía «en una pirueta del autor» que roza la caricatura.
«Es una lección de diálogo, de querer escuchar al otro e intentar entender la diferencia del otro», reflexiona Flotats. Habla de la libertad de pensamiento, del respeto al contrario, de la identidad... ¿Sería entonces extrapolable a la cuestión catalana? «Sí, pero no. Es trasladable a cualquier tema que sea distinto a uno mismo. Habla del derecho a la diferencia», insiste. Lo define como teatro absolutamente contemporáneo «que distrae, alimenta, hace reflexionar y provoca debate».
Aquí, como en muchos de sus montajes, hay un Flotats omnipresente: encargado de la dramaturgia, la dirección y la actuación, con Arnau Puig dándole la réplica. «Cuando veo claro el cómo hacerlo, pierdo el tiempo explicándolo a otro o no lo entienden como yo lo veo, así que prefiero hacerlo yo», explica. Y a sus 78 años no va a cambiar. Son ya muchas décadas en un oficio donde «nada es regalado», donde a veces uno se topa con «piedras en el camino»... «Pero miro atrás con placer y sonrisa», asegura. Subirse al escenario le hace «feliz», aunque signifique estar constantemente «examinándose». ¿Y no se plantea abandonar los exámenes? «¿Dejarlo? ¡No! ¡Qué aburrimiento! Esto no es un oficio, es una pasión, y eso no se puede dejar», concluye.
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