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Isabel Pastor se casó y fue madre en plena Guerra Civil. Tiene 106 años. Sabe lo que es vivir en un país roto, echarse a la espalda cuarenta años de dictadura, dejarse las manos en las campañas de la aceituna. Y soplar más de cien velas. Por eso no le tiene miedo al coronavirus. Sólo le preocupa, como a su hijo y su nuera octogenarios, con quienes vive, «pegarle algo a los bisnietos». No quieren que pasen por casa. Aunque saben que son ellos, los mayores, el sector de población más vulnerable: «No pensamos en que nos puedan pegar algo, eso nos da igual, sino en que se lo podamos pegar nosotros a ellos». Isabel tiene ocho bisnietos, desde catorce meses hasta 34 años. La comunicación se limita ahora a las llamadas, una restricción «dolorosa pero que tenemos que soportar».
La vida, en realidad, no ha cambiado tanto. Por su edad, Isabel no suele salir de casa, salvo cuando su hijo Amador la llevaba en silla de ruedas por la avenida de la Estación, en Arroyo de la Miel, donde viven. Hace unas semanas, cuando cumplió 106 años, le organizaron un homenaje en el centro Anica Torres. Fue hasta el alcalde. Ella presumió de su salud de hierro: «Me siento vieja pero bien». Aún mantiene autonomía suficiente para ir sola al baño y dar pequeños paseos por casa con ayuda de su andador. Cuando le preguntan por el secreto de su longevidad, habla de sus meriendas de pan con aceite y su afición por los platos de cuchara, como los potajes y las lentejas.
Nació en 1914 en el municipio cordobés de Adamuz, entre Sierra Morena y el Guadalquivir, aunque vive en Benalmádena desde hace 24 años. Aquí destinaron a su hijo, policía nacional jubilado que en unas semanas soplará 82 velas: «Mi madre está estupenda. Vive con mi mujer Victoria y conmigo y se da sus paseos por el piso, va sola al baño y duerme y come sin problemas». La televisión les entretiene, aunque sólo la encienden de vez en cuando «porque nos cansamos de escuchar desgracias». En su casa se conserva el gusto por la conversación, pero también por el acompañamiento silencioso.
Los nietos de Isabel echan una mano con la compra y la limpieza: «Preferimos que vengan lo menos posible, pero se preocupan mucho por nosotros». Amador, que ya no puede darse sus paseos hasta la biblioteca pública de Arroyo de la Miel, donde suele elegir novelas policíacas, nunca ha vivido nada igual: «Ha habido gripes malas, pero como ésta ninguna». ¿Y cómo se le explica el coronavirus a alguien de 106 años? «Le hemos dicho que es una enfermedad que se presenta para todo el mundo y que no podemos salir de casa para no cogerla y también para que no se siga propagando. Como es invierno aún no echa en falta sus salidas, pero lo peor vendrá cuando haga buen tiempo, si seguimos aislados». Ya tiene un capítulo más para su extenso libro de memorias.
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