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Miguel Gámez
Martes, 2 de agosto 2016, 00:33
E l chiringuito Madrid Playa de Los Boliches está entre los seis más antiguos del término de Fuengirola, con 45 años de existencia. En sus paredes pueden verse multitud de ornamentos marítimos, una gran foto en la que aparece el añorado futbolista Juan Gómez Juanito unto a tres amigos y, sobre todo, se destila profesionalidad en cada uno de los trabajadores, como una máquina orquestada en la que cada elemento sabe con exactitud cuál es su función. Su propietario, José Luis Javier, que tiene 71 años, y que sigue al pie del cañón en cuanto al control de las cuentas, ha dejado la coordinación y gestión diaria a sus hijos José Luis y Ana Belén, que son los que distribuyen las tareas a los 18 trabajadores.
José Luis Javier, que lleva toda su vida como hostelero, recuerda con cariño los comienzos de su chiringuito (ahora dice que es más un restaurante y lo expresa con melancolía), a principios de los años 70, cuando no había tantas normas y la alegría era la nota predominante de cada día de la época estival.
«Lo más entrañable que recuerdo en mi vida fue la época de los chiringuitos de madera, de 1971 a 1973. Había mucha alegría entre los veraneantes. Los holandeses empezaban a beber por la mañana y no paraban. Fueron años muy bonitos, con música durante todo el día. NO había problemas de ruido. Se lo pasaban tan bien que volvían año tras año. Ya nos estamos europeizando. A las ocho de la tarde pones música y siempre hay alguien que llama a la Policía, porque le molesta el ruido», se lamenta este trabajador nato.
Javier (es su apellido) añora esa complicidad que existía con los turistas holandeses, a los que él prefiere llamar veraneantes, que es la palabra que se usaba entonces. Eran clientes de muchos años que solo pensaban en disfrutar al máximo de cada día que pasaban en la Costa del Sol, siendo Fuengirola y, en concreto, Los Boliches uno de los destinos preferidos por las personas de los Países Bajos.
«La moneda de los holandeses, el florín, tenía mucho mayor poder adquisitivo que la peseta, con lo que para ellos era muy barato pasar el verano en España. Aquí disfrutaban mucho del sol, de las playas, de las bebidas, de la comida y del baile», comenta el dueño de Madrid Playa, que cuenta una anécdota acerca de la complicidad que existía entre los empresarios del lugar y los clientes, muchos de los cuales se convertían en verdaderos amigos con el paso de los años.
«Como muchos veraneantes eran asiduos a nuestros establecimientos año tras año, teníamos confianza con ellos. Todos ellos se dejaban mucho dinero cada día en las consumisiones y, en lugar de llamarlos por su nombre, le decíamos holandés 1, holandés 4, holandés 7, etc., de forma que cuando pedían algo de beber o de comer, el camarero gritaba apúntaselo al holandés 4 y era algo que no les molestaba. Nos sumábamos a las fiestas cuando encartaba», recuerda José Luis.
Uno de los momentos que más echa de menos el propietario de este conocido chiringuito (que llegó a ser de aluminio, aunque esa etapa no la recuerda con especial interés su esposa, Pilar, que siempre ha estado junto a él y que también comenzó en el mundo de la hostelería) es el 20 de agosto de cada año. Ese día era el que se puso como despedida de los veraneantes, siendo éstos los que se encargaban de comprar la comida y la bebida para realizar la fiesta del adiós, antes de que cada veraneante partiera hacia su lugar de procedencia.
«Cada 20 de agosto, los propios veraneantes organizaban su despedida, sin ánimo de lucro, con el único objetivo de pasárselo bien. Se juntaban todos los clientes, que tenían entre 35 y 40 años, y contrataban a una orquesta para que tocara música después de la comida. Yo les montaba las mesas en la arena de la playa y ellos estaban encantados.Se lo pasaban bomba y les salía barato. Cada uno de ellos ponía algo de comida: tortilla de patatas, ensaladilla rusa, etc. Es una pena que se pierda todo eso», expresa con un gesto.
José Luis Javier comenta que, al igual que en Madrid Playa se disfrutaba mucho en otros chiringuitos de Fuengirola como los de los hermanos Blanco, Los Náufragos (de Norberto Castillo) y Sindo.
Al contrario que para la mayoría de la gente, el verano es para él sinónimo de «trabajo y más trabajo». «Es lo que he hecho cada día del verano. No sirvo comandas. Lo mío es controlar la gestión del cobro, los pagos a proveedores, a bancos y al ayuntamiento (asegura que a la alcaldesa, Ana Mula, a la que le conoce desde pequeña, la llama siempre mi niña), los gastos del negocio, etc. Estoy pendiente de que los clientes estén a gusto, hago de relaciones públicas y saludo a todos. Son clientes-amigos. No se puede abandonar el barco ni a los 71 años. Esto es mi vida, llamo al chiringuito mi niño chico y lo tengo que cuidar», afirma con emoción.
Para José Luis, las vacaciones son del 10 de diciembre a mediados de febrero. «Son dos meses, en los que salgo de Málaga con mi mujer y con mis hijos y nietos, pero el verano es para trabajar doce o catorce horas diarias, dedicado a que el cliente esté tan satisfecho como en los años 70».
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