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ANTONIO ARMERO
Sábado, 28 de septiembre 2013, 15:34
En un bosque recóndito de la provincia de Cáceres; a salvo del cotilleo; a un paseo de la ermita en la que Miguel de Cervantes dejó las cadenas de su cautiverio en Argel; dentro de una finca repleta de venados estupendos que están hartos de ver a los más ricos de España espiándoles desde la mirilla de una escopeta. Ahí, a 240 kilómetros de Madrid, pasará Felipe González buena parte de su vida a partir de ahora. El hombre que más tiempo ha vivido en La Moncloa (trece años y tres meses) se muda al campo extremeño.
Ha elegido el expresidente una parcela de cincuenta hectáreas dentro de las más de dos mil que suma la finca El Común, una de las mejores de Extremadura para la caza mayor. Su dueño es Joaquín Vázquez Alonso, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, constructor, cazador, copropietario de la constructora Spengler, excompañero de negocios de Mario Conde, miembro de honor de la Real Asociación de Caballeros de Santa María de Guadalupe, amigo del Rey Juan Carlos su empresa reformó La Zarzuela e hizo obras en La Moncloa y de Felipe, que es el último nombre de la entretenida lista de ilustres que eligen Extremadura como el sitio de su recreo. En su caso, supone el final feliz a una relación antigua.
González, que estuvo cuatro meses como alférez en Cáceres, ha pasado muchas horas cogiendo espárragos y pescando carpas, barbos y algún pez gato con Rodríguez Ibarra en Monfragüe, donde la Junta de Extremadura tiene una finca-residencia, Las Cansinas, en la que aún le guardan algunos de sus bonsáis. Ahora se va a Guadalupe, a una parcela por la que pagó en octubre unos 425.000 euros, y en la que lo tendrá más fácil para quedar con Julián Cuellar industrial de Villar del Rey (Badajoz) con el que entabló relación a partir de que le regalara para los bonsáis unas láminas de las pizarras que él vendía entonces en medio mundo, con Paco Castañares o con Felipe González Sánchez, el empresario quesero al que entre ellos llaman Felipino el malo para distinguirle de el bueno, que es el famoso.
Ellos son el centro de la pandilla de amigos extremeños de Felipe González, que vivirá a caballo entre Madrid y esa construcción en desuso que está rehabilitando a conciencia (allí estuvo la semana pasada siguiendo las obras) y a la que difícilmente llegará nadie que no lleve en la mano un mapa para invitados o se haya pateado bien la zona antes.
Su nueva propiedad no está ni en el registro catastral de Guadalupe ni en el de Villar del Pedroso, los dos términos municipales en los que entra el terreno adquirido por el expresidente. Tampoco aparece delimitada y con una denominación en el SigMap (el Sistema de Información Geográfica que utiliza el Ministerio de Agricultura y que permite hasta contar los árboles que hay en una parcela). Su refugio está entre el collado del Penitencial y el paraje El Romeral, en un sitio en el que hace fresco todo el año, a tiro de piedra del Geoparque Villuercas-Ibores-La Jara, que es lo más parecido que hay en España a los Apalaches norteamericanos. Ese paisaje de riscos que ahora se estiran y luego se agachan es el que verá, poco antes de llegar a su destino, todo aquel que viaje por la autovía A-5 y se despida de los dos carriles en Navalmoral de la Mata para tomar la carretera EX-118 camino de Guadalupe, la ruta más sensata para llegar allí desde Madrid.
González ha hecho ese viaje muchas veces. Porque lleva dos décadas yendo a la finca de Joaquín Vázquez, por la que han pasado muchos de los bolsillos más holgados del país. En el año 2010, en El Común se reunieron los dueños de las empresas que cotizan en el Ibex 35, aunque al encuentro faltaron cuatro de los más poderosos.
La parcela que ha adquirido el expresidente no es de caza, sino agrícola, y es una de las muchas que Vázquez ha ido comprando a lo largo de su vida. Las primeras hectáreas de su propiedad las heredó de su padre, que a su vez se las había comprado a Eusebio González, el empresario maderero que llevó la luz a Guadalupe (dos mil vecinos) y hoy tiene calle en el pueblo. A partir de lo que recibió por herencia, el ingeniero y constructor amigo de González fue comprando pequeños terrenos y hoy son suyas más de dos mil hectáreas. Le ha vendido cincuenta a Felipe, al que conoció al inicio de los noventa, cuando el socialista ya había vivido más de una vez la aconsejable experiencia de pasar un fin de semana en una casa de campo en Extremadura.
Junto a su esposa
Empezó a ir antes de ser presidente del Gobierno, a la casa de Valencia de Alcántara (junto a la frontera portuguesa) de la familia política de Paco Arias, su jefe de seguridad de toda la vida, nacido en Escurial (Cáceres). Su siguiente guía extremeño fue Alberto Oliart, nacido en Mérida, ministro con Adolfo Suárez y con Leopoldo Calvo-Sotelo, expresidente de la corporación RTVE y abuelo de dos hijas de Joaquín Sabina. Más tarde, González descubre Monfragüe, donde se fraguó su relación con Paco Castañares, figura clave en la relación del expresidente con Extremadura. Hijo de un matrimonio de guardeses que vivía en el campo, Castañares fue alcalde de Serradilla, director de la Agencia de Medio Ambiente de Extremadura y antes, a finales de los ochenta, secretario general nacional de la FTT (la Federación de Trabajadores de la Tierra de UGT). Una Semana Santa se fue a descansar a Doñana, conoció a González y pese a ser 18 años más joven que él, entabló una amistad que aún dura. Castañares hoy está fuera del PSOE y es un próspero empresario forestal, González, Rodríguez Ibarra y Ángel Rodríguez, director del Parque, han guiado muchas visitas ilustres a Monfragüe, entre ellas la de Gabriel García Márquez. Ahí, o en Doñana o en Las Villuercas, tenía que estar el sitio que el expresidente eligiera para abrir una nueva página en su vida junto a su esposa, Mar García Vaquero, con la que se casó el año pasado.
Él ha elegido Las Villuercas, una comarca de paisaje a ratos apabullante, con rincones de postal pero menos explorada que el parque nacional extremeño. Protegido por una sierra a cada lado, lejos de la carretera más cercana, perdido en una mancha de castaños en la que se ha colado algún cerezo. Ahí está su retiro. La estantería para el jarrón chino, que quizás diría él.
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