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PEDRO APARICIO
Sábado, 19 de septiembre 2009, 03:42
ES «altivo como un español», sigue oyéndose por el mundo. En el imaginario internacional, los hispanos somos tipos fatuos y orgullosos. Quizá fuera cierto hace cuatro siglos, pero desde Flandes las cosas han cambiado mucho. Como si quisiéramos volver a merecer esa fama, el lenguaje público español se está llenando de expresiones grandilocuentes. Abundan los circunloquios, exageraciones, cursilerías, perífrasis, hipérboles, eufemismos y palabras enfáticas ('complicado' ha sustituido a 'difícil', 'evidente' a 'obvio', etc.). Todo ello en un idioma bello y claro, desde que Manrique y Garcilaso lo adelgazaron hasta la ascesis.
La nueva afectación lingüística sigue el camino habitual: nace en la política o en la publicidad (perdonen la redundancia) y se amplifica en los medios. Es como si el castellano normal resultase débil para el marketing. El término 'excelencia' aplicado a programas, políticas o proyectos es la última moda; los adjetivos 'bueno' y 'eficaz' se han quedado pequeños. Por ejemplo, el futuro hospital de Málaga será un centro 'de excelencia', dicen sus responsables. No informan de su presupuesto y plazos, ni aclaran su dotación asistencial, docente e investigadora. El tetrasílabo 'excelencia' sustituye tan engorrosos detalles.
Pero es la Universidad de Málaga la que más abusa del término. También nos anuncian su próxima 'excelencia'. Con un alumnado de cósmicas carencias formativas -no sólo en idiomas y disciplinas científicas-, un profesorado fijo y sedentario hasta la asfixia -ocho de cada diez docentes se jubilarán en el departamento en que se doctoraron-, un ínfimo nivel de inglés, y un entorno empresarial débil y poco dependiente de la Universidad, va ésta y proclama ¡su inminente 'excelencia'! Valórese el realismo de tal propósito, comprobando la situación de las universidades de España en el ranking europeo y la de Málaga en el español. Las montañas de 8.000 metros no nacen en la llanura, y nuestra geografía del conocimiento no muestra cordillera alguna.
En un antiguo dibujo de Mingote, un cartelón anunciaba el slogan oficial: 'Un libro ayuda a triunfar'. Un mendigo, parado frente al cartel, reflexionaba: 'Yo me conformo con el empate'. Adaptarse pronto al espacio europeo de educación superior y mejorar un 10% sus actuales niveles docente e investigador serían objetivos más que ambiciosos para la UMA. Pero se ve que la simple eficacia es poco atractiva, y la 'excelencia' tiene mejor venta. El espacio que media entre el desastre y la perfección es tierra ignota para casi todas las universidades españolas.
La utopía goza de un gran prestigio y exime de rendir cuentas. Es más fácil proclamar la futura 'majestad' de una empresa pública que mejorar su calidad. Así que junto a la Universidad de la excelencia, pronto se hablará del metro 'de la esplendidez', el puerto 'de la grandeza', el palmeral 'de la exquisitez', el aeropuerto de la 'sublimidad', la oferta turístico-cultural 'de la suntuosidad', el 'Guadalmedina de la grandiosidad' o la 'Unicaja de la magnificencia'. El Sr. Cazorla, un rústico personaje de Arniches, decide ponerse muy fino al ser recibido por un preboste. Y, desde la entreabierta puerta del despacho, le dice: «¿Da usía su aquiescencia penetrativa?» Bien podría el tal Cazorla haber inventado ese latiguillo de 'la excelencia'.
Las instituciones públicas que cumplen bien sus funciones deberían considerarse sencillamente normales. No sé si lo de 'centro de excelencia' es un lusitanismo -los portugueses llaman 'carruagem das crianças' a los cochecitos de bebé-, un invento de los propagandistas o una cursilería. O las tres cosas a la vez. Sea como sea, estemos orgullosos de nuestra Universidad: pronto concederá a Antonio Banderas un doctorado 'de la excelsitud'. Doctor in excelsis Deo. Antes muertos que sencillos.
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