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. Alusión al paso del tiempo en un cuadro de Dalí. / SUR
El tiempo de Planck
COSAS TRASPARENTES

El tiempo de Planck

JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA

Viernes, 4 de septiembre 2009, 03:34

EL universo es inmenso y antiguo. Todo lo que vemos y hacemos está situado en el espacio y en el tiempo. Los objetos tienen dimensiones físicas y masa. El tiempo transcurre en el pasado y en el futuro y nunca en sentido contrario. La teoría de la relatividad describe la relación que existe entre el espacio y el tiempo. Muestra que el tiempo puede transcurrir más lento o más rápido y que el espacio puede estirarse o encogerse. Albert Einstein postula que el tiempo transcurre más deprisa cuando la gravedad es menor. Esto se comprobó con dos relojes atómicos: el situado en un avión a mucha altura funcionaba más rápido. El tiempo pasa más veloz a medida que transcurren los años. El tiempo de los niños es eterno y el tiempo de los adultos efímero. Dijo Henry Bergson que cuando pensamos en el presente como algo que va a ser, todavía no existe; y cuando pensamos en él como algo que está existiendo, ya es pasado. La unidad de tiempo más pequeña que los científicos creen que es posible medir se llama Tiempo de Planck. Un segundo contiene 600.000.000.000.000. 000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 tiempos de Planck.

Me consuelo pensando en la cantidad de tiempo que encierra cada segundo. Lo disfruto. Me guío por el Tiempo de Planck en vez de dejarme llevar por el tiempo que marcan los relojes y los calendarios. También me he propuesto volverme más liviano y estoy aprendiendo a perder gravedad. La gravedad de las cosas nos las infunde los años. Quizás acabe ocurriéndome lo mismo que le sucedió a aquél amigo que empezó a sentirse joven a los sesenta años, cuando ya era demasiado tarde. No paro de inventar métodos y buscar excusas para retrasar el paso del tiempo, pero la realidad es implacable. El tiempo conduce a la renuncia. Y también a la memoria. La memoria me produce vértigo sobre todo cuando hago cuentas. Cada vez que calculo el tiempo que ha pasado desde un determinado acontecimiento, me equivoco. Digo, por ejemplo, esto pasó hace tres años; y luego compruebo que han transcurrido diez. Me pasa a menudo. Para situarme en el tiempo, me da por consultar algunas fechas en las que sucedieron hechos importantes. El hombre pisó la luna hace cuarenta años. El muro de Berlín cayó hace veinte. El diluvio que inundó Málaga fue el mismo año que cayó el muro de Berlín. Yo tenía entonces treinta y cinco años y no tenía ni idea de lo que iba a ser de mí al cabo de veinte años. Ese mismo año un helicóptero militar español fue abatido de una pedrada por un campesino cuando sobrevolaba unos pastos, y en China un hombre se enfrentó él solo a una columna de tanques en la plaza de Tiananmen. Supongo que enfrentarse a un tanque es algo tan utópico como intentar dominar el tiempo y derribar un helicóptero de una pedrada. Pero, a veces, sucede. El tiempo también me ha enseñado que no hay hechos, sólo interpretaciones.

Kierkegaard dijo que la vida sólo se puede entender mirando hacia atrás, pero que se debe vivir mirando hacia delante. Intento seguir su consejo. Me convierto en una unidad sin ventanas que avanza cargada con el pesado fardo del pasado. No es fácil seguir el consejo de Kierkegaard. El pasado ocupa todo mi tiempo de vida. El futuro todavía no existe. Nunca existirá salvo en el pensamiento. Así que trato de disfrutar del futuro en el pensamiento, aunque sé que me estoy engañando a mí mismo. El hombre se engaña si piensa libremente sobre sí mismo. Sin embargo, miro hacia delante. Me vienen a la memoria las palabras de Descartes: «Estaba atrapado por la enorme cantidad de ideas falsas que desde mi infancia había tenido por ciertas». Estoy atrapado en el pasado. En pleno revés de la fortuna, la más desdichada manifestación de la desgracia es el recuerdo de haber sido feliz.

Desde que decidí vivir cada segundo con el tiempo de Planck, me he vuelto un hombre tremendamente egoísta. El tiempo es oro y perderlo es suicidarse. Cuando me llaman por teléfono cualquier desconocido para venderme algo y me dice que sólo va a ocupar un segundo de mi tiempo, pienso en el segundo de Planck y siento pánico. La mayoría de las personas tienden a despreciar el tiempo. En general, el ser humano se cree eterno hasta que la vida desaparece y entonces, cuando ya es demasiado tarde, nos arrepentimos del tiempo perdido. Cuando descubrí la importancia de un segundo de vida, cambié radicalmente de forma de vivir. Desde entonces, me tomo mi tiempo para hacer las cosas y huyo de las prisas. Creo que la educación que he recibido también influye positivamente a la hora de tomarme las cosas con calma. Mi madre siempre afirmaba que las prisas eran malas consejeras y que si tenía prisa me vistiera despacio. Entonces yo aún no había descubierto el tiempo de Planck.

El tiempo es el intervalo entre un instante y otro. El tiempo se mide con referencia a los movimientos de la Tierra en el espacio: un giro de la Tierra sobre su eje es un día, y una vuelta en su órbita alrededor del Sol es un año. Las personas miden el tiempo por medio de mecanismos llamados relojes. Yo no. Hace tiempo que dejé de llevar reloj para controlar el tiempo. Desde que descubrí que el tiempo y el espacio son relativos. En su Teoría General de la Relatividad, Albert Einstein sugería que la materia distorsiona el espacio. En esta teoría el espacio y el tiempo forman un único ente llamado espacio-tiempo. El espacio-tiempo puede visualizarse como un folio de goma que se deforma cuando se colocan objetos sobre él. Los objetos con masa deforman el espacio-tiempo real. Una masa grande produce una deformación mayor. El tiempo y el espacio son de goma y nosotros los podemos manipular. Sólo hay que proponérselo.

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