MANUEL ALCÁNTARA
Lunes, 13 de julio 2009, 03:44
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NO está nada claro eso de que la cara sea el espejo del alma, entre otras cosas porque todo el mundo tiene rostro y no todo el mundo tiene alma. No es infrecuente que cuando la policía descubre a uno de esos criminales en serie, cosa que suele ocurrir cuando éste lleva una serie de crímenes, los vecinos y sus amigos más cercanos muestran una gran extrañeza. «No es posible», dicen. Y luego cuentan que era un señor educadísimo y sonriente, que les cedía el paso ante el ascensor y que protegía a los gatos callejeros.
Sin contar a las «mujeres fatales», han existido siempre criaturas de gran armonía física con muy malos instintos. Es de suponer que por el contrario se dan igualmente personas de desagradable apariencia con un corazón rebosante de bondad. ¿Quién sabe si el legendario Picio, que ha pasado a la historia por cumplir los más exigentes cánones de la fealdad, no estaba dotado de hermosos sentimientos? El repulsivo asesino confeso de Marta del Castillo ha sorprendido a su cuadrilla. Su más íntimo amigo, al mismo tiempo que le insultaba, intentó agredirle y sólo la intervención de la Guardia Civil pudo evitarlo. El rostro del asesino delataba una gran serenidad. Es un chico bien parecido, con pinta de centrocampista de equipo de barrio. «¡Mírame a la cara!», le gritaba su amigo. Como si se le pudiera caer de vergüenza.
Al joven asesino van a someterle a pruebas psiquiátricas, sin considerar que los escorpiones tienen un carácter muy fuerte. Será un triunfo para su abogado defensor probar que el chico padece alguna tara y que si hizo lo que hizo fue porque no tenía más remedio que hacerlo. Hablará de rehabilitación y de compasión. Consiste también en echarle cara.
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