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JUAN BAS
Miércoles, 10 de junio 2009, 03:40
EN un reciente artículo, Javier Cercas incluía una cita de Salman Rushdie que me deslumbró por su inteligencia, ironía, brillantez y conocimiento de la condición humana. Dice así: «El puritanismo es temer que alguien en algún lugar del mundo esté siendo feliz. La mejor respuesta al puritanismo es la felicidad».
Contundente e incontestable como un gancho corto al hígado y aguda como una varilla de paraguas afilada. Cuando leí este par de frases se me hizo la luz: comprendí racionalmente lo que hasta ese momento atisbaba y conceptualizaba casi de un modo intuitivo. La clave del integrismo moral está ahí, el auténtico móvil del puritano es conseguir la infelicidad del prójimo, de todos y cada uno de nosotros. Si alguien, en algún lugar del mundo, escapa a sus garras, el puritano está fracasando; a su propia y perenne infelicidad y sentido lúgubre de la existencia añade la frustración por el fracaso de la misión aguafiestas que se ha encomendado a sí mismo.
Estaba equivocado. El puritanismo, con sus prohibiciones diversas, no busca conseguir la limpieza de mi alma para redimirla y que cuando resuciten los muertos me toque en el lado de Río Grande donde está la caballería. Ahora entiendo por qué no se conforman con fastidiarse la vida ellos solos y practican con ahínco el proselitismo. No es para intentar que no pequemos y salvarnos, sino para evitar la felicidad terrena que proporciona la praxis de algunos de los mejores pecados.
Todo encaja. No debes divorciarte aunque vivas un infierno, ya sea abrasador o helado, porque podrías librarte de la asfixia, rehacer tu vida y ser feliz. Nada de sexo fuera del matrimonio y que cada alegría carnal dentro del mismo pueda ser bendecida con una boca más, para que te enteres de lo que vale un peine o cuesta un polvo.
Pero lo mejor de la cita de Rushdie es el empleo del verbo temer. El puritano teme la felicidad ajena, también la propia. Su sinvivir es el miedo al placer de los otros, a la dicha de los sentidos que relaja la mente, la ayuda a liberarse de ataduras y oscuridades y por tanto a pensar. Naturalmente, me refiero a los puritanos de verdad, a los que cumplen sus propios anatemas, combaten la inercia del sexo con duchas heladas y ciñen cilicio sangrante en vez de ligueros de Dior. Los puritanos impostores, como por ejemplo Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, procuran la infelicidad humana por otros medios más directos, depravados y criminales.
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