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DEFENSA PERSONAL

La cúpula de Barceló

JUAN BONILLA

Domingo, 16 de noviembre 2008, 02:47

ES hasta cierto punto natural que se arme una gresca de opinantes y ciudadanos ofendidos por el gasto que hace España para financiar la cúpula de Barceló en Ginebra: las cosas no están para tales dispendios, nos dicen aquellos a los que no se les ocurrió utilizar la palabra dispendio cuando Esperanza Aguirre financió una película de Garci para mayor gloria de no se sabe muy bien quién. En tiempos de crisis, a la gente lo que más parece dolerle son los gastos relacionados con el arte, y gracias a ello la demagogia campa por sus respetos a galope. Pero lo cierto es que si tenemos la escopeta cargada para disparar contra el artista, no se sabe muy bien por qué no disparamos también contra casi todo lo que se mueve, hasta que demos con el brillante apotegma que ponen en liza los economistas y los banqueros: en tiempos de crisis, dispendio es todo lo que el Estado gaste (salvo, naturalmente, lo que gaste en potenciar a los propios bancos). Aparte el hecho de que si se ha destinado una partida dedicada a ayuda al desarrollo para curarle las grietas a un techo suizo, ese dinero debería volver a encajarse allá para lo que fue destinado, no se sabe muy bien por qué el escándalo ahora -se supone que el encargo no se le hizo a Barceló justo cuando empezó la crisis, se supone que la cosa viene de largo- y sobre todo no se entiende muy bien por qué se carga contra el propio artista al que, por supuesto, se le ha llamado de vividor para abajo. Si se aleja uno un poco de toda la polémica y se sitúa en algún punto del inocente futuro y se ve bajo la obra de Barceló -visitada por cientos de personas-, es fácil restarle violencia al griterío que nos ensordece. Pero quizá no sea necesario alejarse mucho: en el CAC de Málaga hay una espléndida y admirable exposición de Barceló, un buen sitio para calibrar hasta qué punto no es mera bobería toda la polémica desatada por el coste de la cúpula de Naciones Unidas. Lo más ridículo de la polémica es precisamente que se haya utilizado el gasto de la obra para tratar de menospreciar al artista: es como si en vez de pedirle explicaciones a los políticos que se compran coches de 500.000 euros se las pidiésemos a los técnicos encargados de proveerlos de todos los delicados aparatos gracias a los cuales esos autos oficiales nos cuestan un ojo. Sea como fuere, no deja de ser reconfortante que el arte todavía encrespe los ánimos, aunque sea con polémicas sesgadas referidas al monto total del coste de una obra. Menos es nada, podrá decir el artista. Lo cierto es que no hacen más que crecer en España los insultos de quienes parece que lo que no soportan de todo este asunto es que se lo hayan encargado a Barceló, más incluso que el coste de la obra (como si el hecho de encargárselo a Barceló determinara que fuera cual fuese el coste de la obra, ya sería un dispendio inadmisible del Estado), cuando en Italia la Iglesia desata otra polémica pidiendo que se retire un, por lo demás, espléndido anuncio contra la violencia de género, en el que aparece una mujer en postura crucificada, y el eslogan '¿Quién paga los pecados del hombre?'. El anuncio me parece de una potencia indudable, pero se ve que el 'copyright' de una postura determinada es de la Iglesia católica, que ha visto en el anuncio algo así como un plagio, y por supuesto una burla a los sentimientos de los católicos, lo que ya es ver mucho. En tiempos en los que el arte cada vez cuenta menos, en tiempos en los que el turbión de imágenes que nos tragamos continuamente, que nos empapan mientras caminamos, que nos aguijonean hasta conseguir no decirnos nada, puede que, después de todo, sea una buena noticia que obras artísticas, por las razones que sean, salgan a la luz pública a combatir contra la ñoñería, contra el catetismo, contra la pura demagogia. Las crisis económicas son tiempos excelentes para la demagogia. Todos podemos hacer cuentas. Los antitaurinos pueden sumar cuánto se gasta el Estado en financiar corridas. Los iletrados pueden sumar cuánto se gasta el Estado en publicaciones que apenas salen de almacenes remotos. Cualquier televidente puede hacer cuentas para deducir el monto de lo que se nos va en televisiones públicas. Luego cada cual hará su quiniela, y decidir en qué ahorraría si pudiera. Si contesta usted que el gasto más inadecuado de todos los citados, el menos defendible, el más abominable de todos los mencionados es el de la obra de Barceló... estará usted diciendo muy poco de la obra de Barceló, y lo estará diciendo todo acerca de usted mismo.

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