
El Museo Picasso viaja del dadaísmo al surrealismo de la mano de Max Ernst
El Palacio de Buenavista abre sus puertas por primera vez a una exposición monográfica de un artista distinto al genio malagueño La muestra repasa el peculiar universo creativo del autor alemán
ALICIA CASTRILLO
Martes, 23 de septiembre 2008, 04:02
'Bajo mi blanca ropa, venid conmigo, insensibles ratas mitradas. Y vosotros, coleópteros, que recogéis las basuras en las afueras de las ciudades, seguidme campanilla en mano, y...' es el título fascinante de un collage de Max Ernst (Brühl, Colonia, 1891-París, 1976), una de las principales figuras del arte del siglo XX. El Museo Picasso Málaga (MPM) recorre desde hoy hasta el primero de marzo de 2009 el inquietante universo transgresor de la obra de este artista, que se mueve desde el dadá de sus comienzos hasta el surrealismo, en la muestra 'Más allá de la pintura. Max Ernst en el colección Würth'.
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Alucinante, diferente e interesante es el mundo mitológico de este compañero de vanguardia de Pablo Ruiz Picasso, cuya obra basada en la creación libre tiene una personalidad propia y es producto de «la mente más magníficamente atormentada que pueda existir», según lo definió André Breton. Realizó esculturas, dibujos, collages, grabados e ilustró libros a los que aplicó experimentos de vanguardia relacionados con su personalidad exaltada y rebelde, tal y como puede contemplarse en el MPM, que reúne lo más representativo de Max Ernst procedente de la Colección Würth (Künselsau, Alemania), uno de los fondos de arte privados más importantes de Europa.
De esta forma, el Museo Picasso Málaga abre sus salas, por primera vez en sus cinco años de existencia, a una gran exposición monográfica cuyo protagonista no es el propio Picasso, pero sí un coetáneo suyo. Tal y como comentó ayer la consejera de Cultura, Rosa Torres, «un artista transgresor igual que Picasso, con el que coincidía en ver la realidad y el mundo con otros ojos».
Al respecto, Christine Ruiz-Picasso recordó ayer que tras los acontecimientos trágicos de la guerra, Max Ernst quiso reencontrarse con sus amigos. La nuera de Picasso rememoró emocionada que pudo asistir a ese momento vivido por ambos artistas en una playa de Francia en 1950: «Vi a un hombre muy atractivo que cogió a Picasso en sus brazos. Eso fue algo incluso más maravilloso porque un hombre del norte y un artista como Ernst se encontraba en la playa con una persona representativa del sur de Europa».
Respuesta a la guerra
La metamorfosis y la interminable búsqueda de formas es continua en la obra de un artista provocador que fue testigo de dos guerras mundiales. La primera de ellas, que calificó como «la gran marranada» y en la que combatió como soldado de artillería, fue decisiva para desencadenar en él una visión irónica de la sociedad y para que sintonizara con un grupo de intelectuales y artistas que, en 1916, fundó en el Cabaret Voltaire de Zurich el movimiento Dadá, al que hizo aportaciones fascinantes.
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Pero también su legado es una invitación al caprichoso y grotesco mundo del surrealismo, que también surgió como respuesta a esta devastadora guerra por parte de unos jóvenes artistas europeos que se sumergieron en el inconsciente y lo irracional y en la búsqueda de una belleza vital y una verdad más honda mediante sus fantasías y sueños.
Otro hecho que marcó su vida y llegó a convertirse en una obsesión a lo largo de toda su existencia se produjo cuando era adolescente. Había nacido en Alemania en 1891 y era hijo de un artista aficionado que era también profesor de sordomudos. Quizás por ello ya desde la cuna vivió en contacto con los mecanismos del mundo interior y de otros lenguajes. El destino quiso que viviera un hecho familiar inesperado: la coincidencia de que su mascota, una cacatúa, muriera el mismo día del nacimiento de su hermana -a la que en cierta forma vinculaba con la muerte del ave-, pasaría a ser fuente de su mitología personal y de sus temas, en los que nunca desaparecerían los seres semihumanos, las cabezas de pájaro o las insinuaciones de sus mujeres con animales.
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Este viaje por el mundo dadaísta y surrealista a través de este artista alemán puede realizarse gracias a la aportación de los responsables de la Colección Würth, creada por Reinhold Würth, que en 1954 y a los 19 años tomó las riendas del negocio familiar de venta de tornillos, herramientas y técnicas de ensamblaje tras el fallecimiento de su padre. Gracias a su espíritu empresarial incansable y al gran crecimiento sostenido, Würth se convirtió en un mecenas del arte, un apasionado motociclista y piloto de avión.
Amplia selección
A Málaga llega «una colección extremadamente extensa», en palabras del director de la pinacoteca, Bernardo Laniado-Romero. Se ha hecho una selección que cubre todas las etapas de Ernst, excepto la de su época más joven. En total son 177 piezas, que se engloban en 57 series y se reparten en tres plantas. Hay litografías, libros, collages, esculturas, grabados y pinturas.
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Como argumentó ayer Laniado, «todo se ha preparado con detenimiento, como si se tratara de un gran abrazo que nos lleve a las oscuridades del subconsciente de este gran dadá y surrealista». En la planta alta se muestra su producción dadá más importante anterior a la Segunda Guerra Mundial. Aparecen entre otros trabajos, ocho litografías que dan cuenta del nacimiento de la moda y plasman espacios vacíos y de la mente.
Las obras posteriores a la II Guerra Mundial se pueden contemplar en otra sala y llegan hasta 1972, cuatro años antes de su muerte. En ellas se aprecia su metamorfosis constante y en ellas comienza a trabajar con formas y figuras de pájaro o alucinógenas, que acercan al mundo de la ciencia ficción. Además podemos disfrutar de sus conocimientos de astronomía en el libro 'Maximiliana o el ejercicio ilegal de la astronomía'.
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El visitante también encontrará otras piezas en las que pueden conocerse algunas de las obsesiones del autor, como el extraño óleo sobre madera 'Sin título (Mariposa)', que representa la puerta de la casa de Paul Éluard a través de la cual se entra en una mariposa, un animal que le obsesionaba.
También hay libros de 1922 que suponen la transición entre el dadaísmo y el surrealismo; pinturas como 'Cabeza, huevo, voz y pez' (1925), y collages como, por ejemplo, 'La mujer sin 100 cabezas', en los que juega con la ironía, la irreverencia o la sexualidad de los papas. Además hay piezas con elementos de sadismo y en las que habla de la hipocresía de la sociedad burguesa.
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Pero sin duda hay que resaltar en estas obras llenas de alucinación cultivada sus grabados basados en una técnica que él llamó 'frottage' y que consiste en crear un dibujo frotando con carboncillo una hoja de papel bajo la cual se ha colocado un objeto escogido por su textura sugerente. Un ejemplo es el título 'Historia natural (la rueda de la luz)', de 1926, en el que un ojo inyectado en sangre nos mira desde algo que podría ser una corteza o una piedra en bruto y que supone una manera inusual de ver el mundo con otros ojos.
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