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PREPARADOS. Basilio, Antonio y Miguel son tres de los 200 agricultores malagueños que viajan a Francia. / A. F.
MÁLAGA

El largo viaje a la vendimia francesa

Durante más de 20 años han acudido fieles a la cita. En unos días cogerán un autobús para recorrer 1.500 kilómetros. Ellos son los últimos valientes

ANTONIO FUENTES

Lunes, 25 de agosto 2008, 03:37

Hace dos décadas suponía una auténtica revolución en los municipios del interior de Málaga. Hoy, es una especie de llamada que se apaga y que apenas afecta a un puñado de familias, porque a la vendimia francesa de Málaga ya sólo van 200 valientes. Hace décadas, era la solución perfecta para aliviar las penurias económicas que se vivían por entonces en la mayoría de hogares andaluces. La llegada de agosto era sinónimo de despedidas, entre la mirada del niño inocente y la del padre protector que partía para hacer caja recogiendo la uva gala.

Todavía hoy y, a pesar de la modernización de la agricultura, hay dos centenares de trabajadores del campo malagueños que al llegar estas fechas hacen las maletas rumbo al país vecino. Y, lo más curioso, las motivaciones siguen siendo prácticamente las mismas, ya que aún se sigue ganando casi el doble en las viñas francesas que en las españolas.

En la comarca de Antequera, en Teba y Alameda, se encuentran los vendimiadores más fieles. Y detrás de ellos unas curiosas historias de años de trabajo duro y numerosos sinsabores. Hay testimonios como el de los hermanos Salguero, que el día 27 de este mes volverán a Limoux, donde les espera Bernard Sardad, patrón de la finca en la que trabajarán cogiendo uva.

Una vida viajando

Basilio y Antonio Salguero son dos mellizos (Teba, 53 años) que llevan 26 años cruzando España para conseguir un dinero extra que palie la mala situación de la agricultura mediterránea. A pocos días de partir, lo primero que se les pasa por la cabeza son las diferencias entre las condiciones de trabajo actuales y las de sus comienzos. «En los 80 no teníamos ni duchas en el cortijo. Para bañarse había que calentar el agua haciendo una candela con palos de una parra. Ahora estamos allí como en nuestra casa, con neveras, camas individuales...», comenta Basilio.

Estarán en Francia algo más de un mes. «Aprovechamos que aquí en España ahora estamos parados. Cuando lleguemos estará terminando el verdeo y nos engancharemos con él», explica Antonio.

El viaje a Francia sigue siendo una tortura. «Yo me lo pasaba mejor antes porque parabas más y podías andar», recuerda Antonio al rememorar esos trayectos de dos días en tren. «¿No digas tonterías! Ahora llegamos en menos de 24 horas en autobús y se hace más llevadero», replica Basilio.

Hijos franceses

Para muchos de los asiduos a la vendimia francesa, esta costumbre ha condicionado su vida. Es el caso de Antonio, que tiene dos hijos franceses gracias a la uva vecina. Y es que, en 1986, justo después de casarse hizo las maletas de forma definitiva y cambió Teba por Francia. Se tiró ocho años enteros viviendo entre gabachos y tuvo tiempo para tener un hijo y para criar a su otra hija, nacida sólo tres meses antes de emigrar a Francia. La uva hizo que un tebeño aprendiera a convivir con dos hijos bilingües en una experiencia que marcaría su vida.

Eso sí, Antonio siempre tuvo claro que su sitio estaba en el sur de España y, desde 2004, volvió a fijar su residencia en Teba. «Aquí tengo mi familia, mi tierra... No echo de menos Francia, aunque la verdad es que nos trataron muy bien», comenta. Cuando lleguen a Limoux este año, Basilio seguirá siendo el manijero de la cuadrilla, es decir, el más experto. No en vano, desde que en 1982 un vecino se lo propusiera no falta ni un año a su cita con la viña. «Aquellos eran tiempos complicados y nos íbamos porque ganábamos más del doble que aquí, unas 300.000 pesetas por dos meses de trabajo», recuerda Basilio.

Cigarros y cartas

Una dura jornada laboral que comenzaba a las siete de la mañana, un alojamiento de lo más cutre, más de 1.500 kilómetros de distancia a casa y un futuro incierto hacían muy larga la estancia vendimiera de aquellos años. «Nos jugábamos cigarros a las cartas o al dominó y los domingos salíamos algo», indica Basilio.

Otro de los fijos en el autobús de este año será Miguel Aranda, natural de Alameda, que cumple ya 20 años de viajes ininterrumpidos a la vendimia francesa. «Ya va siendo hora de plantearse dejar de ir, porque no interesa tanto como antes. La maquinaria hace que no necesiten tanto jornaleros y ahora, en Andalucía, ha mejorado mucho el trabajo», comenta.

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