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TEXTO: IGNACIO LILLO
Viernes, 23 de mayo 2008, 03:17
DEBE ser el árbol más polémico de Málaga. Cuando llega la época de floración, precisamente ahora, el aceite de las flores, que caen por miles, mancha el suelo y la carrocería de los coches. Pero en la calle Esperanto de la capital han ido más allá, y varios vecinos han solicitado al Ayuntamiento la tala y sustitución de un grupo de árboles de esta especie, con casi 30 años de antigüedad, por otros de menor tamaño y sin tantos inconvenientes. La réplica no se ha hecho esperar, y un segundo grupo de residentes ha iniciado una cruzada para salvar a unos ejemplares que algunos llegaron a plantar con sus propias manos en los años 80.
Es el caso de Avelina Dopico, que en agosto hará 30 años que se instaló en el bloque. «Se hizo una cooperativa y cada vecino puso 100 pesetas y plantamos los árboles», recuerda. Desde entonces se dedicaron a cuidarlos, poniendo tablas para mantenerlos derechos y regándolos con cubos. «Mi hija Sara tiene la edad de las jacarandas, tengo una foto en la que se la ve plantando los árboles con un año y medio. Los quiero como si fueran hijos. Después de 29 años no pueden quitarlos».
La vecina esgrime que la floración sólo dura un mes y medio, y que la urbanización tiene un acceso exterior que evita pasar por delante de los árboles. «Creo que el problema es que se manchan los coches, para evitarlo pueden guardarlo en el aparcamiento público. Considero que es mucho más molesto el ruido de los coches en doble fila, el jaleo de los botellones por las noches en la plaza y las carreras de motos».
Sonia Ropero, residente de 25 años, se opone frontalmente a que se toquen los árboles, por lo que ha comenzado a recoger firmas para evitar la tala. «Aportan oxígeno, sombra, frescor y vida. Nos protegen del ruido ante el panorama de la calle, con coches en doble fila y sobre las aceras».
El debate surge en el propio vestíbulo de la urbanización. José Manuel Capella y Manuel García coinciden en la puerta. El primero pide su retirada, mientras que el segundo aboga por su conservación.«Son gigantescos, están desproporcionados, no son adecuados para un alcorque, las ramas se meten en las ventanas y hay que podarlas, ensucian, cogen el pulgón y cae un pegamento que pringa los coches», argumenta Capella.
A ello, suma otro inconveniente: «Los que vivimos en plantas bajas encima tenemos una pantalla delante que nos obliga a tener las luces encendidas todo el día, no nos da el sol. Pedimos que se cambien por unos árboles más lógicos en aceras tan estrechas y con fachadas pegadas».
García replica: «No quiero que los quiten pero sí estoy totalmente de acuerdo con que los poden con más frecuencia, los limpien y los tengan adecentados. No se pueden tener abandonados». Una frase de otra vecina, Lola Cárdenas, sirve de colofón: «Con mas limpieza y una poda se acaba el problema».
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