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TEXTO: RAÚL ESTÉVEZ
Domingo, 29 de julio 2007, 04:39
NO hay nada más triste que un niño triste. Los especialistas que trabajan diariamente con pequeños a los que ha golpeado el pesado mazo de la depresión lo saben de sobra. Lo peor es que cada vez hay más chiquillos cuya expresión natural de alegría y entusiasmo es devorada por la pesadumbre. Las causas de este fenómeno son variadas y complejas, incluso puede ser que ahora se perciba como una enfermedad infantil lo que hace unos años se consideraba tan sólo una anomalía del comportamiento. «Antes no se creía que un niño pudiera sufrir una enfermedad de estas características, pero ahora sabemos que la pueden padecer en la misma proporción que los adultos. Por tanto, podemos detectar los síntomas de una depresión en un niño de forma más rápida y precisa y, por eso, puede parecer que haya más casos que antes», explica la directora de la Unidad de Salud Mental Infantil de Cádiz (USMI), Concha de la Rosa.
Los propios especialistas en psicología infantil reconocen que aunque se haya avanzado mucho en los últimos años en este campo, aún queda por recorrer un largo camino hasta poder atender a los pequeños de la forma más eficaz. De hecho, no existe una titulación oficial orientada a la psicología infantil y los expertos como De la Rosa realizan su labor gracias a un continuo aprendizaje, que permite devolver la alegría a muchos niños depresivos. «Sabemos, por ejemplo, que entre los más pequeños, o sea, hasta los cinco o seis años, la depresión puede reflejarse en dolores físicos como continuas cefaleas o molestias estomacales. Por eso, aconsejamos a cualquier padre o madre que baraje la posibilidad de un problema de depresión si su hijo no responde a los tratamientos habituales para este tipo de dolencias durante un periodo prolongado de tiempo», explica De la Rosa.
La depresión es más fácil de detectar entre los pequeños que ya han cumplido los seis años, ya que los síntomas de la enfermedad se asemejan a los de los adultos. «Suele haber un cambio más o menos drástico en sus ganas de comer, trastornos del sueño o cambios de humor. También se refleja con un cansancio general, poco entusiasmo e, incluso, algunos afirman claramente que están tristes. Una frase habitual de los niños enfermos es: Tengo un peso encima y no me lo puedo quitar», asegura De la Rosa.
Como sucede en otras muchas enfermedades, la detección temprana es clave para evitar males mayores. Por eso, una de las misiones fundamentales de los orientadores educativos que trabajan en los centros escolares de la provincia es percibir si algún alumno atraviesa por una fase depresiva.
«Es cierto que se está notando en las aulas un aumento en los casos de niños con problemas de pérdida de vitalidad o comportamientos poco naturales para un pequeño. Si notamos algún síntoma indicativo de una depresión, como el aislamiento o el rechazo de otros niños, llamamos a los padres, intentamos atenderlo nosotros en la propia escuela y si es un caso más grave lo trasladamos a un equipo de salud mental», explica la coordinadora del equipo técnico provincial de Orientación Educativa, María Antonia Zorrilla.
Ambas especialistas coinciden en recomendar tranquilidad a los padres si perciben algún síntoma de depresión en su hijo, no crear alarma y acudir a su pediatra lo antes posible. Un pequeño esfuerzo por recuperar la sonrisa de un niño triste.
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