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JUAN CANO
Jueves, 30 de enero 2014, 08:39
Le pidieron que saliera del local para hablar y «solucionar el problema». Nada más cruzar la puerta, Roberto recibió tres botellazos en la cabeza y lo que parece ser una puñalada -él no llegó a ver la navaja- en un costado. Y todo porque, dice, defendió a unas amigas a las que sus agresores «insultaron».
Esa noche, la del miércoles de la semana pasada, salió a tomar algo con tres chicas. Tras pasar por varios establecimientos, acabaron a las cuatro de la madrugada en un bar de copas del centro donde se celebraba una fiesta universitaria.
Los problemas comenzaron una hora después. «Estábamos bailando y charlando cuando se acercaron dos chicos en plan chulo, metiéndose por medio. Sin venir a cuento, empezaron a insultar a mis amigas», cuenta Roberto (es nombre ficticio, ya que pide mantenerse en el anonimato). El hombre, que es malagueño y tiene 42 años, intervino: «Le pregunté a uno de ellos: '¿Qué pasa? ¿Tú de qué vas? Entonces, comenzó a meterse también conmigo y me dio una bofetada». Se empujaron mutuamente y forcejearon unos instantes hasta que la gente los separó, siempre según la versión del denunciante.
Cuando pensaban que todo había quedado terminado -ya habían pasado unos diez minutos-, uno de los jóvenes se acercó a él y le pidió que saliera a la calle, «no para pelearnos, sino para hablar», insiste Roberto, que al escuchar su acento confirmó que eran magrebíes. «Salí con él y, nada más cruzar la puerta, uno de ellos me rompió dos botellines -cree que de cerveza- en la parte de atrás de la cabeza», relata. El golpe, que le llegó por la espalda, fue tan violento que le hizo encogerse como un ovillo. «Lo primero que haces es agacharte para protegerte. Entonces, el que estaba al lado -ya no eran dos, sino tres- me estrelló otro botellín en la zona de la oreja izquierda», prosigue la víctima.
Solo sentía «golpes» por todas partes. Tantos que ni siquiera notó la puñalada o la patada que le propinaron en la cabeza. «Yo no me di cuenta, pero mis amigas sí vieron que uno de ellos llevaba una navaja y me pinchó en el costado derecho. Tuve suerte. Me dio en una costilla». Las chicas intentaron meterse por medio para que cesara la agresión, pero «a ellas también les pegaron», dice Roberto. «A una le pusieron un brazo morado».
Cuando los tres individuos huyeron, el hombre empezó a notar que sangraba abundantemente por una oreja. «En ese momento yo no sabía la brecha que tenía en la cabeza. Mis amigas decían que parecía una catarata». Al incorporarse vio a los dos porteros del local, que estaban delante: «Los miré y les dije: '¿Ni por humanidad os metéis? ¡No veis que me están matando!'». Asegura que ellos se limitaron a encogerse de hombros.
Traslado al hospital
Un vehículo camuflado de la Policía Local, que casualmente pasaba por allí, lo llevó al hospital ante la «tardanza» de la ambulancia. Del Civil lo derivaron a Carlos Haya, ya que la herida de la oreja requería la intervención de un cirujano plástico. Le tuvieron que poner más de 35 grapas para suturar la brecha de la cabeza.
Su padre lo acompañó a la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía en el distrito Norte para denunciar los hechos. La víctima aportó datos de dos de los tres agresores, a los que sería capaz de reconocer, «pero la policía aún no me ha enseñado fotos de personas fichadas», apostilla. Los agresores continúan en libertad.
Lo peor es que, a día de hoy, Roberto sigue sin entender cuál fue la chispa que desencadenó el primer rifirrafe: «No ocurrió nada. No hubo un pisotón ni un empujón en la pista de baile. Le pregunté a las chicas si les había pasado algo con ellos, y me contestaron que no. Imagino que fue porque me vieron con tres chavalas. Pero lo que sí sé es que fueron a matarme».
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