Jerusalén en clave de creencias

El Próximo Oriente ha sido, y sigue siendo, una tierra labrada por demasiados misterios, enigmas y códigos. Mitos y realidades dieron vida a las más fabulosas narraciones y a las más sorprendentes metáforas. Dificultades insuperables impiden que 'lo político', retrocediendo en el túnel del tiempo más allá de Las Cruzadas, pueda interpretarse sin tener en cuenta el componente de 'lo religioso' o, con terminología más extensa, de 'las creencias'. El profeta Mahoma dictó un escrito para que se protegiera el Monasterio de Santa Catalina al pie del Monte Sinaí; las tropas napoleónicas, tras desmantelar injustificadamente, camino de Egipto, la estructura de poder de la Orden de Malta que gobernaba desde La Valeta, construyó los inacabables peldaños que conducen a la hipotética cima en donde Moisés recibiera las Tablas de la Ley. Se dice que Saladino llegó a compartir mesa con un rey católico de Jerusalén y que expiró 'en cristiano'. Yaser Arafat asistía, hasta que lo 'asignaron a residencia' en La Mutaqa, a la Misa del Gallo en la basílica de la Natividad en Belén y que el Patriarca Latino (católico) de Jerusalén ve repletas de niños y niñas palestinos, con no poco gozo, las escuelas que de él dependen. El ajedrez socio-político de Líbano no llega a funcionar sin estructurar 'lo religioso' (maronitas, drusos, musulmanes, ortodoxos.). La Europa diversa, con gran influencia en sus orígenes, de los 'social-cristianos' y del Siglo de las Luces, minimizó esos elementos 'religiosos' a la hora de trazar una estrategia para el Próximo Oriente; algo diferente ocurrió en Estados Unidos.

El Próximo Oriente, y sus aledaños mediorientales y arábigos, fue la cuna de las tres grandes religiones monoteístas, las del Libro, que siguen nutriendo al imaginario colectivo incluso allende sus propias fronteras. El intelectual francés André Malraux, un tanto iconoclasta, llegó a decir que el siglo XXI sería el del renacimiento de las creencias religiosas. El planeta Tierra cultiva la 'diversidad de las creencias' sin que ello signifique 'el retorno de los brujos', sino más bien la reafirmación de un misterio inaprensible.

Todo esto viene a cuento a raíz de unas recientes declaraciones de Benjamín Netanyahu en visita al presidente Obama, en las que manifestó que Jerusalén «no es un asentamiento» y que se trata de «la capital» del Estado de Israel. El primer ministro israelí ha querido, una vez más, cortar la yerba bajo los pies de los palestinos, todos, que reivindican Jerusalén Este como capital del futuro Estado de Palestina. Pero Netanyahu sabe muy bien que las embajadas y legaciones de los países del mundo están establecidas en Tel Aviv, que no reconocen así, ni de facto ni 'de iure', a Jerusalén como tal capital. He aquí el punto neurálgico que, a fin de cuentas, está frenando desde hace más de 60 años una solución global a la 'cuestión palestina'. La alternativa planteada por palestinos e israelíes que apoyan la amplia plataforma estratégica 'La paz, ahora: dos pueblos, dos naciones, dos Estados', implica la división de Jerusalén, siendo Jerusalén Este, arabizado y con sus simbólicas mezquitas, la capital para Palestina.

Los estudiosos que se ocupan desde hace años del conflicto israelopalestino han identificado una serie de problemas fundamentales para resolverlo y para sentar las bases de una paz duradera: las revisión de las fronteras actuales estrechamente ligada a la gestión vital de las aguas del Jordán; la supresión de la 'ley del retorno' que convierte a cada judío del mundo que se establezca en Israel en ciudadano israelí; la revisión del regreso de los refugiados palestinos que se encuentran hacinados en 'campos' en otros países árabes mediante el reconocimientopor esos países de la ciudadanía con el apoyo de un 'fondo internacional' para sustentar esta solución. Estos importantes problemas, en donde la demografía juega un papel básico, son negociables como así se ha reflejado en 'hojas de ruta' y en diversos 'documentos de trabajo'. Quedan dos que aún no han sido abordados en las diversas negociaciones: la desnuclearización del Próximo Oriente, inviable sin una desnuclearización de todo el Medio Oriente, es decir, de Irán, y Jerusalén.

La división política de Jerusalén. Esta hipótesis llevaría a instalar la capital del futuro Estado de Palestina en Jerusalén Este y la capital de Israel en Jerusalén Oeste, lo que haría posible, de inmediato, la re-instalación en Jerusalén Oeste de todas la embajadas y representaciones diplomáticas hoy abiertas en Tel Aviv. Pero existe, además, una lectura de Jerusalén en clave de 'creencias': la internacionalización de los Santos Lugares del Jerusalén judío, musulmán y cristiano, cuyo estatuto garantizara el acceso, la libre circulación y la seguridad de todos los visitantes así como de los administradores y 'guardianes' de las tradiciones en la práctica del diálogo interreligioso, lo que apoyaría, en ese específico contexto, las relaciones pacíficas entre el Estado de Israel y el futuro Estado de Palestina.