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A lo largo de la historia de la música en este país se han perpetrado tantas horteradas con la excusa del 'flamenquito fusión' que la tradición mandaba acudir a este espectáculo sin muchas expectativas. Los antecedentes sobre el papel eran sin embargo favorables: Flamencohen es un recital producido por Alberto Manzano, escritor, periodista y musicólogo y a quien los fans hemos identificado siempre como el amigo oficial de Leonard Cohen en España. Fruto de esta amistad, cuya profundidad siempre se nos antojó inexacta, Manzano ha editado libros, ha registrado traducciones al castellano de las letras y, en definitiva, se ha proclamado como el representante español del dios de las letras del rock. Anoche, en el teatro Cervantes y ante algo más de la mitad del aforo, Manzano hizo las veces de maestro de ceremonias, sentado con su micrófono y explicando las canciones de un show que resolvió con elegancia el peligro que conlleva realizar adaptaciones rumberas a semejante repertorio de cantautor rock por excelencia.
El problema de base es que el resultado soporta un doble lastre: ni convence al público flamenco ni resulta óptimo para los admiradores de Cohen. Sin rock y sin pellizco, la hondura que se nos prometió se quedó en la superficie, en un contenedor de canciones ligeras en el que había que sortear la sensación de ver a una banda de versiones con ínfulas de trascendencia, dicho sea esto sin desmerecer a los cinco músicos que conforman la Banda del Corazón, un plantel instrumental que daba a veces la sensación de que siempre sobraba algo.
La voz de la cantante malagueña Paula Domínguez se vio atrapada por el contexto y apenas pudo lucirse como era debido, encontrando su lugar acaso en las adaptaciones más flamencas. Ese fue el caso de las excelentes 'Tú sabes quién soy', traducción de Manzano y Santiago Auserón del 'You know who I am', o del mítico 'Pequeño vals vienés' que, pese a sonar recargado, fue uno de los ejemplos que pusieron de manifiesto el flechazo umbilical que unió a Cohen con Lorca hasta el punto de que el canadiense le hizo responsable de su conversión en poeta.
Respecto a las letras, en algún momento las traducciones sonaban literales y resultaban más forzadas que el cerrojo de un after. En su descargo, cabe señalar que transcribir la letra de 'Famous blue raincoat' y mantener la rima no es una tarea sencilla, aunque en algunos casos se echaba en falta más chispa; resultó tremendo el «Baila conmigo amor / hasta el fin del amor» en 'Dance me to the end of love' o el «nunca comías perdices» de 'Chelsea hotel', entre otros tics líricos algo vergonzosos.
En el repertorio encontramos adaptaciones dignas como el 'Mil besos' ('A thousand kisses deep') y una buena tanda de temas escritos para Morente como 'No hay cura para el amor' (o 'Ain't no cure for love', en una versión con toques jazz) o 'Esta no es manera de decir adiós (o 'Hey, that's no way to say goodbye') que interpretaron en su momento Mayte Martín y Rocío Segura, otrora voz de Flamencohen. También sonó una de las canciones más versionadas de la historia como fue 'Hallelujah' que también vino acusada de falta de garra. La mejor versión de todo el repertorio llegaría en el tramo final con 'Priest', una canción poco conocida que Cohen escribió para su amiga Judy Collins y que jamás grabó como propia, y en el que se apreció el toque flamenco que debería haber gobernado todo el contenido y que vino acompañado de palmas de un público que hasta entonces parecía adormilado frente a la absoluta inmovilidad de lo que pasaba en el escenario. Al final, el público malagueño agradeció con generosidad un espectáculo que tendrá que profundizar más en lo que propone si no quiere dar la sensación de haberse creado solamente para hacer caja.
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