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IBON ZUBIAUR
Domingo, 6 de noviembre 2016, 00:41
madrid. Lo habrán leído o escuchado innumerables veces en las últimas semanas: Hillary Rodham Clinton, la primera mujer candidata a la presidencia de los Estados Unidos. En vista de la misión que afronta la veterana política demócrata (evitar que Donald Trump sea presidente), se comprende que muchos estén dispuestos a atribuirle cualquier mérito imaginable. Pero éste, siendo justos, no le corresponde. Hillary Clinton es, en efecto, la primera mujer nominada por uno de los grandes partidos a la presidencia de los Estados Unidos. Pero la primera mujer en concurrir a ese puesto fue Victoria Woodhull: lo hizo en 1872, décadas antes de que su país reconociera expresamente el voto femenino. Fue todo un personaje, y merece ser recordada. La pequeña editorial alemana Ulrike Helmer reedita para la ocasión la biografía que Antje Schrupp le dedicó en 2002: una semblanza apasionante, divertida y enjundiosa.
A diferencia de Hillary Clinton, a quien ahora se le achaca ser un típico producto del 'establishment', Victoria Woodhull era una muchacha de la calle. Nació en 1838 en un pequeño pueblo de Ohio, quinta hija de una familia trashumante; su padre, Buck Claflin, había sido ladrón de caballos y embaucador, su madre (una exaltada religiosa) ejercía la adivinación. Victoria heredó su don: tenía visiones desde los cinco años y se hacía guiar por los espíritus (concretamente por los de Demóstenes, Napoleón y Josefina). Huyendo de su colérico padre, se casó con el médico Canning Woodhull, que le legó su apellido y dos hijos (Byron, disminuido psíquico, y Zulu Maud), pero se separó de él en 1861. En el San Francisco de la fiebre del oro trabajó como animadora sexual y, tras una llamada telepática de su hermana Tennessee, regresó con su familia, a vender un elixir milagroso contra el cáncer. Victoria y Tennie eran las más talentosas: ofrecían terapias magnéticas y diferentes variedades del espiritismo. La futura candidata forjó en esos años su don de gentes y su empatía.
En 1866, en St. Louis, conoció al hombre que cambió su vida, James Blood, juez de instrucción y ciudadano acomodado, aunque afecto también al espiritismo: en cuanto pisó la consulta de Victoria, ésta cayó en trance para anunciarle que sus destinos estaban unidos. Pronto se les sumaría Tennessee, harta de mantener a toda la familia Claflin. Los tres se compenetraron bien, y Blood, hombre formado y de ideas avanzadas (en lo social y en cuanto a moral sexual), brindó a Victoria el aparato teórico que le faltaba. En 1868, siguiendo las indicaciones de Demóstenes, se mudaron a Nueva York.
Talento y amistades
Mientras Blood asumía un modesto trabajo en un periódico, las dos hermanas se aplicaron a vender elixires y anticonceptivos caseros por los burdeles. Pero el factor que decidió su suerte fue la intimidad con el magnate del ferrocarril Cornelius Vanderbilt, a quien Victoria asesoraba en sus especulaciones bursátiles (preguntado por el secreto de su éxito, Vanderbilt respondía: «Haga como yo, consulte a los espíritus»). Además de por los espíritus, Victoria se guiaba por la información confidencial que le suministraban las prostitutas y mantenidas de grandes capitalistas. El 24 de septiembre de 1869, el primer gran 'viernes negro' de la bolsa neoyorquina, Vanderbilt ganó 1,3 millones de dólares al deshacerse a tiempo de sus valores en oro, y recompensó a su asesora con la mitad. El capital permitió a las hermanas fundar Woodhull, Claflin & Co., la primera correduría de bolsa llevada por dos mujeres.
Victoria Woodhull entendió siempre que el dinero era un medio de emancipación y no un fin en sí mismo. Gracias a los contactos que le abría su trabajo como broker, fue perfilando su filosofía política: del extravagante erudito libertario Pearl Andrews (autor de un manual de chino e introductor de la estenografía, entre otros méritos) aprendió por ejemplo que la meta no podía ser la posesión pasiva de derechos, sino la asunción activa de responsabilidades. En palabras de Victoria a un reportero: «Las mujeres tienen todos los derechos. Lo único que tienen que hacer es ejercerlos. Exactamente lo que hacemos nosotras».
Siguiendo este principio, Victoria Woodhull anunció en 1870 su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Para apoyarla fundó un semanario, el 'Woodhull and Claflin's Weekly' (con James Blood de redactor jefe), y en enero de 1871 fue la primera mujer en comparecer ante una comisión del Congreso: allí presentó su solicitud de que fuera ratificado el sufragio femenino, puesto que la Constitución se lo reconocía a todo ciudadano (sin distinción de sexos) y era ya efectivo en el Estado de Wyoming (aunque este Estado no ingresó en la Unión hasta 1890). La solicitud fue rechazada, pero ayudó a dar a conocer a Woodhull; su carisma y determinación le irían atrayendo nuevos aliados, aunque también poderosos enemigos. Su programa anarquista era sin duda radical para la época, pero su condición de mujer, sus orígenes plebeyos, y su defensa del amor libre la hacían inaceptable entre la sociedad conservadora.
En mayo de 1872 se constituye el Equal Rights Party (Partido para los mismos derechos), en el que confluyen todo tipo de movimientos civiles: Victoria Woodhull es proclamada candidata a la presidencia y Frederick Douglass, un activista afroamericano, candidato a la vicepresidencia (posteriormente declinaría la nominación). La cercanía de las elecciones aumentó la presión sobre Woodhull: los medios ahora la ignoraban, y sus caseros la pusieron de patitas en la calle. A raíz de un número especial del 'Weekly' contra uno de sus mayores enemigos, el predicador Henry Ward Beecher (hermano de Harriet, la autora de 'La cabaña del Tío Tom'), fue encarcelada ocho veces (pasaría en prisión las elecciones de noviembre, que ganó Ulysses Grant), aunque acabaría absuelta. Arruinada y separada del fiel Blood, en 1877 se trasladó con su familia a Inglaterra, donde casó de nuevo y acabó heredando una fortuna.
Victoria Woodhull murió en 1927, siete años después de que su país reconociera al fin el voto femenino. Más allá de su bulliciosa vida, es la radicalidad de su ejemplo lo que la hace actual.
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