Borrar
Josef Fritzl : «Elisabeth se ha unido a una secta, no la busquen»
MUNDO

Josef Fritzl : «Elisabeth se ha unido a una secta, no la busquen»

El asesino de Austria confiesa que tuvo siete descendientes con su hija y que quemó el cadáver de uno de ellos El jubilado, de 73 años, encerró durante 24 años a tres de ellos y a su madre

ENRIQUE MÜLLER

Martes, 29 de abril 2008, 03:36

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Josef Fritzl, un ingeniero electrónico jubilado de 73 años, a quien sus convecinos de Amstetten consideraban un hombre amable y amante de la pesca, confesó ayer ante la policía del estado federado de Baja Austria lo que ya se ha calificado como uno de los crímenes más horrendos y sin precedentes en el país centroeuropeo. Fritzl admitió haber mantenido encerrada a su hija Elisabeth durante 24 años en un zulo construido bajo el jardín de su casa mientras la violaba sistemáticamente, a consecuencia de lo cual engendró siete hijos. Según manifestó el jefe de la policía, Franz Polzer, el anciano también reconoció que uno de los niños nació muerto y que quemó el cadáver en una caldera.

El 'monstruo de Amstetten', como ya ha sido bautizado, se resistió a declarar en un primer momento, pero ayer decidió revelar la doble vida que mantuvo durante casi un cuarto de siglo. «Mientras Elisabeth vivía un calvario encerrada con tres de sus hijos, Fritzl residía con su esposa Rosemarie en la misma casa interpretando el papel de abuelo generoso», recogía el diario 'Kronen Zeitung'.

En la localidad donde se desarrollaron tan truculentos hechos, a unos 130 kilómetros al oeste de Viena, los vecinos coincidían en que Josef era un hombre atento, bien educado y jovial. Con su esposa tuvo, aparte de su hija Elisabeth, otros seis descendientes, en la actualidad todos adultos, y era considerado un padre ejemplar.

Pero nadie en Amstetten, incluida increíblemente su propia mujer, sospechaba que llevaba una existencia paralela desde 1984, año en que decidió encerrar a Elisabeth en el sótano y mantenerla esposada, tras comenzar a violarla cuando apenas tenía once años.

Poco después, Josef Fritzl alertó a la policía local sobre la desaparición de su hija. Y un mes después entregó una carta en la comisaría, que había obligado a escribir a la propia Elisabeth, en la que ésta pedía que nadie la buscara. «Mi hija se ha unido a una secta», contó a quien preguntaba por ella.

Los encargados de interrogar y transcribir la confesión de Josef Fritzl se quedaron impresionados por el pavoroso relato. «El crimen sobrepasa todas las dimensiones, incluida las peores experiencias vividas por los agentes», dijo Polzer. «Nadie puede imaginar que este hombre estuviera casado normalmente, tuviera hijos con su mujer y otros siete con su hija mayor, que ahora tiene 42 años, aunque aparenta veinte más», añadió el funcionario.

Vida normal

El jefe de Policía también confirmó que tres de los hijos de Elisabeth habían sido trasladados por su padre a la casa familiar y que posteriormente habían sido adoptados por el matrimonio. La explicación que dio a su esposa y a los vecinos fue que Elisabeth abandonaba la secta cada vez que se quedaba embarazada y les entregaba los niños sin más. Los otros tres hijos, de 5, 18 y 19 años, nunca abandonaron la cárcel subterránea. Mientras, los otros tres hacían una vida que vecinos y compañeros de colegio consideraban normal.

Pero todo se destapó cuando Kerstin, la mayor de la encerradas, tuvo que ser hospitalizada por un problema renal genético por ser fruto de un incesto después de que la madre le indicara a su carcelero y violador que la chica corría peligro de muerte. Fue entonces cuando el hombre liberó a los otros dos hijos y le contó a su esposa que la hija desaparecida había regresado. Sin embargo, la policía sospechó algo raro e investigó hasta descubrir una historia aberrante.

Una vez que Fritzl confesó a las autoridades todo lo sucedido, también indicó el lugar en el que estaba el zulo. Según imágenes grabadas por la policía, la cárcel de Elisabeth estaba en el sótano de la vivienda, detrás de una estantería. La puerta de acceso se movía sobre raíles y se abría tras pulsar una clave. El 'agujero' tiene unos 60 metros cuadrados, repartidos en tres habitáculos, de una altura de 1,70 metros, además de una pequeña cocina y un aseo con ducha. También había un televisor y una radio.

Mirar a otro lado

Elisabeth y sus hijos, que están siendo sometidos a un profundo tratamiento psicológico, presentan problemas en los ojos y en la piel. «La comunidad de Amstetten, incluida su población, debería avergonzarse de los sucedido.

Los vecinos miraron, muy a conciencia, hacia otro lado», recogía el periódico 'Österreich' en un editorial, mientras que 'Der Standard' señalaba: «Todo el país debe preguntarse qué está haciendo mal».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios