«Me agaché, cogí la escopeta, la dirigí hacia él y disparé sin apuntar»
José Jurado Montilla, el preso condenado por cuatro crímenes que ha quedado libre tras el fin de la 'doctrina Parot', sólo confiesa uno de ellos
JUAN CANO
Jueves, 26 de diciembre 2013, 13:27
Apura un cigarrillo mientras recuerda el crimen. Corría el año 1985 y el 'Dinamita Montilla' apenas llevaba unos meses en libertad. Al llegar a casa, su madre le dijo que los zorros habían matado siete gallinas del corral. José cogió la escopeta y se adentró en la sierra para darles «'matarile'». Buscando las zorreras acabó en un paraje de Almogía conocido como Llano Persona, a 20 kilómetros de su casa, y lo sorprendió «la gota fría». Vio un cortijo en una loma y, por su aspecto, pensó que estaba abandonado. «Me metí dentro para refugiarme de la lluvia y me quedé dormido sobre unos sacos de algarrobas. A las siete de la mañana, me desperté al oír que se había caído la silla que puse para atrancar la puerta. Era el dueño, que me apuntaba con una escopeta».
Le pidió que se pusiera los zapatos y lo acompañara al cuartel, según relata. Lo acusaba de ser la persona que le había estado robando los aperos en su cortijo. «Son momentos de nervios. Me agaché, cogí la escopeta con la mano derecha, la dirigí hacia él, sin apuntar, y disparé». Francisco González era vecino de Puerto de la Torre. Tenía 57 años cuando lo mató. «Lo considero un accidente. No fue premeditado, surgió así. Me da no sé qué, no por haberlo pagado, que lo he hecho, sino porque era un ciudadano humilde y honrado, una persona de campo. Pido perdón a la familia, me duele en el alma lo que hice, pero hay que tener en cuenta que yo era un bala perdida y estaba enganchado a las drogas. Mi intención solo era darle 'matarile' a los zorros», repite.
Han pasado ya casi tres décadas y, a día de hoy, es el único crimen que reconoce. Pero lo condenaron por otros tres más. A ojos de la Justicia, José Jurado Montilla, más conocido como 'El Titi' o 'Dinamita Montilla', también mató a dos turistas extranjeros que acampaban en El Chorro y al chófer de Juanito Valderrama. Le cayeron 123 años de los que ha cumplido 28. La sentencia del Tribunal de Estrasburgo, que tumbó la 'doctrina Parot', le ha ahorrado los dos últimos. Está libre y quiere contar su historia porque, dice, se ha cometido una «injusticia» con él. «He matado a una persona, pero no a cuatro», insiste.
Apenas lleva unos días libre. Ha salido de prisión igual que entró, con unos vaqueros, una cazadora y una mochila. Pero se ha dejado media vida dentro. La barba de días acentúa las facciones de una cara desgastada por el talego. Ha perdido más de 20 kilos. Está en los huesos. Hay que mirar dos veces su foto de carné para encontrar el parecido con el hombre que ingresó en la cárcel, allá por los ochenta, para cumplir condena por cuatro crímenes que lo llevaron a ser considerado un asesino en serie. Según los agentes que lo arrestaron, un tipo «frío y calculador» que tapaba la cara a sus víctimas y liberaba los animales domésticos de las casas que asaltaba.
Tenía 24 años cuando entró por última vez en prisión, y ha salido con 52. Le comunicaron la libertad cuando paseaba por el patio de la cárcel de Zuera. «Ya era hora, ¿no?», le dijo el funcionario. «Me pidieron que recogiera mis cosas, no sabía ni lo que echar en la mochila», cuenta José. Cruzó la puerta del presidio a las 13 horas del día 13 de diciembre de 2013. «No soy supersticioso, pero ese número siempre me ha traído suerte», asegura. Le dieron 16 euros para un taxi a Zaragoza, 18 para el almuerzo y los billetes del tren a Madrid y Málaga. Porque 'El Titi' es malagueño. De Campanillas, para más señas.
Se crió en el campo. Su familia tenía unos terrenos en la zona de Maqueda, en la sierra, que conoce como la palma de su mano. Lo apodaron 'El Titi' porque fue la primera palabra que salió por su boca de tanto oír a su madre llamar a las gallinas del corral. La mala fama le persiguió desde niño. «Con nueve años, me acusaron de robar 20 duros que un hombre dejó en la barra de un bar. Yo no había sido». Con 13, un amigo que lo había invitado a su casa lo dejó un rato solo y, al volver, echó en falta 10.000 pesetas: «Dijo que me las había llevado yo, pero fue él quien le quitó el dinero a su madre».
A partir de entonces, asegura, lo culpaban de todo lo que ocurría en el barrio. «Como no sabía defenderme con palabras, empecé a viajar para quitarme de en medio. Me colaba en los trenes. He recorrido toda España». Las drogas fueron su otro refugio. «Las probé por primera vez con 14 años. Un día que pasaba por el Llano de la Trinidad me paré a pedir un cigarro a unos hombres que estaban allí sentados, y me ofrecieron heroína. Pillé un colocón y, no sé cómo, aparecí tirado entre las raíces de un árbol».
En aquella época se buscaba la vida recogiendo espárragos -«me sacaba un buen dinero»- y trabajando como feriante. Con 18 cometió su primer delito, confiesa. «Le pedí un adelanto a mi jefe en los coches de choque y, como no me lo dio, me llevé dos cubos llenos de monedas». En total, unas 170.000 pesetas de las de antes que, calcula, equivaldrían a unos 12.000 euros actualmente. No tardaron en cogerlo. «Sabía que había sido yo porque fui el único que faltó al trabajo».
Ingresó en 'Málaga, la vieja', la antigua cárcel provincial, situada en la barriada de García Grana. La recuerda como una prisión muy conflictiva -en su vida de reo ha pasado por 38 centros diferentes- donde los apuñalamientos y los intentos de fuga eran cotidianos, y los internos se tragaban muelles para tratar de escapar en la salida al hospital. «Lo primero que te hacían al entrar era colocarte una navaja al cuello, o alguien se enamoraba de algo que llevabas puesto y te lo pedía. Tenías dos opciones: dárselo y ser un 'pringao', o pelearte. Aunque perdieras la pelea, te respetaban». Él la perdió y, con ella, unas botas camperas hechas a mano en Valverde del Camino que le costaron 30.000 pesetas. «Las compré con el dinero de los espárragos», precisa.
Salió a los ocho meses y, como la condena que le impusieron por el robo fue de seis, no tuvo que volver. Pero no tardó en meterse en el siguiente lío. Al año siguiente, cuando regresaba de pasar la noche en la discoteca Maestranza, se encontró con un primo que se estaba fumando un porro en los jardines de Pedro Luis Alonso. Compartió el canuto con él y, al rato, se marchó. Unos días después, cuando circulaba por el partido de Los Moras, en Almogía, a lomos de su Puig Campera de motocross, que compró en Navarro Hermanos por 65.000 pesetas -«tengo muy buena memoria», matiza-, le salió al encuentro una pareja de la Guardia Civil. «Me tiraron un palo a la carretera y me caí. Me pusieron la bota en el cuello y me engrilletaron. Yo les di un nombre falso. Les dije que venía de ver a mi novia y que llevaba las luces apagadas para ahorrar combustible. Se lo tragaron, pero cuando me iba a subir otra vez en la moto, me vieron la cartera y cogieron mi documentación». Acabó detenido. En el cuartel se encontró con su primo. «Había robado unos pájaros exóticos de aquel parque cuando yo ya me había ido». Él asegura, de nuevo, que no lo hizo: «Mi primo me implicó para que dejaran de pegarle».
'Dinamita Montilla'
Por aquel robo fue sentenciado a cuatro años, dos meses y un día. «Me cayó la 'yeyé', que es como llamábamos a esa condena. Todos los presos teníamos una», recuerda. En septiembre de 1981 volvió al trullo. Estrenó la prisión de Bonxe, en Lugo (fue el preso número 50), un centro moderno con una férrea disciplina militar, «la cárcel más dura en la que he estado», matiza. Salió en 1984. De su paso por Galicia se trajo su segundo apodo. «Ayudé a preparar los fuegos artificiales en unas fiestas y le metí tanta carga a los petardos que sonaban como bombas. De ahí lo de 'Dinamita Montilla', que es como mi nombre artístico».
Cuando recuperó la libertad, caminó durante 29 días desde Lugo hasta Málaga. Trabajó por temporadas en varios circos, donde llegó a ganar 5.000 pesetas al mes como ayudante de pista. Un año después, en 1985, cometió el único de los crímenes que reconoce, y comenzó una huida hacia delante hasta que volvió a la cárcel por un robo en una casa en Galicia. «Me llevé una pata de jamón, una barra de pan, una escopeta, un paquete de tabaco Boncalo y 2.000 pesetas que había en un monedero», admite. Aún no habían descubierto su implicación en el crimen de Almogía. Se fugó tras un permiso penitenciario en la prisión de Cáceres y acabó detenido el 4 de mayo de 1987 en la estación de Las Mellizas, en Álora. José Jurado estaba comiéndose un bocadillo de tortilla mientras esperaba el siguiente tren cuando un guardia civil lo encañonó con una metralleta. «¡Aquí está!», gritó el agente. Lo arrestaron por las muertes de los dos turistas, un inglés y un alemán que estaban de acampada en El Chorro. «Fui allí con unos chavales de Málaga que querían conocer el Caminito del Rey. Estuvimos consumiendo y, cuando pasaron los dos extranjeros, los invitamos a la fiesta. Cuando se acabaron las drogas yo me marché y ellos se quedaron allí. No sé lo que pasó», afirma. Los dos turistas aparecieron muertos por disparos de escopeta. Uno de ellos tenía, además, heridas de arma blanca. «En la mochila me encontraron una navaja suiza y dijeron que había sido con esa. Todo el mundo que se mueve por el campo tiene una», dice.
El chófer de Valderrama
También hallaron en su equipaje unos parches de bicicleta, bombillas y unas pilas que lo situaron en el escenario de otro crimen cometido en esas fechas. El de Antonio Paniagua, de 46 años, exchófer de Juanito Valderrama, cuyo cadáver apareció semicarbonizado el 15 de marzo en una casa de campo en el puerto de Los Randos, en Campanillas, donde pasaba largas temporadas. «Decía que, por la huella que había dejado el fuego, faltaban esos objetos. Y digo yo: uno tiene que ser muy tonto para quedarse en medio de un incendio, con el humo, solo para robar unos parches. No tiene sentido». También encontraron en su mochila unos cartuchos como los que se usaron para matar a Paniagua.
No lo creyeron. Su confesión de los crímenes ante la jueza de Antequera -«me había drogado, estoy seguro de que manipularon mi declaración», sostiene- y las evidencias halladas por la Guardia Civil pesaron como una losa en cada uno de los juicios, por más que negó la autoría. Acabó siendo condenado. 'El Titi' volvió a prisión, esta vez por muchos años. En todo ese tiempo ha compartido patio con delincuentes de toda calaña y con algunos de los asesinos más famosos del país, y se ha sacado el graduado -dejó el colegio en sexto de EGB- y estudió FP, además de hacer cursos de manualidades e informática.
Ha vuelto a una Málaga que no reconoce, mucho más grande que la que dejó. «Cuando entré en prisión, no había ni móviles», dice. Está desubicado, desorientado. Dice que no tiene dónde ir porque su familia le ha dado la espalda todos estos años, en los que solo le han llegado las cartas de su madre, que murió en 2007. Su primera noche la pasó bajo un puente, de nuevo en Campanillas, hasta conseguir una cama en el albergue. Quiere reintegrarse: «Nunca me he considerado un asesino. Admito que fui un delincuente, pero por la presión de las acusaciones falsas y las drogas. He querido hablar para reconocer lo que he hecho, defenderme de lo que no hice y pedir perdón. En el tiempo que me quede de vida, quiero reparar el daño que he causado a la sociedad». Promete no volver a delinquir: «Antes prefiero comer palmito, aceitunas secas o almendras en el campo».
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