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Viernes por la noche en los años 80
LA DESCONOCIDA MÁLAGA DE LOS AÑOS 80

Viernes por la noche en los años 80

Bebíamos cañas a veinte duros, a veces menos, y de fondo escuchábamos el claxon de los coches que no podían salir de su aparcamiento rodeados por las motos de los que entonces tenían motos

POR PABLO ARANDA

Lunes, 26 de agosto 2013, 14:08

Aquel verano de los 80 los jóvenes malagueños vivíamos con nuestros padres, porque dando clases particulares no podíamos costearnos un alquiler, porque nadie quería hacer llorar a su mediterránea madre («pero dónde vas a estar mejor que aquí, hijo mío») y porque no resultaba del todo incómoda la vida de señorito. Pero los pisos familiares no eran inmensos y para desconectar había que buscar otros horizontes, y con este clima y este carácter qué les voy a contar: a la calle, rápido. Lo único que nos paraba era la lluvia -explícaselo tú a uno de Bilbao- que caían cuatro gotas y ya no salíamos, se nos fuese a estropear el flequillo, pero era verano, cualquier semana menos esta de feria, y los amigos opinaban como nosotros y nos esperaban en la sede sagrada: un local mínimo en los bajos de la urbanización Echeverría de El Palo, con una barra más mínima todavía y un camarero que en el recuerdo se parece a Luis Aragonés de joven (claro, que en los 80 hasta Luis Aragonés era joven) y tres barriles en la puerta: era el bar Los Barriles. Allí nos juntábamos una muchedumbre de jóvenes que ahora protestamos cuando vemos que una muchedumbre de jóvenes de los de ahora se juntan. Bebíamos cañas a veinte duros, a veces menos, y de fondo escuchábamos el claxon de los coches que no podían salir de su aparcamiento rodeados por las motos de los que entonces tenían motos (vespas y vespinos, alguna montesa que mirábamos -¡y escuchábamos!- con admiración, mobylettes, todas manejadas sin casco). Esa galería que separaba el colegio Valle-Inclán -hoy también club de baloncesto- de Echeverría se llenó de bares y a veces había una asamblea para tomar una decisión importante: cambiarnos al bar de al lado, o sea: a la puerta del bar de al lado, pobres vecinos tratando de conciliar el sueño sobre la marea ruidosa que formábamos. A veces echaban un cubo de agua. En la otra punta de Málaga había otro enclave similar al que algunos del este osamos asomarnos para conocer mundo y comprobar que éramos los mismos pero de más allá, en Santa Paula, qué ambientazo durante aquel verano de los 80. Con la cerveza ponían de tapa espuma, que después decimos que los granadinos son agarrados, tuvieron que venir los pubs irlandeses, ya en la siguiente década, a darnos... ¡cacahuetes!!

Discotecas

Al final llegaba el momento de irnos con las motos a otra parte, aunque los que íbamos andando tardásemos un poco más. Pronto dejó de funcionar, menos mal, El perro andaluz, aquella oscura discoteca pequeña y ahumada de Monte Sancha, y nos íbamos a Juncos, en Miraflores de El Palo, donde enseguida que llegábamos ponían lentas y nos apretábamos (o no, más bien no) bailando por el melancólico Lionel Richie o el eufórico Stevie Wonder ('wonder' significa en inglés 'preguntarse' y yo me pregunto de qué se reía aquel hombre). En el baño de Juncos, un joven jugador de baloncesto nos dijo una noche a los que orinábamos hermanadamente, tíos, España le ha metido doce a Malta, y la fiesta se convirtió en doble fiesta.

Las discotecas estaban en Torremolinos, la legendaria Pipper's, donde decían los afortunados que habían bajado sus escalones que una avioneta colgaba del techo, y una moto de gran cilindrada estaba aparcada en su interior. Había otra discoteca en la Malagueta, pero nosotros teníamos la madre de todas las discotecas en el local inmenso que fuera cine Lope de Vega (en cuyas sesiones matinales de los domingos los vecinos de las cuevas nos cosían a patadas a la salida si habían echado una de Bruce Lee, que un amigo mío sostiene que sigue vivo, como Elvis), el Lope de Vega que después fuera Rolling y que comenzados los 80 se convirtió en Bobby Logan, y mientras un amigo juraba a una camarera que su cubata casi terminado estaba malo y conseguía que le pusieran otro gratis, los demás nos inventábamos los estribillos de los éxitos que venían de países anglófonos.

Bebidas de moda

Pagábamos doscientas pesetas (¡menos de euro y medio!) y teníamos derecho a consumición, todavía no sabíamos -ni falta que nos hacía- que hay cuatrocientas marcas de ginebra y otras tantas de tónica, schweppes o kas, tío, y la ginebra Larios, la de aquí, y algunos incluso ni fumábamos, aunque la ropa nos oliese igualmente a humo y agujeros de quemaduras adornasen nuestras mangas, la primera generación en la que se podía no fumar sin dejar de ser hombres (eso lo digo yo, claro, pregúntenle a otro). Si nos entraba hambre, al lado, en Snoopy, todavía vendía Diego sus platos de patatas fritas con mayonesa, y de fondo nos ponía sevillanas a nosotros que nos gustaba el rock, pero no pasaba nada, sólo nos importaba la noche, la fuerza de nuestra juventud (que se nos iba sosteniendo una cerveza y una patata) y las ganas de pasarlo bien, porque esta noche iba a ser la noche del año, ya veréis, y luego lo de siempre, pero la intención era lo que contaba, o eso creíamos, y a lo mejor hasta teníamos razón, vete tú a saber.

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