Memoria de la agonía
Cuatro trabajadores de Incosol relatan su experiencia después de que el cinco estrellas haya echado el cerrojo
NIEVES CASTRO
Lunes, 15 de julio 2013, 12:18
Un jefe de cocina, una recepcionista, una auxiliar de clínica, un camarero... Ellos han sido los verdaderos motores del Hotel Incosol Medical SPA desde su nacimiento en 1974 hasta su cierre definitivo por acuerdo judicial el pasado lunes. Los que acumulan más años de servicio en la inmensa torre de diez plantas afirman haber vivido un calvario por partida doble: a los impagos del salario mensual y su inmediata repercusión en la economía familiar se ha sumado el dolor por ver zozobrar a un buque insignia pionero no solo en los tratamientos de salud y belleza, sino en ofrecer un servicio de SPA en la España de mediados de los 70.
Cuatro empleados del hotel echan la vista atrás para repasar su trayectoria mientras afrontan el futuro con escepticismo, sobre todo los más mayores, los principales activos de toda firma, pese a que la tozudez empresarial se empeñe en no verlo así.
«Incosol era un proyecto adelantado para su época. En la España de aquellos momentos no se concebía pagar por adelgazar», subraya Juan José Sánchez. El que fuera hasta su cierre jefe de cocina del hotel, rememora con añoranza sus mejores años de actividad profesional. Entró en las cocinas en 1976. Por aquel entonces solo tenía 26 años y muchas ganas de comerse el mundo tras haber recalado en la Red de Paradores. Hoy con 59 años le han entregado una carta de reconocimiento de sueldos atrasados de unos 60.000 euros, que duda poder cobrar algún día, al igual que la indemnización que le corresponde de 20 días de salario por año de servicio, con un máximo de 12 mensualidades.
El escenario de Juan José es similar al del resto de 137 compañeros despedidos. Eso sí, cada uno se ha marchado con una deuda en salarios impagados y un horizonte distintos.
El jefe de cocina se reencontró ayer a las puertas del hotel con su segundo de a bordo, Antonio Manuel Amador, y con Joaquina Sanjuán, auxiliar de la clínica, para explicar a SUR cómo han vivido el proceso desde dentro. Aunque con distintas palabras todos coinciden en señalar que el auto de la jueza gaditana pone el punto final a su agonía.
Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil para ninguno. Juan José es padre de dos hijas y está casado con una de las afectadas por el cierre de otro de los grandes en 2004, Don Miguel. La última nómina completa que recibió se remonta al mes de abril de 2011, pese a ser su sueldo el único sostén de la unidad familiar.
El empleo de los ahorros de toda la vida es lo que ha permitido la supervivencia de su hogar. Pero estirar la hucha familiar no ha sido la única preocupación de este profesional. «Como jefe de cocina me ha tocado lidiar con los proveedores a los que ya no les pagábamos puntualmente y también con la brigada, que lógicamente se sentía insatisfecha porque tampoco cobrábamos todos los meses», comenta con angustia.
Con su edad sabe que sus perspectivas de volver a los fogones son «nulas» y ahora solo espera poder jubilarse anticipadamente con 61 años. «Lo que me preocupa es la brigada de 18 personas que tenía a mi cargo porque son jóvenes y tienen que seguir trabajando. Me siento responsable porque de alguna manera yo les he metido dentro el veneno de la cocina dietética», dice mirando hacia Antonio.
El segundo jefe de cocina de Incosol, de 33 años, sale del establecimiento sin haber recibido el salario equivalente a 15 meses, esto es unos 30.000 euros. Afirma sin pudor que su estatus familiar ha variado «cien por cien», entre otras cosas porque la zarpa de la crisis también golpeó a la tienda donde trabajaba su esposa, ahora en paro. «Desde que en 2010 comenzaron los retrasos en el pago, la prioridad ha sido pagar la hipoteca y comer», subraya Antonio, padre de un bebé de 20 meses, quien asegura «que ni se acuerda de cuándo cobró la última nómina completa».
«El cierre era necesario. Estar en esta situación no conducía a nada: estábamos dados de alta, el hotel seguía abierto pero sin recibir clientes, no te daban trabajo y acumulas una deuda que nunca vas a cobrar... Era absurdo», dice el chef que aprovechó el Expediente Regulación Temporal de Empleo (ERTE) que afectó a la plantilla el año pasado para hacer un curso de reciclaje de pastelería. «Hemos puesto el punto final a una pesadilla. Ahora toca buscarse la vida. Sé que los atrasos no los voy a cobrar nunca y a través del Fogasa cogeré lo que marca la ley, esa es mi esperanza».
Igualmente complicada es la situación de Joaquina Sanjuán, de 58 años. Tanto ella como su marido, empleado en el bar, de 58, son náufragos del hundimiento de Incosol. En salarios la pareja ha dejado en el barco unos 50.000 euros. «Los ahorros que teníamos y los seis meses que hemos estado en el paro gracias al ERTE nos han dado un poquito de vida», afirma la mujer. «Nunca hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, teníamos un colchón, pero después de tantos meses sin cobrar los ahorros también se van terminando», concreta Joaquina, que hace referencia a su hijo mayor al que en este mes de julio se le acaba el desempleo. Ante este panorama su tabla de salvación ha sido «llevar una vida lo más sencilla posible».
«Pese a que ya estábamos esperando a que la jueza firmara, tengo una sensación de tristeza, melancolía y vértigo», subraya esta auxiliar de clínica, para la que no cabe duda de que la compra del hotel por el empresario José López Esteras significó el principio del fin.
Juan José afirma que cuando surgieron los problemas después de que el hotel entrara en concurso de acreedores, en 2008, la plantilla redobló los esfuerzos aún más si cabe. Ejemplo de esa entrega es la cuadrilla que puntualmente ha estado acudiendo al hotel para mantenerlo desde abril del año pasado, momento en el que el establecimiento dejó de recibir clientes, hasta hace escasas fechas. María José Gómez, empleada de la recepción médica, ha formado parte de esos 38 voluntarios que se dejaron la piel con turnos de ocho de la mañana a diez de la noche. «No hemos conseguido nada, solo el paro y una liquidación y unos salarios que no vamos a ver. No es para estar contentos», dice con pesadumbre esta mujer a la que todos conocen por el apodo de 'hapy', feliz en inglés.
Falta de inversión
El jefe de cocina de Incosol, como otros tantos, hacía mucho que intuía el desastre. «Llegó un punto en el que nos dimos cuenta que por mucho que hiciéramos no serviría de nada porque el problema no era del producto», añade. Es más, apunta que las dificultades comenzaron hace 15 años. «Incosol como otros hoteles de Marbella tenía una importante bolsa de metros cuadrados para vender alrededor, con lo que la explotación diaria del hotel no importaba en tanto se fuera ampliando la urbanización. Cuando se acaban los terrenos es cuando surgen los problemas, entre otras cosas porque no se había hecho una inversión para actualizar las instalaciones», subraya el chef sin entender muy por qué.
Estos cuatro trabajadores miran adelante, pero con un recuerdo imborrable de su trayectoria en el hotel. «Yo he pasado aquí los mejores momentos de mi vida. Aquí conocí a mi marido en el 78», recuerda Joaquina, quien cita a Camilo José Cela o Dalí como algunos de los ilustres huéspedes del hotel. «Cuando yo entré a trabajar, Incosol era el no va más. Teníamos una clientela selecta, lo mejor de lo mejor», explica.
Juan José adereza el relato de su compañera y puntualiza que durante mucho tiempo el hotel se nutrió de clientes europeos, los únicos que en aquellos tiempos podían permitirse los altos precios del complejo. El primer chequeo médico al que se sometía al cliente ascendía a la friolera de 80.000 pesetas, según cuenta este profesional, quien tiene claro que Incosol se volverá a abrir, pero que antes había que cerrarlo por las enormes deudas que tenía contraídas y que ascienden a 64 millones de euros. A punto de jubilarse, el chef se toma una licencia y pide a quien reflote Incosol que tire de sus trabajadores, de sus verdaderos activos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.