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TEODORO LEÓN GROSS En twitter: @teoleongross
Jueves, 27 de septiembre 2012, 04:00
O Griñán es un actor consumado, un maestro del 'método' Stanislavski capaz de controlar todos los matices de la expresión, o se ha investido de una autoridad moral a prueba de todo, presentándose en la Comisión de Investigación de los Eres como Cicerón en el Senado de Roma tras la conjura de Catilina, con una palidez teatral y una mirada de acero silabeando con dureza: «Estoy aquí para que me digan a los ojos que he destruido documentos». Joder, si parecía el exordio de un monólogo de Shakespeare.
Lejos de la declaración de Chaves, en cuya lengua de trapo patinaban las vocales y la credibilidad patosamente, Griñán iba de sobrado y resultó convincente. Si la comisión de investigación se sintetizara en ese instante, en esa frase doblegando a sus interrogadores con la mirada -como Brando, al que tantas veces ha visto con pasión de cinéfilo- sin duda el presidente habría ganado la partida. Su problema es que en las semanas previas ha pasado por allí una larga cuerda de personajes avivando las brasas del escándalo. Lo de los Eres es uno de esos casos de corrupción que se cargan a un Gobierno centroeuropeo. Claro también el Caso Gürtel o el Caso Palau, pero aquí, como presumen los castizos, 'never pasa nothing'. En todo caso Griñán no podía escapar con el traje bien planchado porque le persigue una bola de nieve engordada con las cifras demoledoras del fondo de reptiles, cincuenta imputados, un consejero en el talego, un director general, el clientelismo de la sierra sevillana, el chófer de las putas y la farlopa, todo un retablo corrosivo.
Sólo hay algo seguro después de la Comisión de Investigación: que la Comisión ha sido inútil. Con seguridad cada cual mantendrá la misma teoría que ya tenía: quienes creen en la supertrama corrupta de la Junta y quienes creen que se han magnificado las trapacerías de unos saltatumbas confabulando a una jueza y unos medios serviles a la derecha. Una vez más una comisión parlamentaria no ha servido para desvelar la verdad -nada nuevo bajo el sol, que ya decía el rey Salomón- porque se aceptan pocas y todas acaban en pantomimas manejadas por el partido en el poder para controlar la versión final. En Andalucía ya es de leyenda, en Madrid ni se reclaman desde que la comisión del espionaje se resolvió en tres días solo con las comparencias aprobadas por el propio PP, y lo mismo se apañan en Valencia o Cataluña. Con excepción de la comisión de Roldán, que el felipismo entregó a CiU porque ya era un apestado, y quizá el 11M, son la fachada de una cultura democrática de tercera. No son comisiones para dirimir con rigor responsabilidades políticas; solo otro tablero donde disputar la insaciable batalla del poder a cara de perro.
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