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REGINA SOTORRÍO rsotorrio@diariosur.es
Domingo, 23 de septiembre 2012, 11:10
Llegaron en los 90 y se quedaron. Tenían unos 15 años, ahora rozan los 40. Antes, cuando hacían los grafitis en la vías del tren en San Andrés, tenían que rellenarlos con pintura convencional «porque no había más colores». Ahora, «hasta puedes pedir que te saquen tu propio tono». Antes, para escuchar a los raperos norteamericanos que pegaban al otro lado del charco tenían que convencer «al pijo del grupo para que comprara el disco y lo grabara en una cinta». Ahora, basta con teclear Youtube en el ordenador. Muchas cosas han cambiado, pero ellos -Rayka, Capaz, Sicario, Big Hozone, Sr Narko, Elphomega, Gordo Master, Salvatore Apa, Spanish Fly, Jefe de la M...- siguen en la brecha. El rap se ha hecho mayor en Málaga y vive una buena madurez. Los malagueños suenan dentro y fuera de la provincia y se han ganado el respeto de la escena nacional. Desde esta perspectiva, veteranos y jóvenes talentos desmontan los estereotipos que siempre han rodeado al género.
Parece que el rap es sencillo: coger un folio en blanco y llenarlo de rimas tipo noche-coche. «Para nada», coinciden todos. «Se necesita un aprendizaje, una buena interpretación, una elaboración del tema, acompañarse de un dj bueno, conocimientos de sonido...», enumera Sicario. «Hay que controlar la sonoridad de las palabras, el no repetirte, ajustarte a los ritmos que uses...», añade Eskarnia. Y, sobre todo, tener «el don». «Todo el mundo puede rapear y escribir, pero eso o se tiene o no se tiene», insiste Rayka. No es lo mismo «garabatear unas letras» que defenderlas en el directo. Ahí es, según Capaz, donde se pone a prueba al artista. «No se trata de coger el micro y soltar una retahíla de palabras, hay que transmitir», apunta Gordo Master.
La tecnología se presenta como aliada de la música, la ha democratizado; pero para los miembros de Hablando en Plata esto tiene también su efecto perverso. «Como se pueden hacer su propio CD ya se creen raperos y lo que hacen es estorbar a los profesionales», indica Sicario. Al final, de cien quedarán dos porque «no todos son personajes ni son artistas», apostilla Capaz.
«La ropa ya no define al rapero», afirma Gordo Master. Eso es cosa del pasado, de cuando las tribus urbanas necesitaban buscar la diferencia. En el siglo XXI ni todos los que llevan prendas anchas y gorra pertenecen al universo hip hop, ni todos los raperos tienen que vestir así. «¿Por qué si a mí no me queda bien? ¿Por qué tengo que ir como un payaso?», se pregunta Sicario, que opta por camisetas negras y vaqueros. «Me dicen que parezco 'heavy' en vez de rapero; eso es una tontería», destaca. El productor Big Hozone, por su parte, critica que las personas asuman como válidos «ciertos patrones sin cuestionárselo» siquiera, simplemente porque van asociados a una determinada cultura. «Yo no llevo gorras y soy rapero», sentencia. Contra esa creencia general también se rebela Eskarnia. «La ropa que llevo es muy femenina, con faldas y escote. Quiero sentirme bien y guapa sobre el escenario», señala.
Los videoclips norteamericanos muestran al rapero con cadenas de oro en el cuello, saliendo de una mansión y subiéndose a un coche de alta gama. No importa que todo sea alquilado para la grabación. «Los adolescentes ven al rapero y ven dinero. Por eso luego me dicen: ¿tú qué haces en bici?», relata Capaz. Si el rap es decir «con mucho estilo 'soy el mejor'», en Estados Unidos eso ha degenerado en «demostrar que eres el más bueno porque tienes un carrazo», continúa. Norteamérica es la cuna del rap, son «expertos en vender productos» y consiguen que muchos crean esa imagen. «En México y Venezuela piensan que vivimos con un Lamborghini en la puerta y ya ves, no hay nada de eso», añade Rayka.
Esa «falsa realidad» está detrás de que muchos adolescentes se lancen a rapear y luego abandonen. «Raperos mayores quedan pocos porque tienes que adaptar tus exigencias a lo que te gusta; no puedes querer lo que todo el mundo y dedicarte a una cosa que es artística. Al final a algo tienes que renunciar», indica Big Hozone. En su opinión, el artista es «quien prefiere saciar su hambre interior expresiva antes que el hambre de comer. Y los que seguimos aquí preferimos alimentarnos por dentro más que llenar la barriga», aclara.
Ahora bien, ni tanto ni tan poco. En el otro extremo, «hay quien presume de callejero y de que su barrio es muy chungo cuando siempre ha vivido bien», critica Sicario. Se desmonta otro mito: los raperos de hoy no salen de los suburbios de las grandes ciudades, como ocurrió en su origen en EE UU. «La mayoría hemos tenido una vida normal», apostillan. Por eso, Hablando en Plata no se centra en la historia personal de sus miembros en sus canciones. «Porque, ¿qué te vamos a contar?, ¿que nos gusta ir al cine?», ironiza Sicario.
Para Gordo Master lo importante es «no inventarse una película». «No tienes que venir de un barrio chungo para ser rapero, da igual de dónde hayas salido si cantas lo que realmente eres», resalta.
El rap siempre ha estado vinculado con la canción protesta, una crítica mordaz y cruda de la realidad social y política en la voz de los más desfavorecidos del pueblo. Pero también eso ha cambiado hoy. «En los 90 era muy normal escribir sobre temas sociales, pero ya no se estila tanto», confirma el mánager Salvatore Apa. Admiten que son un altavoz de los tiempos -y estos tan malos que corren son un caldo de cultivo para sus letras reivindicativas- pero tienen mucho más que contar.
Desde sentimientos como el amor de madre o de pareja hasta argumentos de pura ciencia-ficción. No hay límites. «Es un árbol con una inmensidad de ramas, tantas como tiene una persona», defiende Gordo Master. El problema, añade, es que hay «mucho purista de 18 años, que aún no ha vivido lo suficiente» y que solo quiere escuchar la queja clara y directa. «Esperan letras fáciles», critican los miembros de Hablando en Plata, especialistas en metáforas, hipérboles y demás recursos lingüísticos.
Sobre las tablas son tipos duros en su actitud y en su lenguaje. Pero no es tan fiero el león como lo pintan: una cosa es el personaje y otra la persona. El 'alter ego' dura las dos horas del show, luego son simplemente Rafael, Alejandro, Andrés, Elena... «Somos gente normal, no vamos de malotes por la vida», asegura Salvatore Apa. «No puedes ser personaje 24 horas al día, se acaba cuando bajas del escenario», reflexiona Murianafobia. «A mí me gusta irme por ahí a comer con mi mujer, como a todo el mundo», señala Rayka.
Sin embargo, son conscientes de que muchos tienen una imagen distorsionada del rapero, vinculada a la violencia y a las drogas. «Están en todos lados, pero la diferencia es que nosotros hablamos de ellas», matizan. Coinciden en que en ningún momento pretenden hacer apología del consumo de sustancias: «Nos limitamos a contar cómo lo vivimos nosotros o el uso que hacemos de ellas». Además, precisan, la «vinculación de la música con la droga viene de la movida de los 80, cuando el rap aquí ni existía».
Dice que el rap no entiende de géneros. Lo que valen son las letras, la energía en el directo y la capacidad de conectar con el público. Lo misma da que la voz sea de hombre o de mujer. Puede que ellas sean ahora minoría, «como ocurre en muchos deportes, pero es cuestión de tiempo», asegura Eskarnia. De momento, son muy valoradas. Hace unos meses el promotor Salvatore Apa organizó un concierto solo de raperas en la Sala Vivero y asegura que tras casi 20 años haciendo eventos «ese ha sido el que más repercusión ha tenido». Allí estuvo Eskarnia. A sus 26 años, Elena Casanueva lleva diez rapeando, escribiendo sus temas y firmando colaboraciones con colegas. «Y nadie me ha hecho el vacío por ser mujer», confirma. Defiende que no hay distinción en la fuerza que las mujeres sacan en el escenario ni en las temáticas que abordan. Con un matiz: «Nosotras vivimos el desamor de forma diferente, podemos hablar también de la sensación de ser madres.... hay sentimientos que son distintos y se reflejan en las letras», cuenta. Por lo demás, todos son iguales en el rap.
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