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VIVIR

Notable tarde de Diego Urdiales en Vista Alegre

El diestro de Arnedo torea con categoría al mejor astado de la corrida de Fuente Ymbro en Bilbao y sale ileso de una tremenda cogida

BARQUERITO

Martes, 23 de agosto 2011, 03:36

Corrida moza, señora corrida: de Bilbao. Alto el listón del cuajo -el trapío, la hondura- cuando no ha hecho más que despuntar la semana. La idea de abrir la serie con esta corrida de Fuente Ymbro, tan seria y tan bien hecha, tuvo valor de recordatorio: éste es el toro de esta plaza. Como cumple con las ganaderías que enfundan los toros durante la cría, los seis de la baza salieron astifinos desde la cepa hasta el mismo pitón. Los hubo de cuerna abierta -el primero, que fue de buena nota pero...- y no tanto -un cuarto acodado, por ejemplo. La artillería era en todos bien visible.

Muy pareja la corrida. Bilbao es la única plaza donde los ganaderos respetan la norma. No de traer seis gotas de agua, pero casi. El toro que desigualaba fue el último: todos negros, salvo ese sexto, castaño lombardo, ancho y remangado, engatillado, el más estrecho de sienes de los seis. Y el más díscolo de todos. O el único que verdaderamente lo fue. Los ganaderos se examinan en Vista Alegre tanto como los matadores. ¿Y? Perfecto el escaparate, llenaron plaza los toros , se dejaron ver.

Se esperaba, sin embargo, más: más que aceptable la primera mitad de corrida, pero no la segunda, donde, además del díscolo castaño, que se revolvió con genio incierto, se jugó un quinto de mal estilo -de esperar, de desparramar o, como decían los clásicos, «el toro detrás de la mata». Y, en fin, el cuarto fue de manifiesta «informalidad» -término que se debe a Manzanares padre- y, después de echar la cara arriba mucho, que es mala señal, se rajó, y se metió por el hueco que fuera en busca de tablas y puerta de toriles. Un desdoro.

Para que un toro bueno lo sea y lo parezca, dicen los banderilleros de la vieja escuela, es imprescindible el papel del torero en danza, y en el caso del primero de Fuente Ymbro, pasó justamente eso: que Diego Urdiales anduvo con el toro bien de verdad. Templado y ajustado con el capote, pero sintiendo ya entonces los recados que el toro mandaba por la mano izquierda, gaitazos al cuello; fino y grácil en un quite por chicuelinas posadas, de giro vertical y corto vuelo, que las encarece; y, al fin, casi en los medios, y descolgado de hombros, puesto en el sitio preciso. El que convino al toro, y ahí ligó tres primorosas tandas de cuatro y hasta cinco con el de pecho, y aquí el cambio de mano por detrás y allí, y las tres veces, el de pecho de suerte cargada, que parece siempre distinto. Porque lo es.En plena sinfonía se estaba cuando, en el primer cite con la zurda, el toro se le vino a Diego al pecho. Lo prendió por el chaleco y la chupa, lo tuvo colgado de ellos y le hizo el aspa de molino. Un milagro que Diego saliera ileso. Y sin susto: pues volvió a la mano derecha y en el mismo son. Con la gente bramando. El toro empezó a soltarse un poco. Un pinchazo y una estocada trasera. Vuelta al ruedo. Rácano el premio. Iba a ser tarde completa del torero de Arnedo. Solo que el cuarto de corrida, recogido en lances de lindo mimo.

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