El talento no tiene edad
El Prado exhibe una serie de cuadros de Ribera de reciente atribución que atesoran una gran madurez pictórica pese a formar parte de su etapa de juventud
EDUARDO LAPORTE
Sábado, 28 de mayo 2011, 03:38
Muchos de los cuadros que se pueden ver en la muestra 'El joven Ribera', que el Prado expone hasta el 31 de julio, no tenían una autoría clara. Fueron contemplados desde la orfandad artística o atribuidos a un genérico 'Maestro del juicio de Salomón'. Sólo a partir de 2002, gracias a las investigaciones del especialista Gianni Papi, se dio a Ribera lo que era de Ribera. Esta exposición ofrece, como han señalado muchos historiadores del arte, el raro placer de admirar unos cuadros como es de justicia artística.
Uno de ellos es, precisamente, 'El juicio de Salomón', fechado en torno a 1610, que el pintor nacido en Xàtiva en 1591 pintó con apenas veinte años. Tan solo unas pocas figuras en una escena en clave oscura en la que todo lo accesorio ha sido suprimido a conciencia. La influencia de Caravaggio, que moría cuando el artista valenciano concluía este lienzo, quedaba patente.
En la época en que el gusto predominante era el del exceso ornamental, Ribera se limita a colocar unas figuras humanas en contextos desnudos. Se consigue, al menos en las composiciones de tipo histórico y en las recreaciones bíblicas, que lo que se evoca quede más patente, y el mensaje sea más contundente. En la renuncia a la inclusión de ciertos elementos se demuestra el talento de un artista. También en la negativa a tomar la realidad como el mismo lienzo; Ribera sabe que un creador es algo más que un copista. El alabado 'La resurrección de Lázaro' es buena muestra de ello, pero también uno titulado 'El mendigo', en el que el joven Ribera ya da muestras de su interés por la pobreza, por lo austero. Estamos ante un naturalista que rompe con los corsés del naturalismo.
La muestra se organiza en torno al paso de 'Lo Spagnoletto' por Parma, Roma y Nápoles, las tres ciudades en las que el pintor desarrolló su carrera artística, hasta su muerte en esta última, en 1652. Porque fue en el Nápoles bajo dominación castellana donde Ribera alcanzaría la consagración y un buen número de encargos por parte de la nobleza española. Pese a que vivió la mayor parte de su vida en Italia, la compra de sus cuadros por potentados españoles hizo que su obra también gozara de reconocimiento e influencia en los límites de la Península Ibérica.
El protagonista de la exposición siempre buscó el lugar más adecuado para desarrollar su carrera y, en cuanto tuvo ocasión, se trasladó a Parma, donde residió un año. Allí encontró el apoyo de la corte de los Farnesio y forjó su identidad de artista, antes de instalarse en Roma. En la Ciudad Eterna, percibe que es ahí donde puede medirse su talento, y se pone manos a la obra, con trabajos de gran ambición. Es la época de las composiciones apaisadas y las grandes telas en las que se reproducen escenas históricas o bíblicas. «Un sistema nuevo de representación de las emociones», dice un texto explicativo de la exposición. Escenas magníficas como la citada dedicada a Lázaro o 'La negación de San Pedro' demuestran la temprana madurez alcanzada por el joven Ribera.
Otro de los lienzos destacados en esta parte la exposición es 'Jesús entre los doctores', del que el estudioso de Ribera, Gianni Papi, dijo que era «el más revolucionario en la carrera del pintor». Además de estas obras en las que el pintor trabajó con total dedicación, hay otras series más sencillas, con cuadros de los que se solían usar para decorar los gabinetes de trabajo o las paredes de las grandes bibliotecas. Es la serie de los cinco apóstoles, del que llama la atención el de San Bartolomé, que murió desollado y 'posa' con su propio pellejo en la mano izquierda.
Otro conjunto de cuadros que llama la atención es el de los dedicados a los sentidos, una costumbre habitual en torno a 1600, pero cuya tradición era, sobre todo, alegórica. Ribera da un paso más allá al tratar de mostrar los sentidos de un modo más naturalista, con la colocación de objetos que se relacionen con la vista, el oído, el gusto...
En Nápoles
Este fue el camino que trazó el joven Ribera para convertirse en José de Ribera, conocido también con el italianizado nombre de Giuseppe. Fue a partir de 1616 cuando el artista se instala en Nápoles, donde encontraría su centro de operaciones permanente, hasta su muerte. En esa ciudad se adaptó al gusto de una clientela que apreciaba muchos sus cuadros devocionales, entre los que se encontraban los virreyes españoles. Estos admiraban un tipo de pintura más directa, menos 'culta' que la que gustaba a los comitentes romanos, entre los que se encontraban médicos, abogados, literatos y amantes del arte en general.
Entre las pinturas de la etapa napolitana, siempre dentro del periodo de juventud, destaca 'Preparativos para la crucifixión', que muestra la afición de los pintores de entonces por el contraste entre el sufrimiento de Jesús o los santos y los rostros de burla de las gentes. Un recurso que hace pensar en ciertos cuadros de Goya, como 'El entierro de la sardina', poblado de rostros grotescos. De 'El Calvario' se señala su «extraordinaria suntuosidad cromática» y el cuadro recuerda a otro caravaggista español, del que el Prado organizó una exposición hace año y medio, Juan Bautista Maíno. Pero el tenebrismo del joven Ribera no es comparable a la alegre vistosidad de Maíno.
Rivalizando con estas telas, el espectador se encuentra con 'San Sebastián asistido', que muestra al mártir con flechas en el torso, al que socorren dos «piadosas mujeres», como dice la cartela. El cuadro tiene su historia, porque pasó de descansar en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, a ser requisado por las tropas de José Bonaparte, en 1809. Este se lo regaló, como premio por sus gestas en España, al mariscal Soult. En 1926, el museo de Bellas Artes de Bilbao lo adquirió, en París, a una bisnieta del mariscal. Hoy se expone en el Prado, museo que sólo posee uno de los lienzos que se exhiben en la exposición.
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