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ANTONIO GARRIDO
Jueves, 21 de abril 2011, 04:13
Entienda quien leyere que este posesivo es el mismo que usa cada archicofrade o devoto de la 'Virgen de pueblo', uno más entre los muchos apelativos de cariño y fervor que ha recibido a lo largo de los siglos, desde el XVII, ya que es la imagen de Pasión más antigua de la ciudad. El 'mi' de cada uno es el 'nuestra' de todos. Este sentimiento de unión, de devoción y de historia es la clave del arco por donde pasa el verdadero galeón de Indias que es tu trono, este año más grande, si eso fuera posible, y lo es.
La Málaga barroca tiene en ti su más bella y espectacular representación, no existe nada parecido y nuestra historia lo es de amor, de unión y también de obediencia a quien ostenta el cargo que es carga dulce unas veces y otras no tanto, el hermano mayor de cada momento histórico.
La tradición no se improvisa, el vacío de las palabras no deja de ser vacío, ambición o esnobismo. Tenemos un tesoro que mantener, que custodiar y que defender con la responsabilidad heredada de los que ya no están pero que nos exigen cumplimiento exacto y cabal de nuestras costumbres.
Nadie es más que nadie en la archicofradía, no hay puestos de privilegio ni 'grupitos' tocados por ensalmos. Todos los que llevan el trono, vayan donde vayan, no son ni más ni menos que hombres de trono, igual que los niños que forman esa algarabía que suena a música de ángeles traviesos, que los que llevan las insignias y las hachetas y los monaguillos y el jefe de procesión. Quien no lo vea así no entiende el ser profundo, la esencia íntima que algunos llevamos en los genes para nuestro bien.
La Esperanza nos acoge a todos con unas manos eternas porque en ellas se depositaron y se depositarán los besos de la piedad siglo tras siglo. Este año 'estrena' las extraordinarias que le ha labrado Luis Álvarez Duarte, el mismo que hizo las anteriores. Son de mayor calidad y en ellas están asumidas, reunidas, todas las que se han abierto en arco amoroso para sostener el pañuelo del llanto y el rosario de la oración.
Las 'nuevas' manos son también las primeras que tuvo en el siglo XVII porque lo importante es sentir la continuidad del tiempo en la memoria como forma de recuperarlo por encima de los significados inmediatos. Quien no lo sienta así, y no es fácil, no puede ni debe perturbar con osadía la sinfonía secreta de generaciones, la polifonía áurea con la que te rodeamos, el verdadero sentimiento de hermandad con el que enterramos a los nuestros en la tierra sagrada que pisas.
No somos más que un eslabón de la cadena pero fuerte y decidido, bien forjado, sin un ápice de temblor en el pulso, en las manos que se alzan hacia las tuyas, sacratísima Madre de la Esperanza.
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