
ANTONIO GARRIDO
Sábado, 12 de marzo 2011, 02:52
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Posiblemente la Guerra Civil española haya sido la tragedia que mayor literatura poética ha producido. No entro en aspectos cuantitativos, sólo me refiero al plano cualitativo, a la cantidad ingente de lo que fue calificado como 'poesía' por los bandos de la contienda; en el bien entendido de que el republicano fue el más prolífico ya que teniendo como modelo la Revolución Rusa la acción política debía de ser total y las artes eran instrumentos poderosos para la formación de los combatientes; mientras que en el bando franquista no existía de manera acentuada un modelo cultural tan definido y menos en una estructura castrense, lo que no significa que no se escribiera también mucha 'poesía'.
Los textos, en general, son de calidad desigual pero más bien sin alcanzar altas cotas porque el objetivo era inmediato, militante, para enardecer, para llegar al corazón del soldado. Se acabó con el distanciamiento, los experimentalismos, las torres de marfil y la 'pureza' de las minorías. La palabra poética se cubrió con el barro de las trincheras. Los poetas, alguno tan importante como Miguel Hernández y a mucha distancia Pemán, por poner dos ejemplos, recorrían los frentes para incitar a los propios e incluso para intentar que los de enfrente 'se pasaran'. Añejas fotografías nos los presentan delante de un micrófono. El éxito era enorme entre el pueblo en armas.
La poesía era un arma arrojadiza y a ras de las circunstancias concretas. Grandes nombres de la serie lírica se ocuparon de hechos de armas específicos y de personajes que se habían convertido en mito en el imaginario popular gracias a la propaganda que alcanzó una enorme importancia en la contienda. Se trata de una poesía, no podía ser de otra manera, popular en temas y en métrica. Ya el 30 de noviembre de 1936 apareció el primer 'Romancero de la Guerra Civil' con 35 composiciones. El romance, la estrofa predilecta de la lírica española, resurge con nuevos bríos.
En un libro ya clásico de 1972, Cano Ballesta analiza el compromiso como clave del arco que sostenía la tensión de la creación poética. Tengo que insistir en que la calidad no es excesiva; un ejemplo: «Le he prometido a mi novia/ ser algo más que valiente,/ pues ella sabe la rabia/ que tengo yo al otro frente». Son millares de poemas de esta poesía de guerra, aunque hubo intentos de hacer textos de otro carácter, más complejo en estructura, métrica a imágenes, es el caso del 'Poema de la Bestia y el Ángel', de Pemán, publicado en 1938.
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El tono apasionado es el que predomina frente a la imposible reflexión. Poesía como balas, de donde viene aquello de que es un arma cargada de futuro. Finalizada la guerra, los vencedores continuaron con el tono heroico, épico, que es coherente con el retorno a la mitología de la 'España Eterna' representada por el catolicismo más recalcitrante y por la idea de Imperio. Según las últimas investigaciones, lo que se llamó 'garcilacismo' o posición oficial tuvo mucha menos influencia de la que se le ha dado. Los dos volúmenes de 'Poesía heroica del Imperio' preparados en 1940 por Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco son la obra emblemática de esta orientación.
Se ha afirmado que la poesía de los cuarenta es monótona. Hay que tener cuidado con estas afirmaciones de carácter general. La realidad es que encontramos más diversidad y más riqueza de lo que parece a primera vista. De entrada, y es muy importante, señalar que es la lírica el género que recupera antes que cualquier otro el espíritu anterior a la guerra; una de las razones es que la censura no era tan férrea con la poesía porque se la consideraba minoritaria, por el espíritu, en general, mucho más abierto de los poetas y esto hacía 'bajar la guardia'", siquiera un poco a los cancerberos de la ortodoxia; tampoco las tiradas eran muy amplias. Novela y teatro sí fueron vigilados de manera muy rigurosa, en especial por la Iglesia. Cuando se analiza con cuidado los contenidos de 'Garcilaso', 'Escorial', 'Espadaña', por no citar 'Cántico' y 'Postismo' que están en las antípodas de la lírica oficial, se aprecia una mayor diversidad y heterogeneidad. Al igual que la sociedad quedó escindida, grandes poetas marcharon al exilio y otros como Dámaso, Diego y Aleixandre permanecieron en la Península y ejercieron magisterio para las nuevas generaciones. Así mismo se intentaron 'tender cables' con el exilio y se solicitaron colaboraciones. Es sabido que hubo intentos concretos de que Juan Ramón volviera a España y no se cubrieron, gracias a Pemán, las vacantes de la RAE de los nombrados que habían salido del país. Es imprescindible esta reflexión para entrar en el universo de Celaya.
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La línea se vuelve sinuosa, es como gráfica ascendente, se observa la dificultad de la ascensión, las paradas que provocan los momentos de duda y el cansancio. La línea llega al extremo del papel y ahí se detiene, no puede seguir. El dibujo se titula 'Dificultad'. En 'Altivez' las líneas forman volúmenes en clara ascensión, como rascacielos y la línea negra queda en lo más íntimo, en lo profundo como el rasgo fundamental del título. En 'Emoción' la flecha se lanza como si de un trampolín se tratara, es un vector que caerá no sabemos dónde, es la incertidumbre del instante. 'La brutalidad' es un laberinto del que se puede salir por dos caminos diferentes pero que conducen a un cuadrado que es un muro infranqueable.
Continúo este artículo del centenario del nacimiento de Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta Cendoya en Hernani con lo que fue su primera vocación, la pintura, y con mi interpretación de algunos de sus dibujos. Nos confiesa que marchó a Madrid para estudiar la carrera de ingeniero industrial por deseo familiar pero sin vocación. No tuvo dificultades para ir aprobando la carrera, lo que tranquilizaba mucho a su familia, no tanto lo hubiera hecho el que su vocación era pintar, la abandonó «pese a mi entusiasmo por falta de preparación técnica».
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La otra vocación simultánea fue la literatura «en la que el autodidactismo produce mejores resultados». Pertenece el poeta a ese grupo donde están Alberti y Lorca, que también cultivaron las artes plásticas, personas con un temperamento artístico que buscan su camino desde la inquietud personal y por diferentes medios expresivos. En sus dibujos encontramos un principio que será una constante de su obra, la búsqueda, la exploración; en sus dibujos está el cubismo y el surrealismo; en su poesía -aunque es ejemplo emblemático de la llamada poesía social- desarrolló otras líneas expresivas no estudiadas de manera suficiente.
No parecen de la misma mano estos dos textos y, sin embargo, lo son. En el primero, 'Tarde' de '"Marea del silencio' (1935), el lirismo nostálgico es el tema dominante: «Tarde malva y oro/ bajo el cielo blanco./ Por el pinar se ha ido cantando». Hay ecos de Juan Ramón. El paisaje es el medio que nos transmite el estado de ánimo en una comunión perfecta: «¡Qué soledad!/ ¡Oh, qué altura/ sobre el ancho campo!/ Por el pinar/ vuela un pájaro». La aparente serenidad, estática, se perturba con un cambio de perspectiva: «Tarde, tarde eterna, tarde de mayo./ Por el pinar/ vuelve llorando». El uso de las palabras es conscientemente limitado, con lo que se intensifica la unidad repetida. Soledad del paisaje y del alma, soledad de la naturaleza.
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Hagamos un fácil ejercicio de comparación con 'Poemas tachados' (1977) en el que glosa una noticia con amplias dosis de ironía: «Sonriendo, mostrando sus blanquísimos dientes/ de muerte y de 'use usted el dentífrico Collins'/ el almirante Gadner ha puesto pie en España/ saludado por todas las músicas canallas (.)». El poema se escribió posiblemente en los cincuenta y quizás no se pudo publicar entonces. Eran los años en los que las potencias occidentales avalaron el régimen de Franco en el marco de la Guerra Fría. El tópico anglosajón de los 'dientes blanquísimos' se une a la muerte.
Se reproduce exactamente el anuncio de un dentífrico con lo que lo cotidiano entra de manera directa en la materia lírica. El almirante Gadner es recibido por las autoridades, la 'música canalla' que estaba haciendo toda clase de equilibrios para permanecer en el poder. A continuación se enumeran los ¿beneficios? de esta alianza. Llegarán productos nuevos y se podrán comprar: «autos, radios y Lucky Strike -una marca de tabaco- baratos;/ tendremos 'frigidaires' -frigoríficos- del último modelo/ y si no nos sentimos ya dichosos con eso/ nos mandarán psiquiatras que nos curen de iberos (.)».
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El poeta anticipa la globalización, la pérdida de la identidad y la entrada en la órbita del mundo anglosajón. Estamos ante el mismo poeta y ante la cara y la cruz de una obra que siempre ha provocado cierto desconcierto en la crítica. Celaya exploró formas estilísticas muy distintas como formulación literaria de una evolución personal en el contexto del paso de la historia. En 1947 publica 'Tranquilamente hablando', donde su voz adquiere los principios de la voz personal: «Hoy, por ejemplo, estoy más bien contento./ No sé bien las razones, mas por si acaso anoto». El punto de partida es una situación individual concreta, física, por ello se enumeran los pulmones, el estómago para, siguiendo el modelo clásico, concentrarse en la sangre, la fuerza que le mueve «a crear poemas». El mecanismo racional se rompe con una exclamativa: «¡Qué pena!» porque no sabe medir sus versos y porque las imágenes caóticas se le acumulan hasta afirmar: «estoy un poco loco».
Pese a todo, mantiene la verdad y honestidad de sus versos en la sencillez de la expresión. En 'Mi intención es sencilla' desarrolla su poética que desprecia la retórica, el academicismo y reclama a Bécquer porque es «directo y vivo». A él le gustaría ser el Bécquer de su tiempo. No se preocupa del lenguaje, quiere contar lo que le pasa. Admira pero no acepta a sus amigos poetas que se esfuerzan en la lucha con la palabra como fin. Celaya quiere decir lo que le venga en gana y con decirlo le basta. Este planteamiento con claro desprecio por la forma es lo que se le ha reprochado desde los setenta cuando renace con fuerza el valor autónomo de la palabra y no del referente y, mucho menos, con claro afán político como en el autor.
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Desde 1951 hasta 1962 publica una serie de títulos como 'Las cartas boca arriba', 'Paz y concierto', 'Episodios Nacionales', 'Las resistencias del diamante'. Su compromiso es total y valiente, su estilo lleno de vehemencia. Algunos de sus textos alcanzan el valor de manifiestos: «Tal es mi poesía: poesía-herramienta/ a la vez que latido de lo unánime y ciego./ Tal es, arma cargada de futuro expansivo/ con que te apunto al pecho./ No es una poesía gota a gota pensada./ No es un bello producto. No es un fruto perfecto./ Es algo como el aire que todos respiramos/ y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos».
Siempre manteniendo su compromiso ético, cuando las circunstancias históricas iban evolucionando también se produce un cambio en su obre que llega a formas experimentales. Siempre fue autocrítico y nada complaciente. Exploró, con mejor o peor fortuna, muchos caminos y se preocupó de estudiar a poetas concretos y a cuestiones de teoría. En 1982, 'Penúltimos poemas' es un ejercicio de todo lo que llevo dicho aunque muchas de sus opiniones sean más que discutibles. Celaya ha provocado encendidas polémicas a favor y en contra. La crítica no tiene posición unánime. Nadie puede negar su valor histórico en la poesía contemporánea, pero su práctica de escritor es lo que ha sufrido más altibajos y la obra, al fin y a la postre, es lo que importa aunque sus aldabonazos a la conciencia, a la lucha, su idealismo, su fe ciega en la palabra son aspectos que no se pueden olvidar a la hora de establecer la periodización literaria. No olvídelos que: «Maldigo a la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse».
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