El último despropósito

Al fin llegó el adiós a la temporada. Serán muchas semanas sin baloncesto, más que nunca, y nadie lo va a echar de menos, quizás todo lo contrario. Para los aficionados, no tener por ahí a su equipo dando tumbos será un gran alivio. El Unicaja, muy por debajo de cualquier expectativa, en años ya de por sí difíciles debido a la pandemia, ha perdido clientela y quizás en ello va la peor consecuencia de una temporada tan aciaga. Encontrar las razones y causas de tantos sinsabores parece imprescindible para no repetir. A uno le parece que años de pagar a los jugadores muy por encima de lo que valen acaba por crear un clima negativo en los equipos, cuyos integrantes llegan a situarse en un estado de comodidad contrapuesto al espíritu de lucha y superación que exige la competición. Poca exigencia y justificación desmesurada acaban por crear un ambiente de acomodamiento que termina por destruir a un equipo. Ante semejante situación, borrón y cuenta nueva. No hay otra solución. Es necesario extirpar esa corriente de conformismo que se ha adueñado del equipo y cuanto menos quede de lo que hay, mejor. Cortar la mala hierba es imprescindible para que la nueva siembra produzca los frutos que club, afición, propietario y patrocinador merecen.

Refiriéndonos al partido de ayer en Lugo, lo cierto es que los locales dominaron desde el salto inicial, porque entre uno y otro equipo hubo enormes diferencias en el sentido colectivo del juego y en defensa. Como consecuencia de ello, también en el acierto. Buen movimiento de balón y la mejor selección de los tiros conducen siempre a una mayor anotación. En este sentido las ocho asistencias y 29 puntos gallegos del primer cuarto fueron ya la perfecta premonicion del último despropósito el Unicaja. Al descanso, la renta local era de 23 puntos. En ese momento todos sabíamos que, como siempre, haría un amago de reacción que no completaría.