El rey Saud pasa una temporada en Málaga
El hijo del fundador de la dinastía saudí se llamaba Saúd Ibn Abdelaziz y era el hombre más rico del mundo. Tras operarse de cataratas en Estados Unidos decidió disfrutar de una temporada de descanso en Málaga, ciudad que eligió por la bondad de su clima y por sus bellezas naturales, entendida esta expresión en su más amplio sentido. Tras cumplimentar al jefe del Estado Francisco Franco en Madrid (quien le condecoró con el Gran Collar al Mérito Civil) y pasar la noche en el Palacio de la Moncloa, el rey Saúd aterrizó en un Boeing 707 en el Aeropuerto García Morato, hoy Costa del Sol. Llegaba escoltado por un escuadrón de reactores de la base de Getafe.
A la una y media del mediodía del viernes 16 de febrero de 1962, el monarca saudí, acompañado de tres príncipes, bajó las escalerillas del avión. A pie de pista fue recibido por el alcalde de Málaga, Francisco García Grana, el presidente de la Diputación, José Marqués Íñiguez, y el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Antonio García Rodríguez-Acosta, entre otras muchas autoridades. El aeropuerto estaba engalanado con las banderas nacionales de España y Arabia Saudí.
Acto seguido, el rey árabe se subió con García Grana en un coche de la Casa Civil de su Excelencia el Jefe del Estado y, escoltado por miembros motorizados de la Benemérita y de la policía municipal, partió raudo hacia su residencia entre el aullar de sirenas y el chirriar de neumáticos. Los malagueños salieron a la calle para verlo, aunque se quejaron de que la comitiva pasó muy rápido. Cuenta la prensa local que donde más público se concentró fue en la avenida del Generalísimo (hoy Alameda), plaza Queipo de Llano (de la Marina) y en el Parque.
El Ayuntamiento había elegido para alojamiento del rey el palacio de Santa Catalina, mansión de traza árabe propiedad de los condes de Mieres, que ya había alojado a Franco en tres ocasiones anteriores. Rafael Miró fue el arquitecto que se encargó de acondicionar el palacio, que se decoró con muebles de estilo francés. El rey ocupó un pabellón y la reina otro. La noche fue accidentada. El séquito del monarca comunicó a los servicios de protocolo que su majestad gustaba de dormir acompañado, a ser posible de bellezas locales. Imaginamos el sobresalto y la precipitación de los servicios municipales, prestos a complacer los deseos del hombre más rico del mundo. Cuentan que las dos elegidas salieron encantadas.
Al día siguiente, sábado, excursión por la Costa del Sol. Comió en el Hotel Alhamar de las Chapas y tomó café en una terraza al aire libre, rodeado de pinos, que fue muy del agrado de su majestad, quien quedó encantado del clima y del paisaje. Tanto que, inesperadamente, mandó trasladar su residencia a Torremolinos. El domingo fue invitado al palco presidencial de la Rosaleda para presenciar el encuentro Málaga-Cartagena. El público lo acogió con un caluroso recibimiento. La banda municipal, antes del partido, interpretó los himnos nacionales de España y Arabia Saudí.
Otro día fue a los toros. Se le acondicionó en el tendido un estrado especial desde donde presidió la corrida. Varios diestros le brindaron sus toros. El monarca regaló un reloj de oro al rejoneador Rafael Peralta y a cada uno de los toreros. También fue hasta Estepona y el monarca se detuvo en varios puntos del recorrido para admirar el paisaje. En este viaje uno de los escoltas, el guardia civil Ramón Fernández, sufrió una caída, fracturándose una costilla y recibiendo un fuerte golpe en la cabeza. El rey se interesó por su salud y envió un emisario al hospital para entregarle un ramo de flores.
En la finca Picatoste, anexa al Hotel Pez Espada, el rey Saúd recibió varios obsequios de las autoridades malagueñas, que aceptó con visible emoción. La Diputación le regaló una fuente de porcelana, decorada con cobalto y oro; el gobernador civil, ánforas de plata con leche, miel y dátiles; y el Ayuntamiento, un pergamino con una dedicatoria y un dibujo de la ciudad, encuadrado en marco barroco de oro. Además, nombró al rey Huésped de Honor. Una princesita que lo acompañaba recibió de manos de Teresa Loring, delegada provincial de la Sección Femenina, una muñeca vestida de malagueña, con sus castañuelas y su sombrero de verdiales. Por su parte, Saúd de Arabia donó a la ciudad medio millón de pesetas para la construcción de viviendas protegidas.
En el Hotel Miramar se celebró una cena de despedida amenizada con bailes regionales interpretados por los coros y danzas de la Sección femenina, que bailaron fandangos de Comares, verdiales de Santa Catalina y malagueñas. Y la tuna de Peritos Industriales actuó mientras el rey y su séquito comían.
Otras curiosidades del rey de Arabia Saudí
El rey Saúd tenía el dinero por castigo. Su fortuna estaba valorada en unos diez mil millones de dólares. Tuvo cincuenta y tres hijos y cincuenta y seis hijas, por lo que dejó en mantillas a nuestro José Gutiérrez (el malagueño de los treinta y ocho hijos). En sus palacios acumuló un harén con setecientas concubinas. Era aficionado a la equitación, la caza y la jardinería. Reunió un zoológico con interesantes ejemplares de la fauna más variada.
En Málaga, a sus sesenta años, fue agasajado como un semidiós. Un cumplidor periodista tuvo la paciencia de anotar puntualmente lo que se le ofreció en una comida en el Pez Espada (Diario Sur 20/2/1962, página 10): Primer servicio: Canapés de foie-gras, sardinas, caviar, espadón ahumado, champiñones, salmón, barquetas de langosta y sopas de pollo al curry.
Segundo servicio: cordero lechal, pollitos al asador, pastelones de hojaldre rellenos, ensalada árabe, cubillas de pescado. Tercer servicio: Biscuit glacé, helados de fresa y vainilla, tartas de almendra y chocolate, mazapán de Toledo, pastas finas, dátiles de Elche, pasas de Málaga, higos de Estepona, frutas variadas, chirimoyas y melón de Valencia. Café de Ceylán, té de hierbas, naranjada, leche de cabra y agua de Solares.
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