Las peripecias de los barros malagueños y el triste fin de la saga Cubero
Las esculturas de barro de las que hoy les vamos a hablar fueron muy demandadas por los viajeros románticos y los extranjeros que nos visitaban en el siglo XIX. Auténticos objetos de colección, algunas de ellas se conservan hasta en el Palacio Real de Madrid. Se trata de obras en pequeño formato que representan tipos populares con su peculiar indumentaria y una expresiva policromía. ¿Recuerdan las esculturas de Lladró que tanto furor hicieron en los ochenta entre nacionales y foráneos? Pues algo así significaron los barros malagueños. Juan Temboury afirmó que adornaban muchas casas de la burguesía malagueña.
La mejor colección de estas primorosas esculturas de arcilla se muestra en Málaga. Trinidad García-Herrera conoció de primera mano las peripecias de estas figuras para regresar a nuestra ciudad, pues fue su padre el encargado de traerlas. Como ella misma relató, las gestiones comenzaron en el verano de 1970. Un coleccionista inglés, Peter Winckworth, era propietario de una colección de ochenta y tres barros malagueños que había ido reuniendo con tesón y constancia. Al tener que mudarse de su casa londinense se vio en la necesidad de desprenderse de la mayoría de ellas. Las ofreció al Museo Romántico de Madrid y al Museo de Bellas Artes de Málaga por el precio de novecientas libras.
El director del museo malagueño, Manuel Casamar, les propuso a Baltasar Peña y a Enrique García-Herrera, entonces presidente y director respectivamente de la Caja de Ahorros Provincial de Málaga, la compra de esta valiosa colección para que luciera en el nuevo Museo de Artes Populares que se pensaba abrir en Málaga. La cuestión estribaba en que al coleccionista inglés le urgía vender y los museos estatales tenían que poner en marcha un engorroso y lento proceso de provisión de fondos.
El Museo Romántico se interesó por la colección, pero Peter Winckworth prefirió que las figuras volvieran a Málaga: «Deseo vivamente que mi colección pueda ser exhibida en Málaga y que un día pueda ir a verla allí», dijo. Hubo retrasos de última hora, porque los permisos de importación no llegaban y el inglés tenía que dejar su casa. Un anticuario de Londres quería comprar también los barros malagueños. Finalmente, debido a trámites aduaneros, las preciadas esculturas no llegaron a la ciudad del Guadalmedina hasta el mes de abril de 1971. Entonces fueron expuestas al público en el edificio del Consulado, en la plaza de la Constitución, pues el Museo de Artes Populares no estaba aún inaugurado.
Estas pequeñas esculturas tienen como antecedentes las figuras napolitanas de los belenes, introducidas por los Borbones en España. El taller que modelaba santos y tallas religiosas pronto se reconvirtió creando estos tipos populares para satisfacer la demanda de los viajeros románticos que pagaban por ellas un buen precio.
Varias generaciones
Salvador Gutiérrez de León, nacido en Málaga en 1777, era hijo, padre y abuelo de escultores. Tenía su taller en la calle Santa Lucía y fue el primero en fabricar artesanalmente estos barros. La arcilla era recogida en terrenos cercanos al convento de la Victoria. Su yerno, José Vilches (1810-1890), aprendió de él la técnica del modelado y abrió un establecimiento comercial en el recién inaugurado pasaje de Heredia. Su comercio fue adquirido más adelante por la familia Cubero. Esta prolífica dinastía de barristas se inició con Francisco Cubero López, coetáneo de Gutiérrez de León y natural de Doña Mencía (Córdoba). Sus hijos, Francisco y José Cubero Gabarrón, se trasladaron a Málaga y acabaron comprando el taller y la tienda de José Vilches. Hemos de reconocer que con estos últimos la calidad de los barros disminuyó, quizá al producirse en serie por una mayor demanda.
Enrique Cubero Merino, nieto del fundador de la saga, aprendió el oficio con sus tíos. Fue de los malagueños que se distinguieron por su arrojo y valentía en la catástrofe del Gneisenau (1900) y murió al año siguiente en el incendio del Conventico, cuando entró en el edificio seguramente para salvar las esculturas que Temboury guardaba en su almacén. Cuentan que la dramática escena de su hijo contemplando el cadáver de su padre muerto no se les olvidó nunca a los que la presenciaron.
Este hijo se llamaba José Cubero Aranda y siguió la tradición familiar. Acabó ingresado en el Hospital Civil en el pabellón de psiquiatría y allí modelaba figuras, tomando como modelos a otros enfermos, cuyos rostros reflejaban la enfermedad que padecían.
En 1864, los barros salidos del taller de Cubero costaban dieciséis duros «una buena figura grande» y ocho y cuatro duros las de menor tamaño. Acudimos por curiosidad al portal malagueño de Todocolección y hemos averiguado que los barros de Gutiérrez de León –de mayor calidad– pueden alcanzar hoy los dos mil quinientos euros, mientras que los de Cubero oscilan entre los seiscientos y los mil euros.
Los barros malagueños del Museo de Artes Populares
La apertura de este museo se debió al tesón de Baltasar Peña y de Enrique García-Herrera, al que se le ha dedicado la plaza que se abre ante su puerta principal, conocida por los malagueños como 'la plaza de la calle Camas'. El museo se abrió en un edificio del siglo XVIII, la antigua Posada de la Victoria, y se inauguró en 1976, por lo que es el más antiguo de Málaga (el de Bellas Artes, tras su magnífica remodelación y nueva instalación, es otro distinto al que conocimos).En la sala 17 del Museo de Artes Populares podemos admirar la fabulosa colección de barros malagueños. Es propiedad de la Fundación Unicaja, institución que la ha mejorado hasta sumar hoy ciento treinta y una piezas, como el cenachero, el majo, el mendigo, el contrabandista, el torero, el labriego, el borracho o la bailaora, algunas de las cuales ilustran esta página. Todas ellas destacan por su gracia y originalidad y están ejecutadas con tal primor y detallismo que merecen lucirse en las vitrinas de este museo malagueño.
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